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En el fútbol abundan historias de regresos memorables. Falcao, por ejemplo, padeció una rotura de ligamentos cruzados en 2014. Seis meses después volvió a competir al más alto nivel y siguió escribiendo capítulos dorados de su carrera. A escala internacional, hay quienes regresaron más fuertes tras sufrir lesiones devastadoras, con una mentalidad renovada y una fortaleza emocional que los llevó a su mejor versión. Pero también están los casos cuya historia nunca tuvo un regreso completo. Osman López, el Fosforito, vivió eso. En 1997, durante un partido de eliminatorias contra Perú, en Barranquilla, sufrió una grave lesión de ligamentos. Se esperaba que su carrera lo llevara a Europa, pero la intervención y la rehabilitación no bastaron para que volviera a ser el mismo. En 2001, con apenas 31 años, su rendimiento no le permitió mantenerse en la élite y terminó retirándose en la segunda división.
Ese contraste entre los que regresan más fuertes y los que no logran reencontrarse muestra la esencia del drama. La vida —como el fútbol— no avisa cuándo se detendrá. Un segundo basta para que cambie todo: un músculo, una oportunidad, una ilusión. El desenlace muchas veces no depende solo de la gravedad de la lesión, sino del apoyo médico, emocional y la fortaleza mental que rodea al jugador.
Hoy, con la cirugía ya superada, Andrés Llinás inicia ese camino incierto, lleno de dudas pero también de esperanza. Que encuentre en la paciencia y la disciplina sus mejores aliados, y que el respaldo de su gente y de su equipo lo impulse en los días más difíciles. Ojalá lo volvamos a ver pronto defendiendo la camiseta azul con la misma jerarquía de siempre. Porque, en el fondo, lo que nos enamora del fútbol —y de la vida— es que siempre deja espacio para una remontada. Y que, aun cuando todo parece perdido, un regreso puede ser tan épico como la mejor victoria.
