Egan Bernal, el ídolo del Piamonte

El Espectador presenta una parte del cuarto capítulo del libro “Egan Bernal y los hijos de la cordillera”, del periodista francés Guy Roger.

Guy Roger
09 de mayo de 2021 - 02:00 a. m.
Egan Bernal junto a  Gianni Savio, cabeza del Androni
Egan Bernal junto a Gianni Savio, cabeza del Androni
Foto: BettiniPhoto?2017 - Luca Bettini

La escena se desarrolla en Lissone, al norte de Milán, cerca del circuito automovilístico de Monza. Ese 16 de septiembre de 2015, Gianni Savio, el mánager del equipo continental Androni Giocattoli-Sidermec, asiste a la llegada de la Coppa Agostoni. Sigue buscando un corredor para completar su equipo de la próxima temporada. Savio estrecha manos, se informa, se encuentra con Paolo Alberati, un agente con el que a veces trabaja. Ocurre entonces un diálogo sorprendente:

–Gianni, tengo un corredor que te va a interesar. Es rápido en el esprint. Es un joven, Davide Pacchiardo…

Savio lo interrumpe:

–No necesito un embalador, no quiero tampoco un rodador, me queda un puesto para un escalador. Si sabes de algo…

–Pero lo tengo aquí. Está aquí, conmigo.

Toma a Egan Bernal del brazo y se lo presenta.

–¿Él? ¡Pero si es un niño! Yo quiero un escalador para ahora mismo y para poder sumar puntos en la Copa Italia, para poder disputar el Giro.

–Esta noche te envío las pruebas que pasó en Suiza hace dos semanas y me dirás si te sigue pareciendo un niño.

Al día siguiente, todo el mundo choca los cinco. Entre el tiempo que toma preparar el contrato y el 20 de septiembre, el trato –un poco caído del cielo– queda cerrado. El colombiano Egan Bernal llevará la camiseta del Androni Giocattoli-Sidermec en 2016. Pero son sus pruebas las que intrigan al mánager italiano. VO2 máx, vatios, umbral anaeróbico, todo es fuera de lo común en este joven escalador de dieciocho años. Savio nunca ha visto algo así desde que está en el medio del ciclismo. Un mundo hacia el que se encaminó en 1985 y del cual ignoraba casi todo cuando decidió no continuar con la actividad familiar en la empresa Giovanni Galli –su abuelo–, especializada en frenos y otros accesorios de bicicletas. Para Giovanni Savio el deporte era el fútbol, no el ciclismo. Más joven, llevó la camiseta del equipo Vallorco, en primera serie, donde sus compañeros lo apodaron «Gianni», como Rivera, el gran delantero del Milán AC y de la Squadra Azzurra. Después de su doctorado en Economía y Comercio en la universidad de Turín, Gianni –se quedó con el apodo de los futboleros– entendió que la partida estaba perdida frente a la competencia de los mercados asiáticos y se lanzó a la conformación y la gestión de equipos ciclistas profesionales, pequeñas estructuras. Lleva treinta y cinco años reactivando «viejas monturas», como Lucien Van Impe en 1985, ganador del Tour 1976. O dándoles una oportunidad a los jóvenes: Andrea Tafi en 1990, futuro ganador de París-Roubaix en 1999, o Romans Vainsteins en 1998, campeón del mundo dos años después, en Plouay.

Ahí es entonces donde aterriza Egan Bernal en el otoño de 2015, un joven corredor que presenta unas cualidades fisiológicas de marciano.

Con el tiempo, ese caballero italiano de punta en blanco, con buenos modales, heredó otro apodo: «Il Principe» (el príncipe). Pero por su manera de consolidar sus equipos, de apilar a los patrocinadores como un cocinero los platos –único medio para existir–, es visto a veces como «el príncipe del ingenio», título de un artículo publicado en Vélo Magazine en mayo de 2019, escrito por Jean-François Quénet, donde también se puede saborear el humor de Marco Pastonesi, antiguo cronista de La Gazzetta dello Sport: «En otra vida habría podido ser cónsul honorario, obispo auxiliar o actor de películas mudas. Hoy podría parecer un cantante de Las Vegas, un músico de piano-bar o un petrolero texano. No, Gianni Savio es ‘el Guepardo’ del ciclismo [alusión a una novela italiana], el Gabriel García Márquez de las dos ruedas». Sin embargo, tras haber pasado tantas necesidades, tal vez por fin va por buen camino con Bernal, y en ese asunto su buena estrella no lo abandonó. Cuando Paolo Alberati le presenta al joven colombiano, el agente italiano ya había tocado la puerta de los dirigentes del Katusha, que querían a Bernal pero para relegarlo a su equipo de reserva, únicamente calificado para el calendario continental. Luego tocó la del Orica (convertido en Mitchelton) que estaba completo, y finalmente la del Vini Fantini, que pidió considerarlo. «¡Con semejantes pruebas!», se indignó Savio.

