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A pesar de que muchos tenistas sabían desde hacía tiempo que la corrupción había infiltrado las canchas del circuito, este era un secreto a voces. La dificultad para demostrar que un jugador había amañado un partido era evidente: “Se puede jugar bien y en los últimos juegos de cada set cometer errores, hacer una doble falta y se acabó”, reconoció en 2008 el tenista británico Andy Murray, actual número cuatro del ranking de la Asociación de Tenistas Profesionales (ATP).
Es por eso que el fallo de la Unidad Integral del Tenis (TIU) que declara culpable al polémico tenista austríaco Daniel Koellerer, de 27 años, por haber violado el Programa Uniforme de Anticorrupción del Tenis –y por lo que fue suspendido de por vida de la práctica profesional del deporte y castigado a pagar US$10.000- es una condena histórica y ejemplar. Es el reflejo de cinco años de trabajo por parte de los órganos rectores del tenis mundial (La Federación Internacional de Tenis (ITF), la ATP, la Asociación de Tenis Femenino (WTA) y la Comisión de los Grand Slam).
El caso Davydenko
El afán por ganar dinero ilícitamente a costa de este deporte, que desde siempre ha sido catalogado de íntegro e incorruptible, empezó a preocupar a las autoridades del tenis mundial en 2003. Un año después de que la casa de apuestas británica Betfair abriera el espacio para apostar a través de internet y ante el surgimiento de sospechas de amaños de partidos, la ATP decidió firmar un acuerdo con la compañía para compartir información sobre la actividad. El convenio permitió así que se investigaran 140 partidos sospechosos de alguna irregularidad en los primeros cuatro años, la mayoría involucraba a jugadores de baja clasificación y sólo dos pertenecientes al circuito femenino.
Sin embargo, no fue sino hasta el 2 de agosto de 2007 en el torneo de Sopot (Polonia) que las alarmas empezaron a sonar, cuando un hecho sin precedente se dio durante el choque de octavos de final entre el ruso Nikolay Davydenko, entonces cuarto del mundo, y el argentino Martín Vasallo Argüello, número 87. Aquel día, Betfair recibió 7 millones de apuestas durante el partido y lo más inusitado de todo fue que, a pesar del amplio favoritismo de Davydenko y de que éste se había llevado el primer set, la mayoría apostó a favor de una victoria del argentino, quien ganaría a la postre, gracias al abandono de su contrincante.
En una decisión sin precedentes, la ATP decidió abrir una investigación asesorada por la British Horseracing Authority (BHA), entidad que vigila las apuestas sobre las carreras de caballos en el Reino Unido, por la conducta sospechosa del ruso. “Los miembros del equipo de BHA son expertos en esta materia y su experiencia, conocimiento y recursos serán de gran valor para nuestra investigación”, aseguró en su momento el presidente de la ATP, Etienne de Villiers. No obstante, Davydenko fue exonerado luego de un largo proceso.
El nacimiento del TIU
Con el paso del tiempo vinieron nuevos casos como el del belga Gilles Elseneer quien reveló haber rechazado una oferta de más de 100.000 euros para perder su partido contra el italiano Potito Starace en primera ronda de Wimbledon 2005. O el del georgiano Irakli Labadze, quien fue acusado de perder a propósito su partido ante el austriaco Julian Knowle en el torneo de Sankt Poelten en 2006, con la intención de beneficiar a su amigo Martin Führer, quien había apostado 10.000 euros a favor de la derrota del georgiano.
Ante la proliferación de sospechas de partidos arreglados, que creció de la mano con el auge del mercado de apuestas, en el que según un estudio del centro de análisis estadounidense Christansen Capital Advisors, el gremio pasó de manejar cerca de 3.800 millones de euros en 2003 hasta de 12.500 millones en 2008, con cerca de 15 millones de operaciones diarias, la ITF encargó a los exinvestigadores de Scotland Yard, Ben Gunn y Jeff Rees, el estudio del fenómeno. Después de unos meses, Gunn y Rees llegaron a la conclusión de que las apuestas eran “una amenaza para la reputación del deporte” y les sugirieron a la federación tomar cartas en el asunto “para proteger la integridad del tenis para todos los interesados y aficionados alrededor del mundo”.
Así las cosas, en mayo de 2008 los órganos rectores del tenis decidieron crear la TIU, bajo el liderazgo del propio Rees. La primera medida implementada por el organismo fue unificar los reglamentos contra el arreglo de partidos y apuestas ilegales. Luego, se enfocaron paralelamente, en la parte educacional e investigativa. Por un lado, contrataron al exmafioso Michael Franzese, quien se dedicó a prevenir a los jugadores de hacer negocios con la mafia, explicándoles las consecuencias de asociarse con esa clase de gente. Y, por el otro, un grupo de expertos se dedicó a analizar e interpretar el material de inteligencia y de información sobre apuestas.
Después de tres años de entrar en funciones, el trabajo de la TIU se vio reflejado en el histórico fallo en el caso Daniel Koellerer. Aunque, de momento son pocos los tenistas que se han manifestado al respecto, este tweet del argentino Diego Hartifield, quien tuvo que padecer en varias oportunidades las excentricidades de ‘Crazy Dany’, como era conocido, resume el sentimiento de animadversión que causaba el austriaco: “Chau Koellerer, cómo me rompiste los huevos. Era hora”.