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El tugurio de la Fórmula Uno Flavio Briatore

El italiano, quien fue expulsado de la máxima categoría, es multimillonario y tramposo.

Miguel Mora / Especial de El País de España para El Espectador
17 de octubre de 2009 - 10:00 p. m.

Flavio Briatore siempre ha jugado con varios ases bajo la manga. Quebró el ‘holding’ del conde Caproni. Fue condenado por hacer trampas en una casa de juegos, se fugó a las Islas Vírgenes, frecuentó a mafiosos y es socio de Alejandro Agag e íntimo de Berlusconi.

Entre la abundante fauna vulgar y abrasada por el sol que puebla Berluscolandia, Briatore es probablemente el tipo más viscoso del catálogo. También uno de los más listos y los más ricos. Y amable, y gracioso hasta hacerte morir de risa, cuentan los que le conocen. Entre los casanovas cargados de años, oscuras relaciones, avión privado y yate de 70 metros, Briatore encabeza el ranking desde hace veinte años.

Cabe decir que Briatore, viejo colega de farras, reciclajes y veraneos sardos de ‘Papi’ Berlusconi, puede incluso dar lecciones al amo de ‘la tierra de los playboys’. Si un hombre que con esa barriga ha convencido a sus paisanos de haber salido con Elle McPherson y con Naomi Campbell, se merece como mínimo un aplauso.

Dejando aparte la mercadotecnia de la virilidad falsa y el cotilleo cutre de bronceado perenne, pizza y champán que ha convertido a personajes como Berlusconi —el único editor de revistas del corazón que es además primer ministro— y a Briatore —primer mánager de escudería expulsado de por vida de la Fórmula 1— en la encarnación del éxito contemporáneo, lo cierto es que este hijo de maestros de escuela, que nació trillizo en Verzuolo, una aldea de la provincia de Cuneo, en plenas montañas del Piamonte en 1950, tiene un mérito bastante grande.

Nuevo rico a sabiendas y orgulloso de serlo, don Flavio no ha hecho otra cosa en estos 59 años que buscarse la vida, comprar, vender, revender, quebrar empresas, obtener comisiones con artes buenas o malas y meterlas en la lavadora fiscal.

A Briatore la única cosa que le parece legítima es el dinero. Lo cual tampoco significa que le obsesione. “No sé ni cuánto tengo, créame. Soy muy rico, pero no me ocupo personalmente”.

Según las revistas especializadas de la F1, en las dos décadas que Briatore ha estado en el negocio ha logrado amasar una fortuna cercana a los 300 millones de dólares. Y casi toda ha aflorado en los últimos seis años, durante la etapa de Renault, pues en 2003 sólo tenía 48 en la cuenta.

Tampoco es tanto, si se piensa que debe pagar una legión de secretarios, sus sempiternas gafas de espejo azul, los caprichos de su mujer, la modelo Elisabetta Gregoraci; los gastos de las casas en Londres, Cerdeña, Kenia, Nueva York y Atenas; y la gasolina  para el jet y el yate Force Blue, que valen 66 millones de euros.

Aunque quizá lo compense con los ingresos de sus locales: el restaurante Cipriani de Londres, el hotel keniano de safaris de lujo Lion in the Sun y el Billionaire, el mítico local de la Costa Esmeralda o la empresa ‘Made in Italy’.

Luego está la libertad, claro, esa cosa tan cara. “La riqueza me ha permitido comprar la libertad. Hago lo que quiero, vivo en los mejores hoteles del mundo y puedo tomar casi cualquier decisión sin preguntarme ¿pero esta barbaridad me la puedo permitir?”.

Como se ve, no estamos ante el clásico aventurero, sino ante un gran empresario global, cosmopolita y off shore que fue aprendiz de constructor y vendedor de camisetas, pero se recicló a tiempo en mánager de la F1.

Visto que Briatore no ha pasado ni un solo día a la sombra, cabe colegir que no es ningún estúpido. Alguien le ha llamado ignorante genial, aunque a él le resbala. Tampoco ha leído un libro desde el colegio (“ni me gusta ni tengo tiempo”), pero qué importa eso cuando odiando el deporte ganas cuatro veces un Mundial (dos con Michael Schumacher y dos con Fernando Alonso) y cuando el campeón asturiano te hace de chofer el día que te casas con una modelo 30 años menor que tú.

Antes de entrar (1991) en el circo del que acaba de ser despedido, Briatore había vivido una vida ‘Fórmula 1’: turbia, acelerada, sinuosa, llena de sobresaltos y de choques, rodeada de novias de usar, con éxitos y quiebras, lujo y miseria, suerte y muerte. Una vida poco ejemplar. Y sin amigos: “Sólo tengo dos”.

De joven fue un poco playboy y un poco gigoló. Briatore se hizo geómetra (técnico de construcción) a los 19 años porque quería divertirse y ganar dinero. “Si naces en medio del Congo no vas a decir que has tenido suerte. Yo no nací en el Congo, pero en esas montañas de Cuneo, de niño, cuando me preguntaban qué quería ser de mayor, sólo decía que quería irme de aquella aspereza, de esas fatigas”.

