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A los 13 años, Luis Fernando Muriel se retiró del fútbol. Aquejado por una tendinitis en el glúteo, estuvo inactivo durante algún tiempo. A la vuelta a los entrenamientos, en las divisiones menores del Júnior, el técnico le dijo que no contaría más con él. Muriel entonces se decepcionó y decidió que no volvería a jugar. Pensó que sería mejor dedicarse al colegio y a los amigos. Divertirse, patear la pelota sin buscar nada.
Su papá, el señor Luis Fernando, le sugirió que lo meditara. Se había convencido del talento de su hijo desde que lo vio marcar por primera vez un gol. Tenía cinco años. Un tío materno organizó un torneo ‘cebollitas’ para niños de seis años en adelante. Luis Fernando papá le compró un uniforme del Júnior y suplicó porque dejaran jugar al niño. “Y a la primera que le dieron, se sacó a todo el mundo y metió gol. Desde entonces, en Santo Tomás lo apodaron Valencianito, porque era robusto y tenía mucho talento, como Iván René. ¿Cómo no le iba a decir que siguiera?”, recuerda su padre.
Le había costado mucho llegar hasta allí como para rendirse. Muriel vendía boletas de lotería para pagar sus pasajes. En esencia, se trataba de dos trayectos: uno al colegio, en el municipio de Palmar de Varela, y otro a Malambo, en la cancha de Bomboná, para ir a entrenar. Ganaba $100 por cada boleta, que vendía a $300. Como lograba vender 20 todos los días, completaba $2.000 para los viajes.
Lo hacía en Santo Tomás, casa por casa. Los tiquetes de la lotería, que daban un premio de $100 mil, se los entregaba un señor del barrio. Muriel no gritaba. Por el contrario, buscaba a la gente que conocía y les ofrecía la boletica.
Una semana después del retiro, Muriel debió pensarlo mejor. Álvaro Núñez, técnico de la Escuela Barranquillera, lo llamó para jugar. Lo encontró escondido, con los pies llenos de barro. Núñez tenía una moto Suzuki, y cuando el pequeño la escuchó, salió corriendo a casa, a meterse debajo de su cama. El entrenador lo había tenido en Júnior, y la regla desde entonces era tajante: no se jugaba en la calle. Pero Núñez, a quien había acudido la mamá de Muriel, deseaba encauzar el camino del atacante.
El valor del traspaso desde su antiguo equipo fue un disco original de Iván Villazón. Agustín Garizábalo, veedor del Deportivo Cali en la región, recuerda la llamada de Álvaro Núñez: “¿Agustín, tú te acuerdas de Valencianito, el que jugaba en Júnior? Bueno, lo rescaté, lo traje a la escuela. Ponle cuidado que va a ser bueno”. Según Núñez, le tomó entre tres y cuatro meses volver a su forma física, pese a las reticencias iniciales, al cierto desánimo para volver.
Al año siguiente, en 2007, participó en el tradicional torneo Asefal. Con siete tantos, fue el segundo goleador del campeonato, detrás de Andrés Manga Escobar, que marcó ocho. Lo vio Jorge Cruz —entonces técnico de las menores del Cali—, quien le pidió a Garizábalo que le hiciera seguimiento. El resto fue historia, vértigo. En noviembre ya estaba viajando a Cali a probarse. Le dijeron que lo llamaban. Él se desilusionó, porque había escuchado que a los que iban a aceptar les notificaban de inmediato, sin dilaciones, sin un “te llamamos” de por medio. Pero lo hicieron. Y un 14 de enero de —él lo recuerda perfecto— Garizábalo le dio los pasajes.
A los 15 recién cumplidos, se separó de la familia. Recibía las llamadas de su mamá en las noches; y lloraron los dos, porque era la primera vez que el consentido se iba de la casa. Pero no volvería más. Se encontró con Michael Ortega, el amigo de toda la vida y compañero de colegio, y sobrellevó la soledad hasta debutar en 2009, ya con 17 años, bajo las órdenes de Jorge Luis Bernal.
El sueño europeo
La condición estaba: si no recibía una oferta de Europa antes de ir al torneo Esperanzas de Toulon, Muriel firmaría con los Tigres de México. Lo sabía muy bien Helmuth Wenning, su representante, que le decía que había algo de Italia. Wenning se lo guardaba. Esperaba una confirmación y acaso también el momento más indicado.
“Aquí está lo que te prometí”, le dijo.
