La bicicleta, dos mujeres, el Caníbal y la Garza Real en las competencias

“Yo amo la bicicleta porque me permite olvidar. Yo hago buenas marchas y pienso, pero en bicicleta siento el viento y no pienso más, y nada mejor que un descanso mental en ella”, Émile Zola (en Les Annales politiques et littéraires n° 681, 12 juillet 1896.)

“Yo amo la bicicleta porque me permite olvidar. Yo hago buenas marchas y pienso, pero en bicicleta siento el viento y no pienso más, y nada mejor que un descanso mental en ella”, Émile Zola (en Les Annales politiques et littéraires n° 681, 12 juillet 1896.)

Para salvar el calendario ciclístico de la pandemia COVID-19, las tres más importantes carreras del mundo están rodando este año en los meses de septiembre, octubre y la primera semana de noviembre. El Tour, el Giro y La Vuelta son la obsesión de los mejores ciclistas del mundo, sin olvidar el campeonato mundial de ruta el último fin de semana de septiembre (Julian Alaphilipp se quedó con la camiseta arcoíris). Por primera vez en la historia el Tour de Francia se llevó a cabo, durante el noveno mes, con reglas muy estrictas por la presencia del virus.

Agustín Lozano, un amigo español de la ciudad literaria de Alcalá de Henares, me ha llamado durante septiembre admirado por la presentación de los colombianos en la etapa 13 del Tour de Francia, 2020. Daniel Felipe Martínez ganó la etapa y cuatro colombianos entre los seis primeros de la clasificación general ese día. Una presentación única. Y luego, para hablarme del ganador de la etapa 17, Miguel Ángel López, que con una estrategia de escarabajo rigurosa ha sabido atacar sin clemencia a los dos eslovenos que han comandado el Tour hasta el final.

Para mi amigo el ciclismo es un deporte bello, peligroso y muy sacrificado, además de la presencia de la industria farmacéutica de productos prohibidos que pueden empañar las grandes carreras, y estar al acecho moral y físico de nuestros jóvenes ciclistas. El corredor tiene que asumir los rigores del profesionalismo, que es ser un verdadero trabajador de la bicicleta y un hombre de honor ético.

En la televisión pública francesa que transmitió el último Tour se informó, en la voz del exciclista Laurent Jalabert, que un profesional recorre 35.000 kilómetros anuales. Imaginemos los miles de kilómetros que nuestro Rigoberto “Circus” Urán ha tenido que pedalear para sostener a su mamá desde hace cinco años y ahora a su señora al mismo tiempo, como lo declaró hace poco.

En Europa, en los años posteriores e inmediatos a la Segunda Guerra Mundial, ya decían que el ciclismo era el deporte más parecido a un verdadero trabajo por los riesgos y sacrificios que exigía. Los duelos de esa época entre los italianos Gino Bartali y Fausto Coppi, dos personalidades diferentes, ya expresaban la antípoda: el primero fortachón, recio y mal humorado; y el segundo con apariencia de ser frágil, sencillo y tímido. Se puede encontrar casi todo reunido sobre una bicicleta, pues también hay ciclistas que son una ambivalencia de caracteres como el caso del belga Eddy Merckx, que es el mejor de todos los tiempos y el que más victorias se llevó en la historia corriendo entre los años de 1965 y 1978. Ganó cinco Tours de Francia, cinco Giros de Italia y una Vuelta a España.

En Francia decimos que un corredor es un filósofo que aprende a existir. Mi amigo español, apasionado absoluto del deporte, me decía que deben ser muchos los pensamientos que tiene un hombre que está sentado seis o siete horas, casi todos los días, sobre una bicicleta con muchos cuidados y templanza sin desesperar.

Cada uno, a su manera, va haciéndose camino en la vida. El célebre Albert Einstein decía que “la vida es como una bicicleta, hay que avanzar para no caer”. Y Lawrence de Arabia, en sus épocas de estudio en Oxford, atravesó Francia en bicicleta de la Bretaña hasta el castillo fortificado en la ciudadela de Carcassonne, para completar sus estudios de arqueología sobre la Edad Media. El francés Julian Alaphilippe, reciente campeón del mundo sobre una ruta de 258,2 kilómetros en Imola, Italia, acaba de decirle al mundo que antes de iniciado el Tour de Francia 2020, su gran objetivo de triunfo real este año era el Mundial, que para él “era el verdadero sueño de su carrera que se realiza”. Su tiempo: seis horas, 38 minutos y 34 segundos.

Los ciclistas siempre terminan por generarnos una gran admiración, después de esas largas jornadas en carreteras de diversos países de América y Europa: todos son héroes. El Tour de Francia rinde homenaje a los victoriosos de diversas categorías –líder, combatividad, el más joven, montaña-, pero lo que el mundo ha olvidado es que el último de la larga caravana en la clasificación general solía cargar como distintivo la famosa lámpara roja, que era un faro que se cargaba con mucho orgullo.

