Hernán Barcos, el futbolista viajero que llegó a Nacional

El delantero argentino Hernán Barcos ha estado en 15 clubes de siete países diferentes, un éxodo constante que lo ha llevado por todo el mundo, desde China, pasando por Serbia y Portugal, hasta Ecuador, Brasil y ahora nuestro país.

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Camilo Amaya - @CamiloGAmaya
19 de octubre de 2019 - 03:05 a. m.
Barcos ha jugado en 14 de los 17 partidos de Nacional en lo que va de la Liga. / Getty Images
Barcos ha jugado en 14 de los 17 partidos de Nacional en lo que va de la Liga. / Getty Images
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A veces, para que los recuerdos anden, hay que darles cuerda. Y pensar tanto que el esfuerzo no aclara una duda en específico, pero sí otras que no estaban en mente. Por ejemplo: Hernán Barcos no rememora su primer gol como profesional (lo marcó con Guaraní de Paraguay), pero cuenta al detalle cómo fue su llegada a Buenos Aires, la capital, y lo estupefacto que lo dejó una ciudad delirante y de ritmos acelerados tan diferente a Bell Ville, en la provincia de Córdoba, una población pequeña que se hizo famosa cuando fue declarada como la capital nacional de la pelota de fútbol (allá están las primeras fábricas de balones de Argentina), que tomó aún más nombradía cuando los mismos pobladores la autoproclamaron como la capital mundial del balón (allí se inventó el sistema de válvula por presión).

“Fue un momento lindo, pues tenía veinte años y todo me asombraba. Lastimosamente en Racing no tuve la regularidad que quería y me fui. Pero llegar a Buenos Aires, una ciudad tan futbolera, un lugar tan mágico para el que le gusta este deporte, me marcó y me hizo reforzar lo que siempre había querido: ser futbolista profesional”. Barcos perdió a su papá cuando tenía diez años y el golpe fue tan duro que la vida misma lo acostumbró a ser responsable en una edad en la que las travesuras son lo habitual. Por eso era normal que le robara las naranjas a un vecino que sabía de antemano que él era el que se encaramaba al árbol para bajarlas, y a la vez le ayudara a su mamá a vender botellas de agua con gas.

Barcos aprendió muy niño que el trabajo dignifica la vida y que la mente, y todo lo que esta llama con tanta fuerza, puede ser una gran fuente de energía. “Sabía que iba a ser futbolista, como fuera, porque era algo que tenía que cumplirme a mí mismo y a mi viejo. Por eso, lo reconozco, no me gustaba el colegio y no era bueno en clase. Mi empeño estaba en jugar con mis hermanos en la calle, en patear mejor. De grande fue que empecé a leer y a interesarme en otras cosas. Antes no”. Con su primer sueldo se compró unos tenis que lo tenían obnubilado cada vez que las veía en la vitrina y le armó la cocina a su mamá: nevera, lavadora y secadora. “Quedé seco, sin un peso”.

El hoy delantero de Atlético Nacional se convirtió en un futbolista viajero desde joven cuando llegó a Guaraní de Paraguay, después a Olmedo de Ecuador, siguiendo su éxodo a Estrella Roja de Serbia con 23 años. “No me gustó ese país. La gente muy seca y las personas del club muy parcas. No me quería ir para Europa, pero los empresarios, las presiones, las charlas y los afanes me llevaron hasta allá. Era muy pibe y me vendieron la idea de que era una oportunidad bárbara y terminó siendo todo lo contrario. Ahora que lo pienso con más calma, puede que me haya servido para ser más fuerte, no tan inocente”.

Luego vino el paso por Huracán, el viaje a China y el aterrizaje en Liga de Quito, equipo que lo arropó de tal manera que sintió libertad y tranquilidad, y por eso marcó 53 goles en 92 partidos, y fue campeón del torneo local y de la Recopa Suramericana. Allí fue donde nació el apodo de El Pirata. “Un día después de que anoté, un barco muy grande salió desde el puerto de Manta y a un comentarista le pareció curioso hacer la analogía con mi apellido y así quedé.

Ya en Brasil celebré tapándome un ojo y el gesto se hizo famoso”. Sí, Barcos también jugó en Brasil, incluso en Portugal, en Sporting de Lisboa. De hecho, a la fecha, son quince clubes en siete países y 260 goles oficiales en 599 encuentros. En otras palabras, un peregrinaje constante gracias a que los correveidile lo han hecho famoso por su eficacia y su entrega, por su temperamento en la cancha y su tranquilidad fuera de esta. Mejor dicho, él mismo se ha hecho famoso por su esfuerzo.

“Sabés que no me molesta estar por fuera. Sí, extraño a mi familia, el asado y los vecinos, pero también me hace bien seguir creciendo, aprendiendo y, sobre todo, conociendo”. Barcos personificó el sueño de una estirpe de guayos y balones, de domingos largos en canchas polvorientas y de noches añorando porque pasara rápido la semana para que llegara otra vez el domingo (su abuelo fue entrenador y su papá también). “Desde los tres años metido en esas. Por eso creo que nunca pensé en otro camino, porque siempre vi en el deporte el futuro soñado, lo que hoy es mi presente”.

Desde que arribó a Atlético Nacional, proveniente de Cruzeiro, el argentino de 35 años ha disputado 34 partidos (31 siendo titular) con el equipo paisa, ha estado 2.655 minutos en cancha (en la Liga Águila) y ha marcado once goles. Y aunque las rotaciones de Juan Carlos Osorio no le han permitido tener más continuidad, también una que otra molestia física que lo ha dejado fuera, Barcos siente que lo que está haciendo beneficia al líder de la Liga Águila y que su aporte a lo colectivo hace soñar con un título esquivo hace dos años, algo insólito para una institución acostumbrada, en la última década, a festejar con más frecuencia. “Mientras los jugadores estemos cómodos, los objetivos se irán dando. En mi caso estoy contento en Medellín, a mi familia le gusta la ciudad y la gente nos ha tratado con mucho cariño. Hay uno que otro que te dice alguna joda, pero la mayoría nos tiene afecto y eso es muy importante cuando llego a una nueva ciudad, más allá de lo deportivo”. El primer paso está dado (consolidarse) y ahora solo le resta, como lo ha hecho en otras partes, ser campeón para decir que este viaje y esta travesía por Colombia sí valieron la pena del todo.

Por Camilo Amaya - @CamiloGAmaya

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