Este Tour empezó muy diferente a los otros, bueno, a los más recientes para Colombia. Y lo hizo antes del inicio de la carrera en Bretaña, en la tierra de Bernard Hinault, pues fue complicado para el aficionado ver a una de las más grandes figuras, al ídolo de todos, decir que en esta oportunidad no sería candidato para disputar la camiseta amarilla. Nairo Quintana fue certero y punzante: “No voy a pelear por la clasificación general”.
El boyacense de 31 años, y con tres podios en siete participaciones en la carrera, no utilizó las palabras para alejar la presión, todo lo contrario, fueron la manera de reconocer algo que es tan evidente como que el hoy no es el ayer, por más que se quiera, y que existe una generación que va a otro ritmo.
Y que crear falsas esperanzas, a estas alturas, no es responsable. Gracias a él se aplacó un poco el fanatismo de ubicarlo como favorito a ganar en París, algo que dejó de ser una realidad hace unas cuantas temporadas y que el ciclismo mismo se encargó de hacernos entender -incluso a los más testarudos- con una verónica de novillero.
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Entonces cuesta ver a Quintana sin el dorsal terminado en 1, el habitual para los líderes de cada equipo (en el Arkea lo usa Warren Barguil). Y toma más fuerza el recuerdo de su victoria en Valloire, en el Tour de 2019, el día que gastó en la etapa alpina que subió hasta el Galibier, la jornada en la que sorteó con maestría un descenso infinito y peligroso para irse colando en medio del valle hasta festejar en solitario donde solo había triunfado Eddie Merckx.
¿La última para él en el Tour? Ojalá que no, ojalá que llegue la cuarta y, por qué no, una camiseta, quizá la de las pepas rojas (mejor escalador) que ya ganó en 2013, año que fue segundo y además el mejor joven de la prueba.
Y así como habló de sus condiciones, Quintana se refirió a las del viejo rival, Chris Froome, el tetracampeón de la carrera.
“Puede que nos enfrentemos en una fuga. No es sencillo para él y para mí renunciar a lo más importante en la carrera más importante, pero hay que ser francos”, agregó con relación al británico que desde el accidente reconociendo la contrarreloj del Dauphiné en 2019, no ha recuperado la regularidad sobre la bicicleta, la cadencia endemoniada que puso de moda. A ambos ya no se les pedirán esos ataques de locura que reventaban el pelotón.
Ir al propio ritmo
Rigoberto Urán hace feliz a los demás en sus redes sociales. Y también divierte a sus compañeros del equipo EF. Y molesta a Sergio Higuita, su amigo y gregario en el Tour, porque su bicicleta de crono es pequeñita en comparación a la del danés Magnus Cort, mucho más alto.
“Se le tiene la de niño y la de adulto”. Urán se divierte. Así trabaja mejor. Y así se concentra en lo que será su octava participación en La Grande Boucle. Si bien irá como el primer hombre de su escuadra, entiende que no es práctico que lo ubiquen en la lista de los llamados a ganar.
Esto no quiere decir que pueda estar entre los 10 primeros, que finalice en ese grupo y que eso sea, en cualquiera de los casos, otro logro más para la carrera de un hombre que no se cansa de intentar. Si terminar un Tour ya es de por sí un mérito para cualquier ciclista, ubicarse bien arriba (son 184 participantes) demuestra que todavía se sufre y se aguanta a niveles que otros no pueden.
Urán le apostará al triunfo en una de las dos pruebas contra el reloj que tendrá la carrera (quinto y vigésimo día) sabiendo que viene con un excelente antecedente: la victoria en la etapa siete del Tour de Suiza (contrarreloj) y el segundo lugar en la general por detrás del ecuatoriano Richard Carapaz.
No hay que olvidar que en 2017, cuando se subió al podio con Froome y con Romain Bardet, se impuso en la jornada reina que finalizó en Chambéry tras un embalaje en el que derrotó a Warren Barguil y al mismo Froome. Y que en 2020, a falta de cinco días, estaba entre los tres primeros. Claro, faltaba el Col de la Loze, donde sufrió y llegó a 1:59 del vencedor, Miguel Ángel López.
A su lado estará Higuita, el niño de Manrique que ya tiene escuadra confirmada para 2020. El corredor de 23 años, que el año pasado se retiró luego de dos caídas (la primera por culpa de Bob Jungels, que sin querer se le atravesó, y la segunda de la que no se pudo recuperar y tuvo que poner pie en tierra), vuelve con el objetivo de trabajar para Urán y, si se da la posibilidad, obtener un triunfo individual, bien sea en un día largo cual clásica o en la montaña, la media montaña. “Siempre y cuando Rigo vaya bien y lo tengamos protegido esos últimos kilómetros ya es suficiente”.
