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Ernesto Lucena habla con pasión, con vehemencia. Se emociona al recordar su infancia y las tardes de fútbol en los potreros de la Universidad Nacional o el Park Way. “Jugaba de 10”, dice con orgullo, porque sabe más que nadie lo que ese número significa. Era el de las ideas, el organizador, función que intenta cumplir ahora como ministro del Deporte, el primero en la historia de Colombia.
Al repasar su historia queda claro que, sin proponérselo ni darse cuenta, se preparó toda la vida para ese cargo, en el que sin embargo no piensa quedarse mucho tiempo.
Sus padres se separaron cuando apenas tenía cuatro años y tal vez por eso en el colegio (el Nueva Granada) era medio vago y montador. “Hasta que un día me dijeron, de una manera muy diplomática, que era candidato para no continuar. Y entonces el deporte fue mi refugio, mi hermano, mi mejor amigo”. Aunque fue campeón nacional infantil de squash, no era demasiado consagrado para los entrenamientos. De hecho, cuando llegó a la adolescencia y comenzó a estudiar Derecho en la Universidad Sergio Arboleda, los dejó de lado por la rumba.
Pero mientras se preparaba académicamente seguía jugando. En el club El Nogal practicaba bajo la dirección de Ángel Rodríguez, el papá de Miguel Ángel, uno de los mejores squashistas de la historia. De hecho, Lucena integró el equipo bogotano que ganó la medalla de oro en esa disciplina en los Juegos Nacionales de 2004. Se graduó como abogado e hizo varias especializaciones antes de dedicarse a la academia.
Y como está convencido de que fracasó el modelo tradicional de educación, se ha preocupado por explorar nuevas áreas y conceptos, como la neurociencia, la inteligencia emocional y el competidor integral, bases de proyectos que lideró con éxito, como la Escuela de Técnicos y Entrenadores de Fútbol y el primer pregrado de gerencia del deporte en el país.
Fue precisamente por esa vocación que el presidente Iván Duque lo invitó para que lo acompañara en el Gobierno. “Realmente en la universidad no éramos tan llaves, porque él estaba unos semestres arriba. Cuando regresó de especializarse en Estados Unidos yo ya era decano de la Facultad de Derecho y le pedí que diera la cátedra de cultura colombiana, que era muy importante para nosotros. Cuando asumió la presidencia él sabía cómo le podía servir yo, porque tenemos la idea de que la educación y el deporte van de la mano”, cuenta Lucena, de 41 años.
Y comenzó a dar resultados inmediatos. Aunque ya había una gestión adelantada, en ocho meses concretó la creación del Ministerio del Deporte. “Fue un trabajo arduo, de mucha socialización en el Congreso, de curul en curul. Estamos logrando que el deporte deje de ser la cenicienta de los gobiernos y se convierta en una verdadera política pública. Esa ha sido, hasta ahora, mi mayor satisfacción a nivel institucional”, admite.
Pero lo que realmente lo llena es estar en los escenarios, compartiendo con los deportistas y con la gente. “Me angustia no cumplirles a los atletas, que para esta administración son lo primero. Me encanta escucharlos y darles consejos, porque quiero ser el ejemplo de que las dos cosas, el estudio y el deporte, se pueden hacer bien”.
De hecho está comprometido con que su sucesor sea algún exdeportista relevante. “Queremos prepararlos, capacitarlos para darles la posta”. Lo dice además porque, aunque es un “soldado del presidente Duque”, no se ve mucho tiempo más en ese Ministerio. “Me seduce el sector público. Me gustaría aspirar a un cargo de elección popular, pero no tengo los recursos, eso cuesta mucho y es clave no hipotecarse”.
Tampoco descarta otra cartera o regresar a la academia, para dedicarles más tiempo a sus hijas, Violeta y Ema, a quienes a pesar de tantos viajes les prepara el desayuno y deja en la ruta la mayor cantidad de veces que puede.
La ausencia del hogar es dura, pero la recompensa es gratificante. “Los agradecimientos sinceros de la gente en las regiones pagan todo. Tanto que mi esposa, Alejandra, me dice que me ve tan feliz que no es capaz de reclamarme por no estar en casa”.
Físicamente Ernesto Lucena se cuida mucho. De hecho, se considera un “camión”. Rueda semanalmente unos 350 kilómetros en bicicleta, porque es la actividad con la que se desconecta. Intenta comer sano, aunque admite que “me gustan los paquetes, peco en eso. Mi debilidad son los Tostacos, los platanitos y el Todo Rico BBQ, ahí están las caloría de más”.
Reconoce que es irascible, especialmente cuando su equipo le plantea problemas y no le trae soluciones, aunque sus colaboradores dicen que por fortuna se calma rápido.
Para esos momentos de estrés, que no son pocos por estos días, acude a la lectura. Hace poco terminó un libro que “todo el mundo debería leer, para eliminar los prejuicios: Los cuatro acuerdos, de Miguel Ángel Ruiz”. Y está enganchado con otro, Buda y Einstein: cara a cara.
Aunque parece terco, realmente es determinado, nunca desfallece, no sabe darse por vencido. Y generalmente logra lo que se propone.
Por eso, quienes lo conocen de cerca no dudan de que cumplirá su sueño de llegar a los más altos cargos directivos en el fútbol nacional y mundial. Para eso se ha preparado.