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Carlos Serrano, gigante de corazón

Mientras usted lee este texto, Carlos Serrano, con sus 17 años, su pelo al rape, su piel morena y sus 1,45 m de estatura ya ha atravesado lo equivalente a cuatro piscinas de cincuenta metros. De orilla a orilla, sin pausa.

Sergio Silva Numa
13 de diciembre de 2015 - 06:07 p. m.

Suponiendo que una lectura tranquila de este texto le robe dos minutos y treinta segundos, Carlos, mientras tanto, habrá dado 148 brazadas bajo el agua a un ritmo frenético, casi rabioso. Y habrá pataleado también con tanta ira, que apenas habrá alcanzado a percatarse de las bocanadas de cloro que se traga en ese intento desesperado por agarrar oxígeno en la superficie para luego volverse a sumergir. Un movimiento preciso y calculado que repite cada 0,8 segundos.

Pero en esa rutina, que para Carlos es apenas una suerte de calentamiento, hay hoy otro ingrediente que a él se le antoja como una pizca de suerte: está haciéndola en Girardot. Y eso implica que los grados de más de esa cálida ciudad le impiden estrellarse contra el frío bumangués de las 4 de la mañana. En una semana volverá a pensar en ello: en que Luis Calderón, su entrenador -su descubridor y su tutor-, pasará por su casa, en el barrio Gaitán, para llevarlo a la piscina yerta y descubierta. Irá en moto. Así ha sido siempre. Así ha sido desde los últimos tres años cuando él, el “profe Luis-Carlos-Calderón-Fuentes”, le enseñó a nadar.

Sí, aunque Carlos, deportista, hoy tenga el récord en natación paralímpica; aunque en julio, en el Campeonato Mundial de Glasgow, Escocia, se haya llevado su oro más preciado y aunque hace dos días El Espectador lo haya reconocido como uno de los deportistas más destacados, él, antes de 2013, sólo sabía zambullirse en el agua. “Y -cuenta ahora Luis Carlos, el ‘profe’- nadaba 15 metricos y luego tenía que ponerse a flotar”. Un salto, zambullida, tragada de agua, pataleada, cansancio, adrenalina, a flotar y ya. Eso era todo.

El gusto por la natación, dice Carlos, le llegó tarde. No sabe por qué, si desde niño se había enamorado de los ríos de Valledupar. Allá, en esas aguas que han inspirado tantos vallenatos y en donde creció su papá, conoció el miedo de estar en un lugar hondo y sentirse vulnerable. Conoció también que su cuerpo, diagnosticado con acondroplasia (aquel trastorno que ocasiona el tipo más común de enanismo), se sentía pleno con ese contacto y que disfrutaba aún más del vacío estomacal que le producía el miedo. El miedo a que nadie lo detuviera, a quedar cubierto por la corriente y no volver a salir.

Pero los temores decidió acorralarlos en diciembre de 2012 con 15 clases de natación en Bucaramanga. La plata no daba para más. Y ahí llegó su única casualidad: en la última clase, en un cursito de saltos, apareció Calderón, quien, con su ojo fino y atinado, lo invitó a nadar. Gratis. Y le reveló, además, que por su contextura tenía todas las condiciones para practicar en competencias de alto nivel. Le dio también un dato vago: si se esforzaba y seguía al pie de la letra sus indicaciones podía llegar a la cumbre del deporte paralímpico. De ahí en adelante, cuenta Calderón, todo empezó a ser causalidad.

El resto de la historia la alimentan las cifras. En abril de 2013 ya tenía medalla de plata en un interclubes. A los meses, en los Juegos Parapanamericanos Juveniles de Buenos Aires, se llevó 4 oros en las 4 pruebas en las que participó. Luego, en otras competencias nacionales, sus registros empezaron a entrar en el top 5 de los más rápidos. En 2015 hizo récord en el Mundial de Natación en Glasgow, y en agosto, en los Juegos Parapanamericanos de Toronto, Canadá, se hizo con cinco oros y una plata. ¿Su especialidad? los 100 metros pecho S7 (la categoría en la que entran quienes tienen entre 1,37 y 1,48 metros). ¿Su gran registro? Un minuto, 15 segundos y 72 centésimas, logrado hace poco en un Open en México. Eso, saltándonos uno que otro triunfo.

Pero para él lo imprescindible es lo que viene ahora. Quiere romper las marcas en los Paraolímpicos de Río de Janeiro. Y para eso sus entrenamientos ya no serán de siete, sino de diez sesiones (lunes a viernes de 2:30 p.m. a 5:30 p.m. y, además, martes y jueves de 4 a.m. a 5:30 a.m.). Serán en la misma piscina santandereana, salvo unos sondeos en Brasil, Portugal y Alemania. Carlos lo cuenta y se aferra a su mejor ficha: “Entrenaré así termine estallado, mamado. Así el cuerpo no me dé más”. Así, como dice Duque, en el fondo del agua siga dejando, como lo ha hecho varias veces, su vómito y sus lágrimas.

Por Sergio Silva Numa

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