En la consquista de las medallas olímpicas

En los juegos de Londres, Colombia conquistó ocho preseas y superó todas las expectativas. El camino exitoso lo abrió Rigoberto Urán y lo cerró con broche dorado la bicicrosista Mariana Pajón. Una hazaña difícil de repetir.

Baltazar Medina / Presidente del Comité Olímpico Colombiano
29 de diciembre de 2012 - 09:00 p. m.
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Frente al compromiso de los Juegos Olímpicos Londres 2012, siempre dijimos que Colombia podría lograr de tres a cinco medallas, y en eso éramos concretos: Mariana Pajón, Yuri Alvear, Jackeline Rentería, Catherine Ibargüen y Óscar Figueroa. Esto no significaba que debíamos descartar otras posibilidades, pero las claras eran esas.

Sin embargo, al otro día de la fastuosa ceremonia de inauguración, lo programado sufrió la primera de varias modificaciones, por fortuna, positivas. Ese día se celebraba la prueba de ciclismo de ruta, de la cual se podía esperar cualquier cosa, aunque una medalla no tanto.

Me senté frente al televisor, en la oficina del COC, en la Villa Olímpica, para ver la transmisión. Durante los primeros 230, de los 260 kilómetros del recorrido pasaron muchas cosas, y los colombianos no se notaron; inclusive, Fabio Duarte se retiró. De pronto aparece en el grupo puntero Rigoberto Urán, quien más adelante atacó con el kazajo Alexander Vinoukurov. Cuando entró al último kilómetro, Alberto Ferrer, Rafael Lloreda, Gustavo Villegas, Héctor Vélez, Hernando Begué y yo gritamos en coro: “Ya tenemos mínimo una medalla de plata… Esos últimos segundos los vivimos entre dos sueños: el de lograr el oro y el de sostener la plata. El segundo lugar de Urán fue un anticipo de los cambios frente a los vaticinios, que vendrían en las dos semanas siguientes.

Dos días después me preparé para la que, de acuerdo con nuestro libreto inicial, podría ser la primera medalla, la de Óscar Figueroa, en los 62 kilogramos del levantamiento de pesas, prueba que se cumplió en el coliseo Excel. Seguí la competencia con un grupo grande de integrantes del equipo nacional y tuve que aguantar más de la cuenta, porque el vallecaucano prefirió esperar que el peso dejara por fuera a casi todos los rivales. Cuando llegaron los 177 kilogramos, en envión, la angustia se prolongó, porque Figueroa falló en los dos primeros intentos. Confieso que cuando salió por su tercera actuación sentí un dolor profundo en el pecho, porque era más probable que fallara. Finalmente, lo logró. Todos gritamos, saltamos, nos abrazamos, gozamos como niños. Habíamos logrado la segunda medalla de plata en sólo tres días.

El 2 de agosto volvimos al mismo escenario, para soñar con la medalla de la judoca Yuri Alvear, en los 70 kilogramos, probable por sus recientes títulos con copas mundo. Observamos impotentes la derrota ante la francesa Lucie Decose, a la postre, medalla de oro, pero también la firmeza de la atleta en el combate por el bronce, con la china Fei Chen, quien fue tan inferior, que apeló a golpes y llaves prohibidas, que dejaron a la colombiana magullada, aunque feliz y con el ánimo suficiente para levantar los brazos y agradecer a Dios esa medalla de bronce. Confieso que me alegré más de la cuenta, por tratarse de una presea esperada y ganada por una de las más queridas atletas colombianas.

De nuevo, a los tres días, el 5 de agosto, viví otra de las más grandes emociones, aunque sumergido entre 70.000 almas que poblaron el inmenso estadio Olímpico. Abajo, nuestra morena de oro, Catherine Ibargüen y sus brincos de gacela, en procura de una medalla en el salto triple. Desde el comienzo, el oro parecía difícil, por el 14,98 que hizo Olga Rypakova, de Kazajistán. Pero la plata estaba cerca, con el 14,67, que logró Catherine en la ronda previa. Sin embargo, en el último salto vivimos la ya habitual angustia que debemos padecer los colombianos, antes de las mejores conquistas. La ucraniana Olga Saladuha estableció 14,79 y se subió al segundo lugar. A Catherine le quedaba el último intento de buscar el oro o, por lo menos, de recuperar la plata. Y logró lo segundo, con un centímetro más que Saladuha. Explotamos de alegría, aunque nuestros gritos se confundieron entre los de miles de asistentes al estadio, que celebraron esta hazaña de la morena paisa, que rompía nuestra historia, al lograr que superáramos el récord de tres medallas ganadas por Colombia en unos Olímpicos, los de Múnich 1972.

El 8 de agosto se logró otro de los milagros colombianos en Londres, la medalla de bronce del juvenil Óscar Muñoz, en los 58 kilogramos del taekwondo. Pocos hablaban de este muchachito de 19 años, como posible medallista. Uno de ellos era nuestro Fiscal del COC, Hélder Navarro, quien se refería al “gallo tapao”. Esa vez casi no paro de celebrar, porque esta medalla confirmó los alcances de la sangre nueva del deporte nacional.

Los dos días siguientes fueron para la delegación colombiana una sucesión de alegrías, porque ya habíamos alcanzado el tope máximo propuesto, de cinco medallas. El 8 de agosto estuvo en escena nuestra medallista de Beijing, Jackeline Rentería, en la categoría de los 55 kilogramos de la lucha. En ella confiábamos especialmente, porque sus cuatro años anteriores permitían creer que podría aspirar al oro. Cuando perdió esta opción, igual teníamos la de una medalla de bronce, que la convirtió en la única mujer colombiana con dos preseas olímpicas.

El 10 de agosto tiene para mí un significado especial. Cuando llegamos a la Pista de BMX, compartíamos una frustración: teníamos seis medallas y estábamos por debajo de naciones con una sola, pero de oro, como Dominicana y Venezuela.

Confieso que esa tarde fue una de las más felices de mi vida. Todo fue único: el hermoso escenario, la inquieta mancha amarilla en la tribuna que atraía la atención de todos, el calor casi tropical que nos acompañó y las medallas de oro y de bronce que nos ubicaron en el decoroso puesto 38 en la tabla.

Recuerdo que abracé a quienes se movían a mi alrededor, en una euforia incontrolable, muy al sincero y espontáneo estilo nuestro, en este inolvidable epílogo de la más grande hazaña lograda por el deporte olímpico colombiano, de la cual fui testigo.

Por Baltazar Medina / Presidente del Comité Olímpico Colombiano

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