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Diego Godoy sabe lo que es jugar en equipos grandes. Por varios años estuvo en Cerro Porteño, uno de los clubes tradicionales de Paraguay. Allí logró alcanzar un título local en 2013, cuando el club era dirigido por Chiqui Arce. En aquel entonces Godoy solamente había disputado seis partidos, pero su presencia le permitió celebrar el campeonato número 30 en la historia del equipo azulgrana.
A Godoy no le gusta perder. Es una frase que suena obvia, pero que en la mente se configura como una virtud del ser humano aguerrido y valiente, de aquel que no se rinde y que no se deja amilanar por los factores externos que puedan intervenir en el desempeño del jugador y en el desarrollo del juego. Esa mentalidad, que parece que en América Latina se patentó en el Cono Sur con el fútbol de Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay. Ese fútbol agresivo que se vive en los torneos locales y y que muchos vemos con interés en la Copa Sudamericana y en la Copa Libertadores se ha construido en buena parte por personalidades como Godoy, de aquellos que disputan el balón hasta la última posibilidad y se convierten en líderes.
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Kant, filósofo alemán de la época de la Ilustración, hablaba de la minoría de edad como la incapacidad del ser humano para valerse de su propio entendimiento sin tener que depender de otro. Es por eso que la mayoría de edad se entiende como la autonomía y la voluntad de un sujeto para realizarse en su propia individualidad, lo que no significa que se deba concebir como un ego. Godoy recuerda esta teoría con su camino labrado, con su convicción realizada a pulso y con una soberbia que no es vista como defecto sino exaltada a la hora de construir la fuerza necesaria para ser un jugador relevante en ataque, para tener la seguridad suficiente de saber en qué momento un pase se convierte en una diana yen qué momento un disparo a puerta puede convertirse en un grito de gol ensordecedor en el estadio.
De Julio César Ramírez, el primer paraguayo en vestir la camiseta de Millonarios, a Diego Godoy, que se convierte en el último y más reciente en la historia del cuadro Embajador, han pasado varios compatriotas, algunos sin pena ni gloria, otros partieron con el recuerdo de haber sido campeones y de haber dejado una huella de la identidad guaraní en los albores del fútbol capitalino.
Julio César Ramírez hizo parte de Millonarios en la época de El Dorado. Hizo parte de la legendaria nómina que ganó el tricampeonato entre 1951 y 1953.
Los aficionados también recuerdan a Pablo Centurión, uno de los estandartes del arco en Sudamérica. El paraguayo pasó por varios clubes en Colombia, pero en Millonarios es ídolo por haber salido campeón en 1959, 1961, 1962 y 1963.
También recuerdan a Genaro Benítez, delantero indispensable en el esquema del médico Gabriel Ochoa Uribe para los campeonatos de 1961, 1962, 1963 y 1964.
Apolinar Paniagua estuvo en Millonarios entre 1972 y 1973. Fue campeón en el primer año y en las dos temporadas marcó cerca de 40 goles. Es uno de los más rememorados por su afinidad con el arco contrario y por su precisión y sangre fría para ser el encargado de dar la puntada final.
Joel Cabrera, Silvio Parodi, Miguel Ángel Sossa, Julio Gómez, Roberto Riquelme y Rafael Bobadilla también fueron paraguayos campeones con el cuadro capitalino.
Antes de Godoy estuvo Roberto Ovelar, que por sus dos goles en la final de la Superliga ante Atlético Nacional logró salvar su paso por Millonarios, pues el ‘Búfalo’ no tuvo una buena racha goleadora.
Existe una tradición que Godoy tal vez no reconoce, pero que al leerla sabrá que varios de sus compatriotas llegaron a Millonarios y cumplieron los objetivos de ser campeones y hacer parte de su historia.
Godoy proviene de la capital de Paraguay, de Asunción, de una tierra que por las dinámicas de la globalización también ha permitido que su identidad y sus raíces se vean tergiversadas y extraviadas con el paso del tiempo. Lo cierto es que lo guaraní sigue siendo una base de la idiosincrasia paraguaya, una base de esa gran edificación cultural y social que tiene este país del sur del continente. Lo guaraní habla de una conciencia de sí mismo, de una capacidad de ser sujetos comunitarios, en lo que lo social y colectivo no se olvida. Y de ahí proviene entonces un fútbol que contiene grandes individualidades que no son enaltecidas por sus logros personales, sino por su visión de juego y su virtud de ver en los otros la victoria, de dar el pase antes que intentar definir por propia cuenta, de hacer que la idea o el concepto de equipo se defina en la acción misma y no se quede solamente en el uniforme y el escudo que los identifica y convierte en un grupo particular.
Los aficionados tienen esperanza en Godoy, esperan que con su llegada la ofensiva de Millonarios mejore su volumen de juego y su claridad con el gol. El buen pie, el desborde, el disparo de media distancia y la inteligencia de dar el pase preciso ilusionan a una hinchada que exige grandes referentes, pero que sus exigencias parecen perderse en los vientos que esfumaron desde hace años los torneos que Millonarios ganaba continuamente en antaño.