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Annus horribilis, annus mirabilis

Ronaldo, el genuino Ronaldo, resolvió el dilema de su "annus horribilis" fichando por el Corinthians, una decisión resignada con la que en apariencia cierra su círculo futbolístico. Al otro Ronaldo, Cristiano, le correspondió el papel estelar de rey puesto en el reparto anual: toda la gloria es suya.

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EFE
23 de diciembre de 2008 - 11:11 a. m.
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Diez meses en la encrucijada de retirarse o aceptar ofertas de clubes de rango medio terminaron en Brasil. En un equipo recién ascendido a Primera división ofrecerá Ronaldo su talento, se supone que en microdosis. Con 32 años y semejante historial médico no cabe esperar mucho más.

Seguramente su idea no era volver a casa tan pronto, pero el gran Ronaldo, peinado afro y ya innegociable sobrepeso, tuvo que conformarse. Sólo el Siena y el Besiktas mostraron cierto interés en sus servicios. Para eso mejor no moverse de Brasil. De Europa, además, guarda como última imagen otra salida en camilla con un tendón rotuliano roto.

No fue lo único reseñable en su desdichado año. Entre tediosas sesiones de recuperación en Río tuvo tiempo para ejercer de ciudadano ejemplar Ronaldo Nazario con actividades filantrópicas y del atolondrado Ronaldo en un surrealista episodio con travestidos. Todo para que al final sólo el Corinthians le brinde la opción de poder "comprar pan" a un jugador tan fascinante para unos como holgazán para otros.

Cristiano Ronaldo vivió su "annus mirabilis". Balón de Oro con gran diferencia sobre Leo Messi, otro protagonista del año, el portugués lo ganó todo en el ámbito individual y con el Manchester United. De paso se convirtió en el nuevo modelo iconográfico. Su divismo está probablemente justificado. El Ronaldo portugués ha ocupado el lugar del Ronaldo brasileño a casi todos los efectos.

También se permitió alguna licencia acorde a su irrefrenable tendencia al narcisismo, la esencia de su juego. Su indefinición durante el verano fue un acto de deslealtad para con quien le paga y un desaire al Real Madrid. Salió del trance reforzado. Es previsible que los dos mismos clubes se enzarcen el próximo verano por idéntico motivo.

El curso 2008 registró subrayado un triunfo internacional de la selección española de fútbol, algo relegado a los anuarios. Después de 44 años, España abandonó el diván y ganó la Eurocopa. De forma brillante y resolviendo complejos inmemoriales: el tope de los cuartos de final y el aturdimiento crónico ante ciertos rivales.

Los focos olímpicos de El Nido de Pájaro y El Cubo de Agua se dirigieron casi en exclusiva a Usain Bolt y Michael Phelps, los héroes de Pekín. Los ocho oros del nadador estadounidense, una gesta hercúlea sin precedentes, quedaron sepultados bajo el peso mediático de los triunfos y récords del jamaicano Bolt. Y de su magnetismo.

La aparición de Bolt en Pekín condenó al resto de atletas a un papel casi marginal. Logró lo nunca visto, oro y plusmarcas mundiales en 100, 200 y relevo corto, y lo hizo sonriente y escatimando esfuerzos. Suficiente, junto con su aspecto de "rasta" sin trenzas, desgarbado y de musculación normal, para esquivar suspicacias. De momento.

El informe anual del ciclismo presenta una sola conclusión: monopolio español. El Tour vetó al Astaná y Alberto Contador no tuvo ocasión de revalidar el triunfo anterior, pero ganó un Giro que no iba a disputar. Carlos Sastre, un veterano de 33 años, subió de amarillo al podio en París. Un mes después Samuel Sánchez ganaba el oro en Pekín.

Contador, con Sastre en carrera, ganó exhibiéndose la Vuelta a España. Pero en su horizonte aparece un obstáculo inesperado. En plena Vuelta, Lance Armstrong anunció su regreso por motivos publicitarios relacionados con la lucha contra la enfermedad - un cáncer- a partir de la cual pasó de ser un ciclista corriente a una máquina de ganar Tours.

Armstrong y Contador se observan de reojo en la concentración invernal del Astaná a la espera de la reaparición oficial del texano el próximo mes. "No vengo a quitarle el sitio a Contador", declaró recientemente. Nadie se lo cree. Tres años después, el dinosaurio sigue ahí.

El mundo de Roger Federer se desplomó en el 2008. Los signos de alarma aparecieron en el ejercicio anterior, pero la crisis ya es notoria. Después de cuatro años en la cúspide, el suizo ha perdido el número uno, ha ganado sólo cuatro torneos y ha encajado 15 derrotas. Algo insólito.

El año glorioso fue de Rafael Nadal. Ocho títulos, entre ellos el oro olímpico, su cuarto Roland Garros consecutivo y el primer Wimbledon, con el que acabó con el quinquenio victorioso de Federer en un partido irrepetible que terminó en penumbra. La sensación de indestructible la transmite ahora Nadal. La de fragilidad el suizo, que da la impresión de poder perder casi con cualquiera.

Acaba el año y el viejo Ronaldo, el jugador más temido de la última década, regresa. Ni Manchester ni Milán, ni siquiera Siena o Estambul, donde encima no hay posibilidad de escuchar "Zadok the Priest", el himno de la Champions. Será en Sao Paulo, donde quién sabe si no le atormentarán con la música de su última etapa en Europa: "Es el sudor, estúpido". Vaya año.

Por EFE

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