Colombia, tierra de escarabajos y embaladores

El ciclista monteriano Álvaro José Hodeg, que el viernes se había impuesto en la Clásica de Handzame en Bélgica, logró su segundo triunfo de la temporada, esta vez en la primera etapa de la Vuelta a Cataluña, de la que es el líder. Su historia.

Redacción deportes
20 de marzo de 2018 - 03:00 a. m.
El monteriano Álvaro Hodeg celebra su segunda victoria del año en Europa. / EFE
El monteriano Álvaro Hodeg celebra su segunda victoria del año en Europa. / EFE
Foto: EFE - Quique García

El joven ciclista colombiano Álvaro Hodeg, del equipo Quick-Step, se impuso ayer en el embalaje de la primera etapa de la Vuelta a Cataluña y logró su segunda victoria de la temporada.

El velocista monteriano, de 21 años de edad, superó con autoridad al irlandés Sam Bennett y el australiano Jay McCarthy.

Hodeg se enfundó la camiseta de líder y confirmó que es el llamado a seguir los pasos del antioqueño Fernando Gaviria, ya reconocido como uno de los mejores embaladores del mundo.

“Todavía no me lo creo. Es mi primera victoria en World Tour. Estoy muy feliz. He demostrado todo mi potencial”, declaró el colombiano a la televisión española tras cruzar la meta en Calella. “Es un sueño que se cumple. Ha sido una jornada increíble para mí, mi equipo me ha dado una oportunidad y esta victoria es para ellos”, agregó el excorredor del equipo Coldeportes, fichado este año por el Quick Step.

Este es el segundo triunfo en cuatro días para el prometedor velocista cordobés, ganador el viernes de la Clásica de Handzame, en Bélgica.

De sangre escocesa y libanesa

Le pusieron Álvaro José por la tradición costeña de ponerle al primogénito el mismo nombre del papá. Hodeg, por el tatarabuelo escocés que decidió abandonar su país para buscar mejor suerte en América luego de una Segunda Guerra Mundial. Y Chagui, el apellido de la mamá, de familia libanesa.

Álvaro José Hodeg Chagui pudo haber sido comerciante como su papá o ganadero como su abuelo. Pero no. Él eligió el deporte. Y el ciclismo fue la última parada luego de practicar tenis, de jugar fútbol y de ser campeón de voleibol en el colegio Gimnasio El Recreo de Montería. La actividad física fue el medio para canalizar la energía extra que tenía, para controlar la hiperactividad, para que se quedara quieto.

“Me lesioné la rodilla y tuve que dejar de jugar fútbol. Y empecé a salir en bicicleta por los lados de Ciénaga de Oro, por Arboletes, incluso hasta Planeta Rica, que es como a una hora de la ciudad. Y el pelao iba conmigo”, recuerda Álvaro José padre. Aprendió a montar en el parqueadero de su casa, al frente del Club Campestre de Montería, al que no volvió a entrenar tenis porque un día un profesor reaccionario se fue y no le encontraron sustituto.

Tenía una bicicleta con ruedas auxiliares de trial que su papá le trajo de Medellín, con la que sorteaba pasamanos y saltaba pequeños muros como cualquier niño que aún no es precavido, al que no se le ha infundido el miedo a la caída y, por ende, lo hace sin temor a nada. Y mientras su habilidad crecía, su talento sobre el caballo también. No el de acero, el de verdad. “Íbamos a la finca y pasábamos días enteros en el corral amarrando y marcando ganado. Es muy buen jinete. No le tiene miedo a nada”. Quizá por eso se volvió temerario y hoy en día lo vemos meterse por los espacios más recónditos en pleno embalaje a más de 70 kilómetros por hora.

No fue un niño desorganizado, tampoco contestón. Su único pecado era no quedarse quieto. Por eso su mamá tenía que dejarlo jugar antes de hacer las tareas, para que se pudiera concentrar, para que permanecer sentado durante un largo tiempo no fuera un martirio. “Era bueno en el colegio. Siempre lo motivamos y lo incentivamos para que se enfocara en el estudio”, Como juvenil ganó todo lo habido y por haber en Córdoba, un departamento con poca tradición ciclística y en el que eran más habituales el balón de fútbol y la pelota de béisbol.

“Cuando estaba en décimo, viajó de vacaciones a donde el padrino en Medellín y llegó a la semana con la idea de que quería terminar el bachillerato allá”. En Antioquia había velódromo, una liga organizada, más carreras, un nivel más alto. “Si es lo que quieres, pa'lante, mijo”, fue lo único que dijo su padre, entendiendo que para materializar lo que parece imposible hay que tomar riesgos. Pasó los exámenes y la entrevista en el colegio Bolivariano. Alternó sus clases con las idas al Aeroparque, cada jueves, para probarse con los ciclistas élites. Incursionó en la pista. Aprendió la técnica para sortear los peraltes, a frenar sin frenos, por pura inercia, y a controlar mejor la bicicleta. John Jaime González lo vio y lo convocó a la selección de Colombia para el Panamericano Juvenil de México (2014), certamen en el que se quedó con el bronce en la prueba de velocidad. El rumor de que había un costeño alto, portentoso, con una gran potencia en su tren inferior, se esparció tanto que llegó a los oídos de Carlos Mario Jaramillo.

Al poco tiempo estaba con el equipo Coldeportes Claro y convocado para el Mundial de Ruta en Estados Unidos (2015). “Estaba llorando. Pinchó en la prueba de fondo. Creo que es la única vez que lo he escuchado como derrotado por la vida”. Pero, como el árbol que soporta la tormenta para seguir dando frutos, no desistió. Por el contrario, entendió que perder es lúdico y enseña. Y hoy, luego de su primera gran victoria en el World Tour, Álvaro comienza a cosechar los frutos de todos sus sacrificios.

Por Redacción deportes

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