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La magia de la velocidad

El piloto español Marc Márquez, del equipo Honda, ganó ayer la décima válida del campeonato mundial de MotoGP. El colombiano Yonny Hernández terminó de 12.

Olga Lucía Barona Torres, INDIANAPOLIS*
10 de agosto de 2015 - 12:20 p. m.
 Marc Márquez (izq.) ganador de la décima válida de MotoGP en Indianápolis, cuando supera a su compatriota Jorge Lorenzo, del equipo Yamaha. / EFE
Marc Márquez (izq.) ganador de la décima válida de MotoGP en Indianápolis, cuando supera a su compatriota Jorge Lorenzo, del equipo Yamaha. / EFE

Ingresar al mítico autódromo Indianápolis Motor Speedway literalmente es como tomar una bocanada de velocidad. Se siente hasta en los poros el vértigo y en los oídos retumba el ruido de los motores. Y no es para menos, estás justo ahí, parado en uno de los escenarios insignia del automovilismo mundial, el recinto deportivo de mayor capacidad de público del mundo, con 400.000 espectadores, el mismo que ha visto triunfar en dos ocasiones al piloto colombiano Juan Pablo Montoya en las 500 Millas, la carrera de óvalos más importante del mundo.

En 1909, el empresario Carl Fisher mandó a construir este imponente escenario con la idea de promover la industria automotriz. En 1911 se empezaron a correr las 500 Millas y poco a poco ha ido aumentando su uso: desde 2000 hasta 2007 se realizó el Gran Premio de Fórmula Uno, y desde 2008, el G.P. de Indianápolis del Mundial de Motociclismo, cuya décima válida de la temporada 2015 se realizó ayer con el triunfo del español Marc Márquez, quien justamente tiene el récord de pista en 1:32.832 minutos.

El circuito tiene 4.216 metros de longitud y la velocidad máxima es de 345.7 kilómetros. Y es que decir 345.7 suena hasta fácil, pero claro que no lo es. Uno alcanza, de cierta medida y hasta con miedo, a palparlo, justo cuando las motos pasan frente a sus ojos como una ilusión óptica, como un fantasma. Eso que tanto quisiste ver por años se va como agua entre las manos. En un parpadeo. Porque así es la magia de la velocidad, todo un encanto que se convierte en esa cosa que uno llama adrenalina.

Lo romántico del autódromo justo es la línea de meta. La superficie original de la pista era en ladrillo y poco a poco la fueron reemplazando hasta que en 1961 quedó en su totalidad en asfalto, menos 92 centímetros que dejaron para delimitar la meta. La magia del Indianápolis Motor Speedway está en pisar, como le llaman aquí, Brickyard (la yarda de ladrillos). Hay algo de magia, de romanticismo, pero también de orgullo colombiano. Uno de esos duros que van casi que volando en sus poderosas motos, de un grupo élite al que muchos quisieran pertenecer, es de nuestra tierrita. Yonny Hernández le pone el toque patrio a la grilla. Al igual que el italiano Valentino Rossi, el múltiple campeón mundial, este paisa tiene sus fanes. Cientos de colombianos que llegaron aquí a Indianápolis lo esperaron en las zonas mixtas para pedirle un autógrafo durante la sesión de prácticas. La verdad es que el tras bambalinas de lo que usted ve por tele, es otro mundo mágico: de mecánicos, médicos, ingenieros, camarógrafos, asistentes, asistentente del asistente y hasta cocineros. Pero claro, cada equipo tiene su chef personal que viaja con ellos por todo el mundo. En la visita al paddock del equipo Movistar Yamaha, uno descubre que el taller donde están guardadas las cuatro motos de sus dos pilotos (Valentino Rossi y Jorge Lorenzo) es tan bello como una elegante habitación de un hotel de cinco estrellas con alfombra de lujo incluida, todo un ambiente de confort, nada de grasa regada ni tuercas por ahí, como uno podría imaginarse.

El ambiente detrás de las tribunas es espectacular. Cientos de aficionados se reúnen desde el viernes para poder conseguir una foto de su piloto favorito. No se le haga raro ver un grupo de fanes esperando largas horas y que de la puerta de los pits del equipo Movistar salga Valentino Rossi para verlo por un segundo, tal como si pasara montado en su moto. Y es que el italiano, de 36 años y nueve veces campeón del mundo, es la vedette de esta categoría. Lo ovacionan como un dios y él, con el gran carisma que lo caracteriza, lo agradece con una sincera sonrisa.

Después de presenciar una carrera del MotoGP, con la potencia de sus motores retumbando en sus oídos, y viendo cómo esos valientes pilotos se juegan la vida en cada segundo, solo ahí, puede uno constatar que este mundo de la velocidad es absolutamente alucinante.

*Invitación de Movistar

 

Por Olga Lucía Barona Torres, INDIANAPOLIS*

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