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Benditas sean sus manos

Figura del equipo de Ney Franco, Gabriel espera completar su actuación mañana ante Portugal, en la final del Mundial Sub-20.

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Redacción Deportiva
18 de agosto de 2011 - 10:00 p. m.
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A los 17 años, Gabriel fue convocado a la selección brasileña de mayores. El arquero se preparaba con la juvenil para la Copa Sendai, en Japón, pero una lesión de Gómez (el portero del Tottenham) cambió los planes, sus planes: el técnico Mano Menezes lo llamó como alternativa en el arco de Brasil, que en aquel momento jugaría un partido amistoso frente al Barcelona B.

“Me sorprendió porque aún era muy chico”, dice Gabriel. “Todos mis amigos me llamaron y escribieron para felicitarme. Fue un momento de mucha alegría y una experiencia muy grande. Me produjo un sentimiento que no puedo explicar porque todo jugador sueña con llegar a la selección mayor”.

Gabriel no conocía a Menezes. De hecho, sólo había escuchado su voz por teléfono. “Cuando me encontré con él, me elogió, me recibió muy bien y me transmitió mucha seguridad”, señala. Era una oportunidad tan rara como fundamental. “Todos me recibieron muy bien, me trataron como si hubiera estado con ellos por años”, recuerda. “Estaba con jugadores que veía en televisión, que admiro y con los que soñaba jugar algún día. Traté de aprender lo que más pude”.

En aquel momento, Gabriel hablaba de algunas metas: el Suramericano, el Mundial Sub-20 y los Olímpicos de Londres. El juvenil ya logró una: el torneo que Brasil ganó contundentemente en Perú, a principios de año. El del Cruzeiro fue clave en aquel equipo brasileño, que terminó el certamen con 24 goles marcados y apenas siete recibidos, en gran medida por su brillante actuación.

Ese once era medianamente parecido al que mañana disputará la final de la cita orbital de la categoría. Como la tendencia se mantiene, Gabriel ha sido figura y respaldo desde el arco. En seis partidos jugados, Brasil acumula sólo tres goles en contra. La cifra no basta, es cierto: también están las atajadas, el coraje y la convicción. Mirar al cielo, encomendarse a Dios e ir convirtiéndose de a poco, acaso sin quererlo demasiado, en la gran figura de su equipo.

Una imagen lo refleja perfectamente. En las semifinales, ante México y tras un mal saque, Gabriel salió a buscar la pelota frente a Érick Torres. Al pasar, el delantero mexicano lo golpeó con su guayo en la cara. “Creía que no iba a poder seguir jugando”, apunta. “Sólo veía por mi ojo izquierdo. Después se me inflamó el ojo derecho, pero debía seguir cuidando el arco. Valió la pena seguir”. Jugarse la vida como dogma, como convicción absoluta.

Gabriel nació en Unaí, un pueblo en el estado de Minais Gerais, al sureste brasileño. Pronunciando las palabras a medias, el portugués que habla es cerrado, ligeramente distinto al de la postal carioca y tropical que suele entenderse como Brasil. Su manera de expresarse tiene que ver con un hombre tranquilo, que prefiere actuar con modestia y silencio. Y que, ante los portugueses, buscará hacer realidad una ilusión.

Por Redacción Deportiva

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