Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
En la otra vida, la de antes del coronavirus, me gustaba jugar torneos de tenis. Entrenaba casi todos los días, analizaba rivales, visualizaba lo que podría ocurrir en un partido, en fin, me lo tomaba en serio. Me gustaba sentir la presión de la competencia. Cuando ya se hablaba de entrar a cuarentena jugué mi último partido. Lucho, el profe, el que organiza los torneos, me llamó el jueves a preguntarme si podía disputar la final de mi categoría el domingo a las 10:00 a.m.. Siempre pedía que me programaran a las siete porque después la cosa se complicaba entre dos niños pequeños, tareas de la casa, fútbol y trabajo. Pero Lucho insistió en que jugara a las 10, porque la idea era invitar a la gente a que fuera a ver el partido y una vez terminara poder hacer la premiación de todas las categorías.
Arreglé todo y allá me presenté. Al frente estaba el temible Mauro Francesa, un ítalo-venezolano que habitualmente juega torneos ITF de la categoría sénior alrededor del mundo. La única vez que nos habíamos enfrentado lo llevé al super tiebreak (los penales del tenis) y perdí por muy poco.
Al llegar vi que había unas 50 sillas alrededor de la cancha. Y sí señores, allá llegaron no solamente los familiares de mi rival, sino unas 40 personas más, entre padres de niños tenistas, amigos de los hijos de mi rival y jugadores de otras categorías. No sé por qué, pero lo único que se me vino a la cabeza fue que sería terrorífico perder por doble 6-0. Me hice la película de lo penoso que sería no ganarle ni un game. Y así jugué, mientras más llegaba gente, más engarrotado me sentía, no di pie con bola. Perdí 6-1 y 6-2. Al terminar un señor se me acercó y me dijo: “Se atortoló con el público, ¿no?” Y estalló en carcajadas. Lo quería matar, pero tenía razón, me arrugué con 50 espectadores, un desastre.
El que diga que el público no juega en una competencia deportiva, cualquiera que sea el nivel, es porque no la ha experimentado. La gente tiene un papel protagónico, a favor o en contra. Recuerdo el Mundial de Brasil. Allí Colombia fue local en cuatro de los cinco partidos que jugó, era como estar en el Metropolitano de Barranquilla. En esos juegos el equipo de todos arrolló a su rival. Pero el día del partido contra Brasil, con la gente por primera vez en contra, nada más en los himnos nacionales se veía el cambio en el gesto de los nuestros. La alegría se transformó en nerviosismo. A los 10 minutos ya perdíamos 1-0. El fútbol se jugará sin público por mucho tiempo. Ahora ser local no marcará una gran diferencia. Se igualarán las cargas emocionales. Habrá menos adrenalina y, por lo tanto, menos concentración. Los árbitros tendrán que lidiar más con el juego que con las emociones. Todo esto ya se ha visto en Alemania. En la primera fecha, desde la reanudación, solamente ganó un local, el Dortmund. El público no define el resultado, pero está demostrado que en confrontaciones parejas lo mental marca la diferencia, y si hay algo que determina la toma de decisiones bajo presión, es la gente.
