Ayron del Valle, el goleador que se crio en un estadio de fútbol

El delantero de Millonarios vivió con sus padres en el Pedro de Heredia (hoy Jaime Morón) de Cartagena. Allí aprendió que el fútbol va más allá del terreno de juego.

Camilo Amaya
21 de abril de 2018 - 02:00 a. m.
Ayron Del Valle, delantero de Millonarios.  / El Espectador
Ayron Del Valle, delantero de Millonarios. / El Espectador

La imagen es emotiva, emocionante, tanto para la gente que la ve, como para los que están en ella. Ayron del Valle tiene 18 años y está sentado en una banca de cemento de uno de los camerinos del estadio Pedro de Heredia, hoy conocido como el Jaime Morón. Arrodillado, al frente de él, Abel del Valle le pasa unos guayos marca Nike amarillos, con una franja verde en la parte que protege el talón. Ayron acomoda los cordones con la mano derecha mientras esboza una sonrisa antes de dar las gracias. Los botines parecen nuevos. No lo son. Fue la buena labor del utilero, la excelente tarea del padre que se esforzó más para que su hijo tuviera la indumentaria impecable el día de su debut con el Real Cartagena.

No fue el estreno como profesional (lo hizo en 2006 con Expreso Rojo), pero sí con el equipo de la ciudad que acogió a su familia en el año 2000, cuando irse de Magangué fue una decisión prudente, inteligente, visionaria, pensada más allá del amor por la tierra, por la gente, su gente. La familia Del Valle vivió dentro del estadio del equipo cartagenero, pues el padre consiguió trabajo en el club. Enrollaba las vendas, embetunaba los guayos, guardaba los balones en las tulas, limpiaba los camerinos y estaba pendiente de toda la logística para que a los futbolistas no les faltara nada. Eso lo aprendió Ayron de niño, antes de saber cómo pegarle a la pelota. Entendió que el deporte era más que el espectáculo y que el que salía a la cancha era tan importante como el que dirigía desde la línea, como el que se quedaba adentro arreglando el desorden. Comprendió que el fútbol iba más allá del juego y que cada detalle podía alterar el marcador de un partido antes de que el juez diera el pitazo inicial.

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El tiempo libre nunca fue para ir a la playa, tampoco para jugar con los amigos, pues no los hubo. Fue para ver fútbol, para salir del cuarto, sentarse en la tribuna como un hincha más y entender por sí solo el juego. También, cuando ya el escenario quedaba vacío, tomaba un balón y empezaba a patear en cualquiera de los arcos. El tiempo se le pasaba tan rápido que lo dimensionaba cuando su padre lo llamaba para comer. Por eso fue tan especial el día en que entró al terreno de juego, ya no solo, sino con 10 compañeros más, para enfrentar al Júnior de Barranquilla. Lo hizo en reemplazo de Cristian González, por decisión del entrenador Wálter Aristizábal, en un encuentro que terminó empatado a un gol (tercera fecha del torneo apertura).

Fue su estreno en la primera división, con 18 años y 20 días, con los nervios de la primera vez, pero con la tranquilidad de conocer cada rincón, cada desnivel de la gramilla, pues ese estadio no era su casa por el simple hecho de oficiar ahí de local: era su hogar. “Hice las cosas bien y espero que me den la oportunidad de viajar a Medellín”, dijo mientras a su lado simultáneamente entrevistaban a Óscar Castillo, dos años mayor que él y a quien la prensa local también consideraba como el futuro del club.

Desde ahí su travesía por Colombia ha sido amplia: Independiente Medellín, Atlético Huila, Once Caldas, Deportivo Pasto, Deportes Tolima, Alianza Petrolera, América de Cali y Millonarios, equipos que han creído en sus cualidades, en su fortaleza adelante, en su capacidad de marcar goles. De hecho, con el club escarlata fue el máximo anotador en el torneo de ascenso, prueba de que ir de un lado para el otro no significa que no haya estabilidad; todo lo contrario: que siempre hay oportunidades. “En unos brillé, en otros me costó más, pero ahora me siento muy bien donde estoy”, dijo el número 7 del cuadro embajador, que lleva cinco tantos en 14 partidos y que contra Deportivo Lara, por Copa Libertadores, marcó un triplete que le dio vida al conjunto capitalino en la competencia internacional.

Ayron siempre fue, y seguirá siendo, de pocas palabras, fiel a la economía del lenguaje, porque de una manera u otra entiende que el jugador debe hablar de otra forma, con la pelota en los pies, como aprendió cuando un estadio hacía las veces de su hogar.

Por Camilo Amaya

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