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Clara Juliana Guerrero

La bolichera quindiana, de 27 años, ganó dos medallas de oro en el Mundial de Las Vegas. Se subió a lo más alto del podio en la modalidad de Todo Evento y en el Masters.

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DARÍO FERNANDO PATIÑO * / Especial Para El Espectad
06 de diciembre de 2009 - 03:00 a. m.
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En el vestíbulo de un hotel puede confundirse con una ejecutiva de multinacional en plan de negocios.

El día de la proclamación del Deportista del Año de El Espectador en el Sheraton, parecía más de ese grupo de viajeros, que del de patinadoras, clavadistas, futbolistas y corredores de autos que se movían por allí en tenis, sudadera o jeans, esperando la ceremonia. El pelo cuidadosamente alisado, un vestido negro a la altura de la rodilla, zapatos de tacón, una llamativa gargantilla dorada y unas gafas D&G que no abandona en ninguna de sus actividades.

Hasta ahí todo es normal. La diferencia empieza a notarse cuando uno detalla en su mano derecha. Uñas muy cortas, nada de esmalte y algunos de los dedos maltratados. Son al fin de cuentas unos dedos que han pasado los últimos 19 años metidos dentro de una bola de 15 libras. Una bola que debe ser lanzada con precisión milimétrica por una pista de 60 pies hacia un único objetivo: derribar diez palos, ojalá todos de una vez.

Cuando empezó a hacer esa tarea, Clara Juliana Guerrero Londoño —y pongo los dos nombres y los dos apellidos para dejar constancia de que es quindiana— tenía nueve años recién cumplidos y había hecho unas breves incursiones en la natación. Sus padres eran bolicheros, contagiados por la fiebre que inundó la región cafetera en los setentas, tras los triunfos internacionales del caldense Jairo Ocampo y que llevó a que en Armenia se creara uno de los pocos Bolo Club del país, con entrenadores de primer orden.

Su madre, Clara Inés, se precia de haber seguido jugando durante los primeros meses del embarazo de Clara Juliana y su padre, Diego, cuenta que los ayudantes del club les cuidaban la bebé mientras ellos entrenaban. Él fue campeón nacional y ella perteneció a la selección del Quindío.

Uno de esos entrenadores, Floberto Valderrama, vio mucho potencial en la pequeña. Pero debía tener un ojo muy afinado ese técnico, porque la niña jugaba mal y eso lo admite hasta ella misma. En lo que parece ser una constante en los triunfadores, cuando llegó a la selección de Colombia, alrededor de los doce años, otro especialista vaticinó que no iría muy lejos porque “servía” de una manera equivocada. Se sintió retada, le aumentó dos horas a la rutina de entrenamiento y empezó a viajar. Y a ganar. A los 14 años ya estaba en Hong Kong y a los 17 lograba un récord mundial en Abu Dhabi y era declarada la mejor jugadora juvenil del mundo. Para ese momento había logrado pasar victoriosa el puente de la adolescencia, sin fiesta de quince años, sin excursión del fin de colegio, sin paseos a las fincas de las amigas y sin las caminatas de jóvenes, tan comunes en la Avenida Bolívar de Armenia.

Se graduó del Colegio San Luis, donde los franciscanos le permitían ausencias hasta de un mes, a cambio de que recuperara el tiempo perdido. Alcanzó a estudiar tres semestres en Eafit de Medellín cuando Sara Vargas, la ex campeona mundial juvenil le habló de la Universidad de Wichita en Estados Unidos, la más codiciada por los bolicheros del mundo. En una decisión personal y familiar que les implicó a los padres vender todo lo que tenían y ayudarse con préstamos, Clara Juliana se fue a estudiar negocios internacionales y, por supuesto, bolos. En ambas tareas cumplió. Obtuvo su título en negocios internacionales en 2006 (hoy tiene licencia para operar en finca raíz en Austin Texas, donde reside) y en 2009 logró la hazaña más importante de su vida: un doble campeonato mundial en Las Vegas. Uno en la modalidad Masters y otro en el llamado Todo Evento, que reúne las pruebas de individual, dobles, tríos y por equipos. Una moñona de triunfos prácticamente inédita en el historial de los bolos. Entre el grado y el doble título, se había casado con un colega que la apoya, la espera mientras regresa de sus giras, la ayuda a entrenar y entiende plenamente que sus únicos rivales son los diez palos que ella quiere derribar siempre.

Las personas que la conocen fuera de las pistas hablan de su amabilidad, de su carácter firme y de su elocuencia. María Antonia Palacio, amiga de la adolescencia, la cataloga, aún ahora, como “supersencilla, noble, especial y solidaria”. Su madre dice que es “apasionada y responsable”. Pero Luz Adriana Leal, otra reconocida bolichera que la acogió en la selección desde su temprana llegada, la define como “muy peligrosa a la hora de jugar”. Dice que “puede empezar mal pero no desfallece” y que “no da un centímetro de ventaja”. Y explica que en el caso de Clara Juliana su mayor fortaleza está en la mente, en la capacidad de tomar decisiones y hacer cambios muy rápidamente y en lo que con lenguaje técnico los bolicheros llaman “leer la pista”. A grandes rasgos es saber ver dónde está un aceite invisible que colocan en las pistas y cómo hacer rodar la bola, y qué clase de bola, por ese espacio. “Es algo que no se sabe solamente por intuición, sino que requiere una sólida formación teórica”, destaca Luz Adriana.

Clara Juliana ha obtenido esas cualidades en las aulas y también en los talleres de crecimiento espiritual que desde muy joven comenzó a hacer con sus padres y con el psiquiatra Jorge Benítez. El campeonato mundial fue una prueba máxima de tesón, disputando con tres coreanas fuertes, financiadas por su Estado y entrenadas en jornadas de ocho horas diarias; y sosteniéndose de pie y sin comer nada desde las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde.

Es toda una científica explicando los secretos de este deporte que para muchos en Colombia no pasa de ser un programa de fin de semana y un pretexto para tomar cerveza. Sabe bien los sacrificios que demanda porque los ha hecho y las exigencias para el cuerpo. Es consciente de que sin una buena y constante preparación física, su lado derecho podría llegar a deformarse.

Por encima de los complejos, los prejuicios y las fragilidades de los deportistas colombianos, a los que siempre atribuimos nuestras derrotas y nuestras caídas de los pedestales, Clara Juliana, con sus 27 años, expresa con toda claridad: “Estoy en un nivel en el que todo lo determina cómo piensas”. Y ella está ganando. Desde hace tres años integra el Tour Femenino con las 20 mejores del US Open. Cada año escribe una cartelera con sus metas. Este año le faltaba ganar el Deportista del Año de El Espectador. Ya lo hizo. Para los próximos ha escrito: un torneo profesional (aunque en el mundial les ganó a las campeonas profesionales) y un puesto en un salón de la fama.

 * Director de Noticias del Canal Caracol.

Por DARÍO FERNANDO PATIÑO * / Especial Para El Espectad

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