Entretanto, Michele Bartoli, el antiguo gran campeón de las clásicas (Tour de Flandes 1996, Lieja-Bastoña-Lieja 1997 y 1998, Tour de Lombardía 2002 y 2003), convertido en entrenador, le confirmó que los valores de su nuevo recluta eran rigurosamente exactos. «El niño» que le presentaron a Savio en la llegada de la Coppa Agostoni es un fenómeno. Su consumo máximo de oxígeno es de 92, desarrolla una potencia de 420 vatios al cabo de un esfuerzo de veinte minutos, su umbral anaeróbico es de 195.

A su vez, Giovanni Ellena, director deportivo del Androni, queda desconcertado por las cualidades del muchacho: «No sé si algún día volveré a ver algo así. Porque además de sus excepcionales cualidades físicas, su fantástica capacidad de recuperación, su potencial como escalador y rodador, para su edad Bernal tiene una inteligencia y una madurez extraordinarias. Su reflexión no es la de un joven de diecinueve años sino la de un adulto de cuarenta. Siempre pensé que tenía un físico de colombiano con una cabeza de inglés. Nunca satisfecho con su desempeño, haciendo preguntas sin parar. ‘¿Por qué, por qué?’, como los niños cuando tienen tres años».

Procedente de Pertusio, una pequeña ciudad del Piamonte, Ellena se preocupa personalmente por su integración. Cerca de su casa, en San Colombano Belmonte, conoce un paraje, Buasca, donde un pequeño restaurante con el mismo nombre tiene dos cuartos disponibles para alquilar. Bernal pasará ahí seis meses extraordinarios y entablará relaciones de amistad que le ayudarán a soportar la soledad, lejos de Zipaquirá y de su familia. Sus nuevos amigos, Massimo Giovando, Vladimir Chiuminatto, Paolino, la cocina del chef, por supuesto, lo ayudan a sobrellevar las heladas temperaturas del invierno piamontés. Giovanni Ellena nunca está muy lejos. Le consiguió un compañero de ruta para rodar durante el entrenamiento, Paolo Alberto, un aficionado local. Juntos ascienden a menudo las serpenteantes rutas del puerto de Nivolet, a 2.641 m, en el parque nacional Gran Paradiso. Desde la cima se vislumbran los Alpes franceses, el parque de la Vanoise y el Iseran, que asciende a 2.770 m. «Veinte km a toda marcha, sólo hay que imaginárselo», resopla Ellena. Porque no hay carretera para llegar hasta allí directamente. En tono de broma, repitió varias veces: «Un día, cuando estés allá en el Tour de Francia, pensarás en nosotros…».

El aprendizaje de Bernal –pasando por alto el Tour mediterráneo en febrero de 2016, su primera carrera en la élite («Me pareció tan difícil que pensé dejarlo y regresar al ciclomontañismo»)– no es más que un mosaico de trofeos a mejor joven: Semana internacional Coppi-Bartali en marzo, Giro del Trentino en abril, de la Comunidad de Madrid en mayo, rápidamente seguidos por una primera victoria en el Tour de Bihor, en Rumania. Pero ¿tenía sus defectos, si buscamos argumentar? «Si hablamos sobre su manera de correr –dice Savio–, yo diría que ninguno. Observador, concentrado, inteligente, humilde. Todo lo contrario a la estrella en ascenso que cree saberlo todo. Siguió todos los consejos de Bartoli al pie de la letra durante dos años: alimentación, programas de entrenamiento… Más riguroso, imposible».

Su director deportivo, estupefacto por el corredor y el que descubre al hombre, tampoco dirá lo contrario: «En carrera su adaptación fue meteórica. Jamás una nota en falso. Pero fue afuera donde me sorprendió. Como en todos los equipos, a veces hay pequeños desacuerdos entre los corredores. Siendo buen partidario de la democracia, lo vi defender a compañeros que consideraba injustamente acusados con una convicción a través de la que ya se sentía un alma de líder. Aunque los demás tuvieran treinta años y él diecinueve, no cedía».

Todo se acelera en 2017. Ahora Egan vive en Cuorgnè. Pero Buasca, donde el ambiente siempre es cálido y familiar, sigue siendo el lugar de los encuentros. La idea de un club de fans de Egan Bernal se perfila (nació en ese entonces y cuenta con cuatrocientos tifosi*). Vladimir Chiuminatto, el alma de la fiesta en la escuadra, también le hizo una promesa: «Si ganas un gran Tour, pintaré un muro de mi casa de rosado, de amarillo, de lo que tú quieras». Egan sonrió y le tomó su palabra: «Es suficiente con que pintes la bandera colombiana en tu fachada». Vladimir cumplió y dos años después decoró su fachada con un mural del «ídolo de Buasca» en camiseta amarilla, regularmente fotografiado por los buses de turistas que se detienen en la hostería, donde Massimo. Los mejores equipos del World Tour se habían fijado en él desde hacía tiempo en 2017 y las ofertas llueven sobre el escritorio de Gianni Savio. El mánager italiano juega la carta de la transparencia: «Egan, ¿qué quieres hacer la próxima temporada?». La respuesta en su cabeza está lista desde hace años: «Quiero correr en el mejor equipo del mundo».