Las epopeyas narradas por nuestros locutores y analistas deportivos dejan en condición merecida de héroes épicos a todos los integrantes del pelotón que inició la etapa. Son hombres de acero que, sudorosos, se tienen que expresar de manera fatigada y espontánea al final de carrera, como nuestro “Rigo”, que en los últimos diez años nos ha hecho reír. Él, seguramente, es feliz de ganarse la vida sentado sobre la máquina más maravillosa, sana y ergonómica que existe en el mundo. Además, todos somos felices de pedalear y ver tantas mujeres que lo hacen a nuestro ritmo, todos y todas plenos de libertad.

Pelotón de personalidades

En el gran pelotón de personalidades de la bicicleta se encuentran Pierre y Marie Curie una pareja que en condición de igualdad se desplazaban en bicicleta a principios del siglo XX. Los dos ganaron el Premio Nobel de Física el mismo año que se inauguró el Tour de Francia, 1903.

Otro es el gran escritor francés Émile Zola, que bordeando los cincuenta decidió perder peso con un régimen de dieta estricto, tonificar los músculos y recorrer el campo en bicicleta. Todo eso para seducir a la bella Jeanne Rozerot, empleada doméstica de 21 años que había contratado su esposa. A partir de entonces Zola instala a su amanteen París, rindiéndole frecuentes visitas en bicicleta.

Con ella tuvo los dos hijos que fueron los únicos en su vida. Zola siempre trató de ser un buen padre con Denise y Jacques, pero antes de tenerlos imaginaba la bicicleta como el artefacto simbólico de la emancipación de las mujeres, “con las piernas liberadas, las salidas en compañía que figuren la igualdad de sexos… Si un día yo tengo una niña la pondré desde los diez años en bicicleta, para que aprenda a conducirse en la vida”.

Las primeras mujeres en el Tour y el Giro

La bicicleta exigió la igualdad de géneros, por eso amigo lector me permito citar dos grandes damas que, sin razón, han sido olvidadas. Marie Félicie Élisabeth Marvingt, la primera francesa decidida a correr el Tour de Francia en 1908. Solicitó participar en compañía de los 112 competidores, pero el reglamento y el machismo deportivo de la época se lo negaron. Testaruda y alegre se presentó a las tres de la mañana del lunes 13 de julio de 1908, en la Plaza de la Concordia, en París, para competir.

Inició el Tour detrás de los machos. Pedaleó los 4.488 kilómetros de recorrido. Acabó fuera del lote, excluida, pero siempre en forma y alegre. Esa sexta versión del Tour la abandonaron 74 competidores. Marie Marvingt lo terminó. Fue una mujer siempre sonriente, llena de vitalidad. La apodaron “la amante del peligro”. Practicó muchos deportes y le fueron atribuidas 34 medallas. Incluso fue pionera de la aviación sanitaria.

La segunda es la italiana Alfonsina Morini. Su padre cambió cuatro gallinas por la vieja bicicleta de un médico rural. En ella aprendió a montar y competía a escondidas siendo aún niña. Nació en Castelfranco Emilia. Dicen que ganó un marrano que aportó a la casa un domingo en la noche. Se casó en Milán con Luigi Strada, un corredor amateur que le regaló de matrimonio una hermosa bicicleta, que fue la envidia en la época.

Desde entonces Alfonsina Strada (que significa calle), se aventuró a pedalear en grandes competencias. En 1917 corrió el Giro de Lombardía entre 42 hombres, quedó de última, pero tras ella quedaron 20 ciclistas retirados. El año siguiente volvió y corrió entre 35 hombres, y llegó entre los veinte primeros.

En los años veinte el rey de Italia, Victor-Emmanuel III, admirado por su coraje, le ofreció un grande y bello ramo de flores para homenajearla y cinco mil liras para entusiasmarla. Y Emilio Colombo, director del periódico La Gazzetta dello Sport, organizador del Giro de Italia, la invitó a participar en la edición de 1924, para llamar la atención del público. Era una prueba muy dura para ella: 3.613 kilómetros en 12 etapas con 11 días de descanso intercalado.

Se inscribieron 108 personas, pero iniciaron 90. Alfonsina Strada terminó fuera de tiempo porque en la octava etapa cayó y la bicicleta se rompió. Sin embargo, la organización le permitió finalizar el Giro. Fue un éxito publicitario para el evento, y la primera y última vez que una mujer participó en una de las pruebas más complicadas de todas. Entre tantos hombres quedó en el pequeño recuerdo como “El Diablo de la falda”.