Puso el contrato del Udinese en la mesa. Muriel rio. Rio cada vez que Wenning lo miraba. Y celebró. “Ha sido de lo más bonito de mi vida. Llegar al fútbol europeo fue un sueño cumplido”.
Sin embargo, no todo sería tan fácil. Cedido por el Udinese al Granada, el delantero no pudo consolidarse en la segunda división del fútbol español. “El técnico Fabri González nunca confió en mí y eso me llevó a cometer errores”. En la desesperación, quiso desviarse del camino: juergas, excesos, confrontaciones.
“En España le faltó compañía, nadie le colaboró. Me contaban que lo invitaban a parrandas y como no pasaba por un buen momento decía que sí”, recuerda su padre. “Pero eso le sirvió para crecer y ahora lo veo muy maduro. Nosotros lo aconsejamos mucho. Para eso estamos: para jalarle las orejas, porque él sigue siendo mi niño, mi pelao”.
Vendría el Mundial Sub-20 de Colombia, el taco de Michael Ortega, el enganche absoluto a Koulibaly, el doblete para vencer a los franceses, el reconocimiento. Y también la dolorosa eliminación frente a los mexicanos, en cuartos de final.
“Nos preparamos muy bien como para llegar más lejos. Esa noche contra México no tuvimos la puntería de otros juegos para concretar”, explica Muriel, quien asegura que ahora aspira a un cupo en la selección de mayores.
El tacón de la bota
Lecce está al sur de Italia, en el tacón de la bota. Conocida como la Florencia del Sur, la capital de la región de Apulia tiene arquitectura barroca, gente cálida y cercanía al mar. Desde hace unos meses, Muriel juega en el equipo de la ciudad. Ha actuado en 24 partidos, 21 de ellos como titular, y ha marcado siete goles. Y encuentra que esa villa sureña es parecida a su país.
“La gente italiana del sur es como la gente nuestra, amable, querida; cuando uno va por la calle siempre te saludan, no como al norte, que si te encuentras a alguien por la calle, pasan derecho. Acá siempre está el saludo. He contado con esa suerte”.
Estuvo al principio con sus padres, que regresaron a Colombia para estar con sus dos hermanos. “No, no, soy muy consentido por mi mamá, me hace falta mucho tenerla al lado, a ella y a mi papá. También les digo que se vengan mis hermanos, que me los presten un ratico…”.
Sin embargo, Muriel ha encontrado en Juan Guillermo Cuadrado, su compañero en Lecce, una familia. “La comida colombiana me la hacía mi mamá porque no sé cocinar. Ahora que no están voy a la casa de Cuadrado, que vive muy cerca con su madre, y como de lo nuestro”.
Dice que extraña a los amigos, los ratos con ellos en Santo Tomás, debajo de un palo de mango, “jodiendo y jugando cartas y dominó”.
Aprendió italiano con la ayuda de Cuadrado, y ahora los dos ponen color y ritmo en el vestuario. “Cuadrado siempre hace reír a todo el mundo, él es la alegría, todos lo llaman para joder. Yo acostumbro a poner la música en el camerino y Juan Guillermo se inventa las coreografías y todos tratamos de bailar cuando hay un gol”.
Tiene los discos de Diomedes y cuando está libre, cuando no hay fútbol, va a alguno de los pueblitos cercanos, se sienta frente al mar y lo contempla.
Ya tiene 20 años. Ya no piensa en el retiro.
'Quisiera ser la mitad de lo que fue Ronaldo'
“Ronaldo es inalcanzable, pero tienen características similares. Es difícil ver a un jugador de 20 años hacer lo que hace”, dijo el técnico del Lecce, Serse Cosme, sobre Luis Fernando Muriel.
El delantero colombiano es modesto ante las comparaciones: “Ser como él es difícil. Ojalá algún día pueda hacer la mitad de lo que hizo Ronaldo en su carrera. Pero me llena de orgullo el comentario, me dan ganas de seguir demostrando mi talento”.
El Milan pretende ficharlo y para ello han propuesto al Udinese, dueño de los derechos deportivos del jugador, unos 10 millones de euros por el traspaso. Sin embargo, Inter y Arsenal, de Inglaterra, también se han interesado en él.
“Mi sueño es llegar a un equipo grande de Europa. Ahora ya toca esperar a lo que decida el Udinese. Yo tengo que volver a ese club y ellos dirán si continúo o me venden”, explica el goleador.