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El escritor Manuel Mejía Vallejo repetía hasta la fatiga que se sentía orgulloso de haber pasado su infancia entre Jericó y Jardín. Y con el mismo empeño se refería a la subida serpentina para llegar al lugar donde nació, al pueblo de la Madre Laura, al municipio que inspiró su novela La tierra éramos nosotros (1945) y donde le redactaba las cartas de amor a los arrieros que no sabían escribir.
“Te genera un mareo de altamar”. Todo comienza muy cerca del río Cauca, con un calor abrasador y un bosque tropical seco que provee a la carretera de una sombra acogedora. A medida que se va para arriba el paisaje cambia tal cual lo hace la pendiente.
Por ejemplo: el primer tramo ya tiene rampas del 11%, un par de secciones continuas al 8% y otra al 13%. Al lado ya aparece uno que otro cafetal y sobre la vía, en una especie de procesión, recolectores de torso grande y hombros anchos que caminan a un ritmo manso por el peso de los sacos.
En ese punto, para el ciclista, apenas inicia el sufrimiento, pues los ocho kilómetros iniciales no dan descanso y seguramente el latir del corazón se sentirá en las sienes. Luego viene una seguidilla de curvas, primero una a la derecha, después otra más empinada a la izquierda y en la que los carros recurren a la primera velocidad para no perder el impulso.
Por esta época del año es común ver en el asfalto las hojas que salen volando de los tantos árboles que bordean el camino. La belleza del paisaje distrae de la rudez del recorrido y un ventarrón fresco da la bienvenida a otro clima, a otro nivel de intensidad, a rampas con el 7% y tres kilómetros al 9,83% que obligan a una cadencia menguante para no desfallecer más arriba.
A medida que se sube, las curvas se hacen de herradura y se ve con más claridad el cerro de Las Nubes, y la panorámica contrasta con la bruma ocultando el pico de las montañas de un lado y la vastedad del río Cauca que zigzaguea a lo lejos del otro.
Al final, muy al final y seguido de unos planos que dan descanso a las piernas, viene el último esfuerzo al 16% para culminar con un repecho del 11% ( un total de 1.450 metros de desnivel).
Ese impulso abre las puertas a un pueblo que se encuentra custodiado por el cerro El Salvador, que huele a café y en el que es muy sencillo deslumbrarse por la arquitectura tradicional y los balcones coloridos, y los guayacanes en las portadas que colorean un lugar del que los jericoanos no quieren irse jamás para no tener mucho que hacer, nada para extrañar y sí muchos bosques y ríos para proteger.
*Invitado por la organización