Eddy Merckx, el canibal

Volviendo a los hombres del pódium, Eddy Merckx, el más grande de todos los tiempos, ganó 625 carreras, era un súper hombre en ruta y pista. En su época decían que respiraba, pensaba, soñaba y vivía la bicicleta. Él mismo reconocía que en las noches antes de las pruebas solía levantarse para verificar sus bicicletas y sus neumáticos.

Da gusto saber que aún está vivo, que responde entrevistas en inglés y francés con tanta sencillez. Él mismo, años después, contó que de tanto ganar competencias un francés le apodo “Le Cannibale”, el caníbal, se lo comía todo, no dejaba ningún triunfo para el pelotón. Su superioridad era incontestable. Claro que perdió en ocasiones, pero fue campeón del mundo tres veces y récord mundial de la hora en México 1972. En el Tour de 1975, en la etapa 14, después de 173,5 kilómetros recorridos, un espectador le ajustó un puño que le afectó el hígado y le hizo perder el aire subiendo el volcán de Puy de Dôme. Perdió el Tour que ganó el francés Bernard Thévenet. Merck terminó la carrera pese a que dos días después del golpe un corredor lo empujó.

Se fracturó unhueso del rostro, ocupó la segunda plaza y perdió la posibilidad histórica de ganar por sexta vez, pero recuerda que aquel año, como belga, empezó a ser más amado por el público francés que es particular en sus gustos. No olvidemos que su preferido es Raymond Poulidor, “el eterno segundo”.

El Histórico Merckx nunca ha podido dejar la bicicleta. Se retiró y fue entrenador un año, al siguiente tomó cursos en Italia para construir bicicletas. Y en 1980 fundó su marca de bicicletas “Eddy Merckx”, que goza de una reputación envidiable hasta hoy. Su biografía, escrita por William Fotheringham, no podía tener otro título que, Half man, Half bike. The life of Eddy Merckx (Mitad hombre, Mitad bicicleta. La vida de Eddy Merckx).

El campeonísimo Coppi

Quizás la más bella imagen de un ciclista de profesión sobre la bicicleta es la de la leyenda italiana, Fausto Coppi, “il Campeonissimo”, (el campeón), así lo llamaban sus seguidores, “tifosi” italianos. Lo amaban. Su mejor año fue 1949, en el que hizo doblete, ganó Giro y Tour. Fue campeón del mundo, récord mundial de la hora y, entre muchos otros títulos, cinco Giro de Italia. Era de espíritu libre y progresista. Se enamoró de una mujer casada, la famosa “dama blanca”, fue excomulgado y tuvo que ir un ratico a prisión por amor. Muy rápido, y por poco tiempo, partió con su amada a Argentina, donde tuvieron su hijo.

Era un superdotado y perfeccionista de técnicas y entrenamientos. Innovaba en prendas para correr, en zapatillas ciclísticas y entrenamientos. Volvió a ganar el Tour en 1952. Era un hombre de apariencia frágil, que tuvo muchas caídas, pero siempre se recuperaba. Tenía brazos y piernas muy largas, que hacían perfecto juego ergonómico sentado en la bicicleta, -se puede ver en cientos de fotos e imágenes que existen-.

En sus mejores años fue llamado La Garza Real. Para Raphaël Geminiani, compañero de equipo, “Coppi era un ciclista que parecía que levitaba, su máquina no tocaba el piso cuando el pedaleaba”. El gran escritor Curzio Malaparte dijo: “Si Bartali tenía sangre en sus venas, Coppi tenía mucha gasolina”. Y Gino Bartali, su gran rival, aseguró: “Coppi, en competencia, buscaba lo máximo de sus fuerzas desde el dedo meñique hasta el corazón”.

Fausto Coppi murió muy joven, estando aún en competencia. En un viaje a Burkina Faso atrapó una malaria que días después fue mal tratada en Italia. Murió el 2 de enero de 1960 a los 39 años. A su entierro fueron muchos ciclistas profesionales, pero ese día el protagonista fue su pueblo que en silencio lo lloró. La tristeza fue inmensa, él fue el gran ciclista de Italia. Fino, elegante, libertario, tímido y enamorado. Este año la RAI, televisión, hizo un video promocional con su emoción italiana, del Giro de Italia. Aparecen sus grandes leyendas, Marco Pantani, Gino Bartali y Fausto Coppi, también Eddy Merckx, entre otros.

Las rutas en bicicleta son apasionantes. Para entrar en el color local, nada mejor que ver la película de Victorio de Sica, Ladrones de bicicletas (1948) y leer la reseña de García Márquez, en El Espectador de los años cincuenta. Al escritor un día lo iba a atropellar una bicicleta. Fue un señor cura que le gritó “¡cuidado!” y él esquivó. Se salvó. Ese día, dice él, aprendió el verdadero poder que tiene la palabra.

*Contador público, con estudios en letras en Francia, España y Colombia.