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Jorge Banguero sostenía el único radio. Todo el grupo de jugadores y cuerpo técnico de América, arrodillados sobre la gramilla del estadio Manuel Murillo Toro de Ibagué, escuchaban atentamente a El Pelícano: “Faltan cuatro minutos en Armenia… faltan tres minutos”. Se oían las oraciones del técnico Wilson Piedrahíta, mientras apretaba su estampita de San Carlos Borromeo, que le regaló su madre hace años. Sudaba frío el estratega.
“Nosotros terminamos antes que el resto de juegos. Sólo dependíamos de que Quindío no metiera el gol del triunfo en Armenia. Parecía la despedida del año nuevo, a la cuenta regresiva sólo le faltaron las uvas”, dice aún con emoción Piedrahíta, quien confiesa que el domingo pasado, cuando decretaron el final del juego en Armenia, fue el momento más feliz de su vida.
“Me parecía estar en un mundial. Nos abrazamos, gritamos. Lloraron todos, hasta el gato. Fue muy emotivo”, añade Piedrahíta. Su equipo necesitaba de cuatro resultados y, además, golear a Tolima para clasificar a cuartos de final. Todo se cumplió. “Fue como si un ángel nos quisiera recompensar por los juegos que merecimos ganar. Por el sufrimiento de estos jugadores que duraron mucho sin recibir sueldo. En el fútbol no hay justicia, pero sin duda que nos han pagado lo que nos debían”, añade.
La película de su vida pasó por sus ojos durante esos cuatro minutos que “parecieron una eternidad”. Wilson Piedrahíta, nacido el 20 de julio de hace 42 años en Bucaramanga, recordó cuando barrió calles y vendió calculadoras chinas en España, para subsistir en el Viejo Continente.
Estudiaba derecho en la universidad Incca de Bogotá. Antes, a finales de los 80, había jugado tres años como defensa en el Bucaramanga. La cerveza o el alcohol, en general, influyó para que no terminara el último semestre. Regresó a su ciudad de crianza, San Gil, Santander, y un día cualquiera leyó un anuncio en un periódico. “Ofrecían contratos de trabajo en el exterior. Los destinos eran Alemania, Argentina y España. Era la oportunidad perfecta para dejar el alcohol”, dice Wilson, quien prefirió Madrid.
Pagó unos millones en la empresa a un tipo al que sólo le anotó el celular y al que vería en el aeropuerto de Barajas, en Madrid. A su arribo, el sujeto nunca volvió a contestar. La imagen era desconsoladora: él, sus maletas y sus bolsillos con escasas pesetas. “Ojalá ese dinero le haya servido al señor. No hay mal que por bien no venga, pues luego experimenté de todo en Europa”, sostiene.
Vivió en una pensión, en donde lavaba las escaleras del sitio para poder pagar el arriendo. Se convirtió en un vendedor ambulante de productos que él mismo conseguía en China. En Shanghái volvió a recordar aquellas tardes en las que apoyaba a América, equipo del que es hincha. En una calle de esta ciudad se encontró con un comerciante chino que vestía una camiseta del cuadro escarlata. “Me emocioné al ver esa prenda vieja, llena de rotos y con el estampado de Póker. ¡Un chino con una camiseta del América!”.
Luego compró una furgoneta, en la que visitaba pueblos aledaños de Madrid para barrerlos, junto con un puñado de empleados. Después sus subordinados lo denunciaron por no pagarles seguridad social.
Obtuvo los papeles de residencia y decidió estudiar para ser entrenador profesional. Lo logró. En un seminario en Inglaterra se encontró con Rafa Benítez, campeón del continente con el Liverpool inglés, en 2005.
“Hablamos 10 minutos, le dije que lo admiraba e intercambiamos correos. Yo aún le escribo, pero nunca respondió. Si le preguntas por mí no tendrá ni idea de quién soy. Para mí fue un encuentro motivador”, dice el DT, que llegaría al Torrejón, un club aficionado.
Luego de oficiar como vicepresidente de esa agrupación deportiva, decidió regresar a Cali para dirigir un equipo de las divisiones menores de América. Llegó hablando con acento español. Pero nunca perdió su gusto por los vallenatos de Diomedes Díaz, pues dice ser 100% colombiano y espera recuperar el tono santandereano.
La crisis económica del fútbol nacional, en general, llamó su atención. “Me impresionó que muchos técnicos no recibían su sueldo hacía meses. Estuvieron colgados con sus servicios, con los colegios de sus niños. Tras el cambio administrativo todo se arregló y el plantel está al día. Pero no sé qué voy a hacer con los once meses que me debe la gestión pasada”.
Tras asumir como técnico del primer equipo del América en septiembre, tras la salida de Álvaro Aponte, su misión era evitar el descenso. Deberá afrontar, el 7 y el 10 de diciembre, la promoción contra el perdedor de la gran final de la B entre Patriotas y Pasto.
A pesar de la valiosa clasificación, “la prioridad es la promoción. Si me ponen a elegir entre la estrella y no descender, prefiero la segunda. Si nos salvamos este año, lucharemos el próximo por el título”, concluye.