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Ese arranque tibio se explica en parte por una mezcla de miedo y saturación. Muchos latinos evitan acudir a eventos masivos en EE. UU. por temor a problemas migratorios, sobre todo con presencia policial visible. Y si quienes más aman el fútbol prefieren verlo desde casa, sabemos que el torneo tiene un problema de ADN.
Futbolísticamente, además, el Mundial de Clubes naufraga en un mar de partidos sin sabor ni relato. Entre Champions, Libertadores, ligas nacionales, copas y amistosos, ¿qué hace esta competencia en el calendario? No cala. No hay rivalidades que enamoren y el torneo suena más a exhibición de glorias que a desafío real.
Incluso desde Europa llegaron avisos. Carlo Ancelotti, entonces entrenador del Madrid, dijo en su momento en tono indignado que “FIFA puede olvidarse de eso”, insinuando que Real Madrid podría no participar por la carga de partidos que este torneo implicaría para sus jugadores. Aunque luego su club salió al paso y confirmó su presencia, las palabras de Ancelotti fueron claras: no bastará con un logo y fanfarrias.
Voces como la de Jürgen Klopp lo definieron más crudo: “Inútil”, dijeron, añadiendo que “quien gane este torneo será el campeón más pobre de todos”, mientras el calendario deportivo se ahoga, pero no todos comparten esa sensación. Bayern Múnich anunció que van “muy en serio”, mientras que Diego Simeone, técnico del Atlético, aseguró que el equipo encara el torneo con ilusión y compromiso.
¿Significa esto que los gigantes europeos se van a tomar esto en serio? Según Jan Christian-Dessen, CEO de Bayern: sí. Pero Ancelotti reveló al menos que no será a cualquier precio. Y los equipos promedio, los asiáticos, africanos o suramericanos, seguro que sí pondrán camiseta con orgullo, pero su eco no basta para atraer multitudes.
¿Podrá levantar interés conforme avance? Tal vez. Si Real Madrid o Bayern llegan a definiciones, si Al Hilal o Boca calientan el ambiente, quizás el balón convoque emociones. Pero hoy, este Mundial de Clubes arranca como laboratorio comercial, un producto medido por crisis de asistencia, tensión migratoria y pulsión europea pendiendo de un hilo. Y lo más revelador: cuando el torneo dependa más de las glorias de siempre que de su propia narrativa, sabremos que a FIFA le salió un experimento vacío.
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