Después del Tour 2017 –el cuarto de Christopher Froome, el quinto para la formación Sky–, el equipo inglés, que dispone de medios estratosféricos, eclipsa la competencia. A finales de julio, bajo el mayor secreto, Bernal parte hacia Inglaterra, pasa las pruebas médicas y firma su nuevo contrato. Nada se filtrará y en Zipaquirá, Fabio Rodríguez, incluido en la confidencia por Flor, la madre, guarda la información en caliente. Se publica una única noticia en la prensa: el colombiano, que se «sintió manipulado» por Paolo Alberati, su agente, una situación que alteró su relación con Pablo Mazuera, el amigo de siempre, pasó al pabellón de Giuseppe Acquadro, el hombre que defiende los intereses de las tres cuartas partes de los corredores colombianos.

El 18 de agosto de 2017, el seleccionador Carlos Mario Jaramillo nombró a Bernal como su líder para el Tour de l’Avenir, desde Loudéac en Bretaña hasta Albiez-Montrond en Saboya. Está rodeado por Iván Sosa, Álvaro Hodeg, Daniel Martínez, Camilo Muñoz y Enrique Sandoval. Se impone en la séptima etapa, toma el poder, lo conserva hasta el final, y así se convierte en el sexto colombiano, después de Alfonso Flórez, Martín Ramírez, Nairo Quintana, «Supermán» López y Esteban Chaves, en inscribir su nombre en el palmarés de la prueba. Esa misma noche, el equipo Sky oficializa su llegada para 2018 en un tweet de felicitaciones. Gianni Savio no lo habrá perdido todo. La cláusula de rescisión, que prevé una indemnización de trescientos mil euros, será pagada en su totalidad por los ingleses.

La historia de Bernal en El Piamonte no termina ahí y en septiembre de 2019 conocerá un episodio imprevisible. Tras haber regresado a su casa en Zipaquirá, el ganador del Tour decide preparar el final de temporada sobre sus carreteras de entrenamiento de siempre, que a veces suben a más de 3.000 m. Muy pronto queda envenenado durante sus salidas por los carros que lo persiguen para tomarle fotos, es interrumpido cada diez metros cuando hace sus compras, es solicitado constantemente para entrevistas, galas, recepciones. El aire de «Zipa» se volvió irrespirable. Confidencia de Giovanni Ellena, su antiguo director deportivo: «Un día me llama y me pregunta si puede venir a entrenar aquí, bajo la mayor discreción, y yo le organicé su semana. Lo seguí en carro durante su reconocimiento del Gran Piemonte (el antiguo Giro del Piemonte), el resto lo hizo solo o con Paolino, su gran amigo. Esa es la prueba de que se siente cómodo con nosotros. Trabajó duro, ganó el Gran Piemonte y estuvo muy cerca de llevarse el Tour de Lombardía».

El 13 de enero, fecha de cumpleaños del colombiano, su club de fans organizó en Buasca una pequeña fiesta en su honor. Cuando sonaron las once de la noche (las cinco de la tarde en Colombia), Bernal los acompañó por teléfono. Como buen piamontés, Franco Balmamion, de ochenta años, dos veces ganador del Giro (1962, 1963), tercero en el Tour de Francia (1967), fan absoluto del colombiano, radiante, con salud perfecta, compartió ese momento de emoción. Balmamion tenía apenas veintidós años cuando ganó su primer Giro, la misma edad que tenía Bernal en su Tour 2019: «Nacimos con dos días de diferencia –precisa–, él, el 13, y yo el 11 de enero, pero yo mucho tiempo atrás. Ya no ruedo, pero me basta con cerrar los ojos y puedo seguirlo por la carretera que sube al puerto de Nivolet. La conozco de memoria». Su francés es somero pero sus palabras suenan precisas cuando habla de Bernal: «Trabajador, inteligente, generoso, fuoriclasse [que no es necesario traducir]». Nostálgico por otra época en la que los duros piamonteses se llamaban Italo Zilioli, Agostino Coletto, Angelo Conterno o Nino Defilippis, ahora se conforma con acariciar con la mirada su bicicleta Colnago, esmaltada de azul marino. ¿El relevo? Hoy en día le da un poco igual: «Il giovane, de acuerdo, es colombiano, pero ahora es como si hubiera nacido un poco aquí».

* Traducción de Katerina Sierra Fiodorova. El libro es coedición de Luna Libros y Laguna Libros.

Por Guy Roger

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