Esteban Chaves, un berraco

Jairo Chaves, el papá de Esteban Chaves, cuenta cómo le enseñó a su hijo a ser un guerrero en la vida y a no rendirse nunca. La historia del bogotano que será local en los Nacionales de Ruta.

Luís Guillermo Montenegro
23 de febrero de 2017 - 02:05 a. m.
El ciclista colombiano del equipo Orica, Esteban Chaves, en el pelotón durante la vigésimo etapa de la Vuelta Ciclista a España. / EFE
El ciclista colombiano del equipo Orica, Esteban Chaves, en el pelotón durante la vigésimo etapa de la Vuelta Ciclista a España. / EFE

Cuando a Jairo Chaves se le pregunta de dónde viene la berraquera de Esteban, se extiende en palabras. Sus ojos brillan, su pecho se hincha y con orgullo comienza a contar con detalles lo que han hecho él y su esposa Carolina para que su primogénito se haya convertido en el excelso ciclista que hoy es. Al lado de Bryan, su hijo menor, y Juan Felipe Silva, uno de los mejores amigos de Esteban, le cuenta a El Espectador cómo ha sido el proceso y qué significa verlo pedaleando junto a los grandes ciclistas del mundo. 

“A veces las circunstancias de la vida nos hacen fuertes. A mí me tocó sacar una familia adelante y trabajar muy duro. Lo principal era enseñarles que todo se logra con esfuerzo y dedicación. Que lo que uno sueña se logra pero siempre hay que exigirse. Esto no fue un trabajo que hice yo solo, sino junto a mi esposa Carolina, quien con mis hijos siempre fue muy sicorrígida. Recuerdo que cuando ellos tenían cuatro o cinco años, ella era la que les revisaba las tareas y si veía algo que no estaba bien, les arrancaba la hoja y les hacía volverlo a hacer. Suena duro, pero ese tipo de cosas han sido importantes para que mis hijos hayan entendido que siempre hay que buscar la excelencia. Un niño va creciendo con eso y se va formando con esa berraquera que se debe tener en la vida.

¿Cómo me di cuenta de que mi hijo tenía madera para el deporte? Recuerdo que en una mañana de un fin de semana lo llevé a una carrera de atletismo en Soacha. Llevaba dos o tres meses entrenando y me había pedido que quería competir, así que lo inscribí. Eran más o menos 300 niños y no se me olvida que tras la primera vuelta el que primero pasó por la meta fue Esteban. Ahí me dije: ‘ahí hay algo’.

Yo toda mi vida hice deporte. No recuerdo un día de mi vida sin hacer deporte. Mi mamá me apoyó mucho hasta cierto punto, porque me dijo que la prioridad era el estudio y no los vicios. Pero yo siempre he creído que el deporte es un buen camino para la educación de los hijos y por eso siempre les inculqué la importancia de hacer ejercicio: montar en bicicleta, jugar fútbol o trotar. Claro que nunca hice eso con la intención de que mis hijos fueran profesionales, simplemente me di cuenta sobre la marcha que había talento.

Un día llevé a Esteban a montar bicicleta con un grupo de mis amigos, ya veteranos, en Villa de Leyva. Él tenía 13 años. Eran 12 kilómetros y nos sacó ventaja a todos. Al segundo fue algo así como ocho minutos. Yo me entusiasmé y al poco tiempo lo metí a una escuela de ciclismo, luego en la Liga. Al principio lo llevé un poco acelerado, porque no sabía bien como era todo el tema del ciclismo, pero él respondía. Él era de la categoría infantil y en una oportunidad había un circuito en el Parque El Tunal en una categoría juvenil, les ganó a todos. Uno empieza a meterse en el cuento. Al principio era más un juego, pero poco a poco se comenzó a volver en serio. Yo lo llevaba a correr a un lado, al otro. No era que ganara todo, pero lo hacía bien. No de una manera exuberante, pero estaba ahí, entre los de adelante.

Todo por Esteban

Yo tenía una fábrica de muebles que se quebró por estar con Esteban. Tenía que descuidar mucho el negocio por estar pendiente de mi hijo. Yo salía a entrenar de cinco a siete de la mañana y me iba a trabajar y estar al tanto de los negocios, pero luego todo se volvió una viajadera con Esteban y eso hizo que comenzara a descuidar la carpintería. Incluso eso fue un conflicto en mi familia, porque ya no había para todo. Mi papá y mis hermanos me decían: ‘Usted está loco. No van a vivir del ciclismo’, pero yo les respondía: ‘Ustedes no me dan para él, ¿no? Entonces no me jodan la vida’.

Cada vez el negocio más para abajo y yo con Esteban más de lleno. Fueron un par de años muy difíciles, de andar pelados, hasta que Esteban ganó el Tour de l’Avenir en 2011. Ahí la vida nos empezó a cambiar. Él ha sido un muy buen hijo, actualmente es un pilar fundamental de la economía de la casa. Nos apoya en todo. Por ejemplo a su hermano, que está siguiendo sus pasos, le ha tocado suave, porque Esteban le ha dado cosas que ni él pudo tener en su momento.

