El hombre que cuida las piernas de Nairo en el Tour de Francia

Mikel Otero es el masajista del colombiano desde que llegó a Movistar, en 2012. El español cuenta cómo es convivir a diario con el ciclista boyacense en la carrera más importante del mundo.

Camilo Amaya - Enviado Especial a Albi
17 de julio de 2019 - 01:49 p. m.
Otero y Nairo durante la cuarta etapa del Tour 2019. / Movistar
Otero y Nairo durante la cuarta etapa del Tour 2019. / Movistar

En el equipo Movistar todos los que están detrás de los ciclistas hacen de todo. Los mecánicos recogen la basura y ayudan a Lorenzo Pajares, el chef, a ordenar la comida en un camión que por dentro más parece una cocina, los conductores cargan las bicicletas de un auto a otro y los masajistas se dedican a las compras. Con lista en mano, tras los pedidos de Pajares, un gaditano al que cuesta entenderle cuando se emociona y habla rápido, Mikel Otero se va en una de las camionetas de la escuadra hasta Albi por las provisiones.

Una hora después regresa al Chateau de Salettes, el hotel en el que se hospedan Nairo Quintana y sus compañeros, un lugar que tiene su propio viñedo de Gaillac  y hasta una torre a la que se puede acceder por unas escaleras de caracol y se asemeja a una mazmorra. Antes de salir a rodar en la jornada de descanso, porque los músculos necesitan mantener la costumbre del ejercicio, el colombiano cruza un par de palabras con Mikel, elige la bicicleta de contrarreloj, quizá pensando en la crono individual de este viernes (solo él e Imanol Erviti escogen la de la rueda lenticular) y sale por una carretera tan angosta en la que apenas cabe un carro.

Otero se da la vuelta, termina de desempacar lo que ha traído (le toma 45 minutos) y se dispone a organizar la camilla en la que le hará el masaje a Nairo. Se conocieron en 2012, cuando Eusebio Unzué le pidió el favor que fuera al aeropuerto de Pamplona por un colombiano negrito, chiquitito él, que era la nueva contratación del Movistar. Desde ese entonces los lazos entre ambos son fuertes, al punto de contar infidencias, dar consejos y no precisamente de ciclismo. “Trato de que la charla después de una etapa sea muy amena. Muchos no lo saben, pero Nairo se ríe bastante, suelta carcajadas y tiene apuntes muy finos”.

Su misión, además de distensionarle las piernas, es relajarle la mente y alejar la presión. Y cuando la conversación languidece viene una broma que corta como una navaja la rigidez del momento y hace que Nairo no se contraiga, y todo es más sencillo. Unos días tiene que hacer mucha fuerza, pues el kilometraje endurece y reduce la salud cardiovascular. “Mis manos son mis ojos. Sé cómo está Nairo con ellas y con la exploración voy mirando en qué tengo que hacer más énfasis”.

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Otero tiene 33 años, como ciclista no pasó de lo aficionado y por eso estudió radiología, luego hizo una especialización en fisioterapia y osteopatía, pues los años en los que bastaba con saber algo de este deporte para masajear quedaron atrás. Eso sí, aún permanecen la camaradería, la confianza y el trato personal de las épocas en las que los mejores solo buscaban alguien que los escuchara sin prejuicios. “Lo oigo, se desahoga y después me pregunta por la familia. Me siento orgulloso de tocar al que podría ser el campeón del Tour, al mejor de la historia de Colombia. Pero más allá de eso por ser su amigo, hasta su confidente”.

El trabajo con Nairo puede durar entre hora y hora y media. De hecho, cuando los traslados son muy largos, ambos se van juntos en el autobús y el boyacense le va diciendo qué siente y qué necesita, y él se hace una idea de lo que debe buscar con el fin de que Quintana esté a tope para lo que resta. “Está con la pierna finita, como otros años. Pero esta vez hay algo diferente y no se trata de un tema físico. Le han quitado la presión; bueno, él mismo la ha alejado, y lo veo más tranquilo, concentrado, la palabra exacta sería enfocado. Tengo que estar atento para hacer muy bien mi labor y para que Nairo haga la suya”.

Durante la carrera, Mikel va en uno de los autos y está encargado del avituallamiento en competencia. De sacar las bolsitas que parecen mochilas y entregarlas en los puntos autorizados. No es algo sencillo, pues un apretón de más o una fuerza innecesaria mandarían al suelo a un corredor que puede venir a más de treinta kilómetros por hora, en el peor de los casos (se procura hacer esto en ascensos). Luego de siete años juntos, de haber visto a Quintana a tope como en la etapa del Mont Ventoux, en el Tour de 2013, cuando el colombiano cayó al suelo desfallecido por el tremendo esfuerzo y tratando de aspirar a bocanadas el escaso oxígeno en la cima, Otero se sigue asombrando con la misma facilidad de antes. “Este tío es grande. Su manera de correr lo hace más grande aun. Hace dos jornadas, a rueda como todo un sprinter, en un terreno que no es el suyo con el viento azotando sin compasión”.

Este sábado llega el Tourmalet, la cima que recorrió el periodista Alphonse Steinès en 1909 cuando en ese entonces buscaban nuevos desafíos para una carrera naciente, suicida para algunos. “En París están todos locos”, le dijo en ese entonces un ingeniero de caminos cuando el hombre le comunicó que quería que una etapa del Tour pasara por allí. Ya después vendría la historia de Steinès perdido en la inclemente montaña, la ayuda de un pastor que dejó su rebaño por guiarlo y la travesía hasta la nevosa y temeraria cúspide. También el descenso a ciegas, solo, en plena noche, el maldecir su suerte hasta querer morirse y el famoso telegrama a la mañana siguiente, con las manos congeladas, a la dirección del L’Auto: “Cruzado el Tourmalet, todo en buen estado y ningún problema para los ciclistas. Hay que pagar 5.000 francos para adaptar la vía”.

“Es una buena oportunidad para mover de nuevo la general. Veremos qué sucede. Si me preguntan por lo físico, Nairo está diez puntos, ansioso de que llegue lo que tenga que llegar”, concluye quien mejor conoce las piernas de Quintana y quien las cuida con la delicadeza de un mondadientes.

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Por Camilo Amaya - Enviado Especial a Albi

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