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En sus orígenes, los comunistas, antecesores directos del socialismo del siglo XXI, debatieron intensamente sobre el rol del deporte en la sociedad. El Giro de Italia, por ejemplo, cuya primera edición se corrió en 1909, contó con enemigos inesperados: los comunistas italianos, quienes consideraban que el Giro manipulaba al pueblo promoviendo el orgullo nacional y patriótico al tiempo que explotaba a los ciclistas para divertir a las masas mientras se obviaban los verdaderos problemas sociales.
No mucho después, la llegada al poder del comunismo en la Unión Soviética, por allá en 1917, acabó con todas las organizaciones sociales existentes, incluyendo el fútbol. Fue hasta mediados de los años 20, al finalizar la guerra civil y con el intento de revitalizar la economía mediante la Nueva Política Económica (NEP), que comenzó a resurgir el deporte.
La conjunción de colectivización y Estado con la autorización de iniciativas privadas puso al régimen comunista ante una disyuntiva de principios. Debieron definir si, como era tradicional para el marxismo-leninismo, el deporte era un circo, un instrumento de las clases gobernantes y una forma de manipulación política, o si, por el contrario, el deporte tenía un rol útil para el colectivo en un régimen donde, por definición, no existirían élites opresoras del pueblo.
El comunismo soviético, mientras vivía Lenin y operaba la NEP, debatía si se optaba por la vía del profesionalismo occidental o se enfocaba en el amateurismo propio del movimiento olímpico. Tras la muerte de Lenin, se abandonó la NEP y se eligió una estrategia de carácter eminentemente estatal. El Estado soviético abonó, en medio del terror estalinista, el deporte y la recreación como un instrumento básico para mantener una sociedad saludable, disciplinada y cooperativa.
Con el tiempo, en la Unión Soviética y los países de su esfera de control, el deporte fue además un instrumento mediático para enfrentar a Occidente y demostrar la superioridad del régimen comunista frente a las economías capitalistas.
Petro y su desdén por el deporte demuestran la diferencia entre el comunismo y el populismo. Los comunistas, anclados al poder de forma dictatorial, utilizaron el deporte como instrumento de propaganda interna y externa. El populismo prioriza la entrega de dinero de forma directa al pueblo, entendiendo que sus réditos electorales son mayores que las alegrías que nos dan los deportistas. Los dos, a la larga, destruyen la sociedad.
Esto no impedirá, por supuesto, que el régimen populista entienda como suya cualquier victoria mediática de alguno de nuestros sufridos deportistas y culpe a 200 años de oligarquía por las derrotas de antaño.
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