Mi esposa Carolina fue cómplice de todo. Ella siempre creyó en lo que hacíamos. Aceptó mi loca idea en ese momento y nunca cuestionó nada. Fue la mitad de este proceso, porque sin ella no hubiese sido posible. Así como le exigía en el colegio con las tareas, también lo hacía en el deporte. Le decía a Esteban que el uniforme tenía que estar limpio y era quien le ayudaba a lavarlo cuando solo tenía uno.

El ciclismo en Colombia es diferente al de Europa. Cuando él salió a competir al Viejo Continente y fue a su primera carrera en Portugal, se lanzó en una fuga. Estaba haciendo mucho frío y además había llovido mucho. A él se le olvidó comer bien e hidratarse y faltando 13 kilómetros lo pasó todo el mundo, lo dejaron solo, le dio hipotermia, llegó solo a la meta, llorando y vuelto nada. Lo recibieron y lo tuvieron que llevar a un lugar más caliente, cambiarlo e hidratarlo. Obviamente ir a ese límite no es fácil. La primera vez eso cuesta. Cualquier otra persona pudo haber dicho en ese momento ‘esto es una mierda’, pero él no. Al otro día siguió la carrera, nuevamente se lanzó a la fuga, demostrando que ya había aprendido la lección.

Cuando ganó el Tour de l’Avenir, la etapa definitiva no le favorecía a él porque era una montaña mediana e iba a siete segundos del líder, un canadiense que rodaba muy bien en ese tipo de terrenos. Él no se dejó intimidar de eso, lanzó un ataque, se convenció de que podía lograr el triunfo y terminó con el título y vestido de amarillo. A él uno lo ve con una determinación de querer hacer las cosas y no detenerse, que lo motiva a hacer todo igual.

La única vez que pensó en dejar el ciclismo fue en medio de la recuperación de su accidente. Lo habían operado, llevaba dos o tres meses de terapias, de jornadas de gimnasio y no se veía avance. Tenía que ayudarle a su mano a hacer todo. ¿Qué ciclista profesional puede montar con esas limitaciones? Nos tocó verlo llorar, sufrir, pero yo le decía que para adelante. En ese tiempo iba con él por la mañana, por la tarde. Todo el tiempo a su lado. Él me decía: ‘¿Qué tal que no llegue o no me mejore? No me veo haciendo otra cosas’. Pero yo le decía que le diera, que le faltaba poco.

Cuando Esteban iba a verse con el médico Castro, él le preguntaba: ‘Bueno, chino, ¿cómo va?’. Él no podía ni mover el brazo, pero el médico le decía: ‘Huy, va muy bien, ya casi, ya casi, qué berraquera. Yo lo veo divinamente’. A la próxima cita lo mismo… Cuando Esteban ganó en California y trajo la camiseta para regalársela al médico, él reconoció que en el fondo pensaba que Esteban nunca iba a volver. ‘Yo lo veía a usted y cuando se iba me quedaba preocupado y pensando que ese brazo iba a quedar jodido’. Con ese triunfo en California, Esteban se dio cuenta de que estaba de regreso y que su sueño de ser campeón del Tour de Francia se podría lograr algún día.

Uno en la vida puede ser lo que uno quiera. Pero a veces los papás somos matasueños. Soy totalmente convencido de que uno puede lograr las cosas por más imposible que parezcan. Si uno quiere ir a la Luna, pues esfuércese y trabaje y algún día se logrará. A Esteban lo apoyamos en todo. Quiso trotar y lo metí a una escuela con profesor y lo llevábamos todos los días. Luego quiso natación y fue igual. En ese proceso uno no tiene claro para dónde van, pero esa es la manera de que ellos se encuentren. En mi vida personal tengo muchos vacíos porque no me encontré conmigo mismo y tal vez si yo lo hubiese podido hacer, no los hubiera llevado a ellos por el rumbo del ciclismo. Si uno no va por esas cosas que sueña, pues es imposible. Siempre he querido con mis hijos que sean felices haciendo lo que les gusta. Bryan quiere ser también ciclista: pues vamos a ver hasta dónde le da, pero haremos todo lo posible porque logre su sueño. Esteban a los 15 años me dijo: ‘Papá, yo quiero ganarme un Tour de Francia’, y yo todos los días pienso que gracias a su esfuerzo y trabajo, lo va a poder lograr. Vamos a hacerlo. Yo quebré mi empresa porque la descuidé por el sueño de mi hijo, y si no lo hubiera logrado, no hubiese importando porque por lo menos lo intentó y esa es la clave. Así debe ser la labor de uno como papá.

Yo les digo a ellos que yo tengo espíritu de Peter Pan. Porque uno puede crecer, pero nunca debe perder el espíritu de niño, que es el de divertirse y reír. La vida es así, es una bacanería. Esteban creció en un ambiente feliz, echando chistes y mamando gallo todo el tiempo. La mejor manera de superar los problemas es con una sonrisa. Eso veo que él lo aplica día a día”.

Por Luís Guillermo Montenegro

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