Así que se marchó: trabajó en un restaurante del pueblo de al lado, luego se hizo empresario y puso un bar llamado Tribüla. Quebró y huyó a Cuneo, la capital de la provincia. Allí, antes de cumplir los 30, viviría una fecha clave. El 21 de marzo de 1979, el dueño de la agencia inmobiliaria que le dio su primer empleo, Attilio Dutto, fue asesinado con un coche bomba. Dutto había sido dueño de la Paramatti Vernici, que había sido propiedad de Michele Sindona, el banquero mafioso del Vaticano y de la P2, envenenado en la cárcel en 1986. Como la suya, la muerte de Dutto fue achacada a la Cosa Nostra, pero no se pudo probar. Ahí empieza la ascensión de Briatore, según explica el periodista Gianni Barbacetto en su libro Campeones de Italia.

El reportero cuenta que, tras la muerte de Dutto, Tribüla se instaló en Milán y montó “casa en la Piazza Tricolore: mucha exhibición de riqueza y ocupación incierta. Se las da de financiero”. Pronto conoce al conde Achille Caproni, divino fabricante de aviones, que le encarga la gestión de su ‘holding’ CGI. Resultado: en pocos meses, la Paramatti, que el conde ha adquirido por consejo de Briatore, acaba en una quiebra que arrastra a las otras empresas del grupo y deja un agujero de 6,5 millones de euros.

En esa época conoce a Luciano Benetton. Se lo presenta, cuenta Barbacetto, “Romano Luzi, profesor de tenis de Berlusconi y luego fabricante de sus fondos negros”. También se relaciona con Berlusconi y con su mano derecha siciliana, Marcello Dell' Utri (condenado en primer grado a nueve años por asociación mafiosa). A ellos se sumará, con el tiempo, un austero político vallisoletano, José María Aznar, al que se verá frecuentemente en bodas, yates y veranos gracias a la discreción de su yerno, Alejandro Agag.

Igual que le sucede a Berlusconi, todo ese dinero que no es capaz de contar no le ha servido a Briatore para lo único que le importaba: ganarse la consideración de los salones financieros de Milán: “Todavía me miran como a un marciano verde porque soy de Cuneo”, dijo dolido.

Ese odio de clase, trampolín de la ambición, une sus destinos desde un inicio marcado por el ladrillo. Tras la quiebra de CGI, Flavio cambia su tarjeta de visita y se presenta como promotor de la cantante Iva Zanichi. Enseguida, el joven Briatore se mete en un negocio sucio: regenta un garito donde se juega con las cartas marcadas. Varios clientes ricos y famosos aparecen desplumados sin saber cómo. Denuncia, proceso y condena: tres años de cárcel.

“Era joven, me equivoqué, sirvió para hacerme pícaro. Nadie es perfecto, eso es lo bonito de la vida”, recuerda Briatore. Eso, y cambiar de oficio: profesor de esquí, agente inmobiliario, asegurador, corredor de bolsa, otra vez agente inmobiliario.

Briatore se fuga a las Islas Vírgenes, abre un restaurante y espera hasta ser amnistiado. Tras cerrar por deudas el restaurante, Benetton le concede algunas franquicias en las islas. En 1991 regresa a Italia como directivo de Benetton y da el salto mortal a la F1: de director comercial a responsable de la escudería.

Llegan los años del proceso Manos Limpias. Mientras el país se hunde y Berlusconi entra en política, Briatore empieza a triunfar. Conquista los títulos de 1994 y 1995 con Schumacher, pero Benetton le despide en 1997, quizá porque ha comprado y vendido por debajo de cuerda una cuota de otro equipo, Minardi.

Su nombre surge en una investigación antimafia de los jueces de Catania. Nada relevante, por supuesto. Su voz ha sido grabada en conversaciones con personajes como Felice Cultrera, simpático hombre de negocios supuestamente cercano en esa época al capo de Cosa Nostra Nitto Santapaola, según Barbacetto.

Mientras tanto, no deja de cambiar de novia. Conoce a Naomi Campbell en 1998 (él tiene 49 años, ella 29) y las revistas de cotilleo juran que veranean juntos. Después dirán que tiene una hija con la modelo Heidi Klum.

Una vez asentado en la F1, llegan las plusvalías. Con la venta del equipo Ligier, recauda 10 millones de dólares en 1997. Crea la empresa de motores Supertech con los prototipos de Renault y en 1999 factura 13 millones. Entre 2003 y 2008 es socio de Alejandro Agag en la explotación de los derechos televisivos de la F1 para España: los compra Mediaset, de la que Briatore es consultor. Un negociazo de 75 millones, de los que Agag y Briatore se reparten las comisiones. Con Ecclestone y Agag, se compra en 2007 el Queens Park Rangers, un equipo de fútbol londinense, por 60 millones de euros.

Los títulos mundiales de 2005 y 2006 son su último éxito. En los circuitos, los mecánicos sonríen y recuerdan que era un tipo amable, que se ha ido del negocio debiendo dinero a algunos pilotos. Nelson Piquet júnior, el que denunció su trampa, ha dicho: “ahora todos conocen su verdadera personalidad”.

A Briatore le da igual. Está a punto de ser padre y se presenta como un mánager de estilo dinámico. Cuenta que duerme poco, dice que la vejez no existe y que su única pesadilla es perder la cabeza.

Por Miguel Mora / Especial de El País de España para El Espectador

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