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Siguiendo por el lado de los antioqueños, mayoría entre los colombianos en este Tour (tres), aparece Sergio Luis Henao y el Qhubeka, un equipo nuevo en la categoría World Tour (desde 2016) y que hará presencia para aparecer en las escapadas, hacer que los nombres de los patrocinadores salgan en los primeros planos, que se hable de ellos durante las fugas y que irá viendo qué puede pasar a medida que vayan transcurriendo las jornadas.
“Es claro, no vamos a pelear por la general”, dijo el pedalista de 33 años, consciente de sus virtudes y defectos y que tiene como mejor resultado en Francia el puesto 12 en 2016 cuando fue un gregario del Sky de Froome. Es la actitud más coherente que se puede tomar cuando se está en estas circunstancias y entendiendo que las palabras se tienen que ver reflejadas en las acciones.
Por esa línea de sinceridad también se mantuvo Esteban Chaves, el bogotano de 31 años que correrá en el Tour por tercera vez en su carrera. El pedalista del BikeExchange confesó que será Lucas Hamilton el que lleve el liderato de la escuadra australiana. “Viene con una gran progresión y en esta ocasión merece la oportunidad. Hay 60 kilómetros de contrarreloj y él lo está haciendo muy bien. A mí me ha costado esta temporada, pero trabajaremos a fondo para ayudarlo. Todos merecemos estar al mando y ahora es su turno”.
El mismo sueño, otros colores
Aunque no sea una clasificación a la que se le presta mucha atención en el Tour, la pelea por equipos tiene una significación especial para los corredores. “No es sencillo hacerlo año tras año”, lo dijo Alejandro Valderde haciendo referencia a las ediciones de 2018, 2019 y 2020, en las que Movistar fue el mejor de todos.
Con sus aciertos y sus equivocaciones, con sus estrategias que rinden frutos, con las confusas que generan malentendidos (se puede ver en la serie de Netflix llamada El día menos pensado), la escuadra española llegó al Tour con una nómina fuerte si se mira de primerazo, pero en la que, al hacer un análisis detallado, hacen falta trabajadores, gregarios, hombres que rescaten, que estén dispuestos a inmolarse si el líder lo necesita.
Y en España se habló de Miguel Ángel López y de Enric Mas, de quién trabajará para quién, de que la carretera misma dictaminará un liderato que era tan cristalino, pero que ahora luego de la primera etapa, la de las caídas, sea más claro a favor del español, (el colombiano perdió 1:41 con los favoritos). Si bien para López fue un golpe duro, no es para desalentarse. Todavía queda mucho por delante.
El boyacense, que con Astana nunca tuvo un plan estructurado, que corría sin un norte claro y a lo que diera y dijeran (así y todo fue sexto en su debut en 2020), tiene el aliento de estar en el podio y de entrar en una guerra que parece exclusiva para los eslovenos (Tadej Pogacar y Primoz Roglic) y el Ineos. Eso sí, tendrá que remar muy fuerte porque, de nuevo la suerte, lo pone contra las cuerdas luego del inicio de la carrera.
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— Movistar Team (@Movistar_Team) June 25, 2021
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Harán falta compañeros de oficio, como José Joaquín Rojas, quizá para lo que apenas comienza. Valverde no se quiere retirar sin una gran victoria, bien sea en el Tour o en los Olímpicos, así que pedirle que rompa el grupo o tire por períodos prolongados no es una opción tan evidente.
Y también Marc Soler, que luego de la jornada de caídas y locura, prefirió retirarse. Baja importante, uno menos para ayudar en la montaña.
Bordeando La Manche
Este domingo se disputa la segunda etapa del Tour con un trayecto de 183,5 kilómetros, cuatro premios de montaña de cuarta categoría, dos de tercera y una meta volante.
En los primeros 115 el grupo irá a las orillas del Canal de la Mancha, el punto más occidental de la Europa continental, un terreno perfecto para crear abanicos, pues los vientos suelen ser incómodos para rodar por esa zona. Día de nerviosismo, de ir concentrado para no cortar y de sacar provecho en caso de que algún despistado quede atrás. Lo más fuerte de todo será en los 15 finales con el doble ascenso al Muro de Bretaña.(dos km al 6,9 %).
La gran cita con la alta montaña comenzará en la etapa nueve, con 150,8 km y tres premios de primera y con la llegada a Tignes, en la novena jornada de 144,9 km, ambas en medio de los Alpes y previas al día de descanso (5 de julio). Se espera que durante la semana inicial haya lluvias, algo que se tiene contemplado que puede provocar imprevistos, pero que no debería traer mayores consecuencias para quienes peleen por el título.