El adiós del mejor micrero de todos los tiempos: John Pinilla

El bogotano, de 38 años de edad, es una leyenda del deporte más practicado por los colombianos: el fútbol de salón.

-Luis Guillermo Ordóñez
07 de abril de 2019 - 04:00 a. m.
El bogotano John Pinilla.  / Archivo El Espectador
El bogotano John Pinilla. / Archivo El Espectador

El fútbol de salón es el verdadero deporte nacional. Aunque en Colombia hay 28 ligas afiliadas a la Federación y cerca de 500 jugadores de alto rendimiento, millones de personas, hombres y mujeres de diferentes edades, lo practican en todos los rincones del país.

Y es que no hay un municipio en el que durante las noches o en los fines de semana no se juegue un torneo de ‘micro’, como se le conoce a esta disciplina traída de Brasil por Jaime el Pantalonudo Arroyave a mediados de los años 60.

En cada parque de Colombia hay al menos una cancha de cemento, aunque se juega también sobre baldosa, material sintético y madera.

(Lea aquí: Colombia cayó ante Brasil y no defendió el título mundial de fútbol de salón)

Es, además, el deporte de conjunto que mayores éxitos le ha dado al país y el único en el que somos realmente potencia. Tanto que de los 11 mundiales de mayores que se han disputado, la tricolor ha ganado tres y en tres más ha quedado en el podio. En damas logró el título en 2015.

Esta semana fue protagonista del torneo que se realiza en la provincia de Misiones, en Argentina. En ese plantel, que cayó sorpresivamente en cuartos de final ante Brasil, se destacó el bogotano John Jairo Pinilla Cubillos, un líbero de 38 años, considerado el mejor jugador de fútbol de salón de todos los tiempos, quien le dijo adiós al deporte que lo consagró.

El Mago, como le dicen, se hizo famoso en Bogotá a finales de la década de los 80, porque era la gran atracción de los torneos infantiles de los barrios Bosa, Kennedy y Samper Mendoza.

Creció viendo en vivo a Marcos Cuadros, Giovanny Hernández, Viviano Mena y Juan Carlos Soto, los referentes de la selección colombiana de la época, que ya comenzaba a figurar internacionalmente. De hecho, cuando se enteró, porque no había transmisión por televisión, de que el equipo nacional perdió la final del Mundial de 1994, ante el local Argentina, se propuso trabajar para reclamar algún día la revancha.

Comenzó en el club Auto Metálicas, pero pronto fue “fichado”, sin pago, por Saeta, uno de los más tradicionales del balompié capitalino. Lógicamente pasó por todas las selecciones menores del Distrito. “Era tan bueno, que la gente le daba propinas después de los partidos en La Valvanera, el Perdomo o Veraguas; le pagaban por jugar”, recuerda Armando Vinasco, un salonista aficionado que lo sufrió como defensa, pero también lo disfrutó como amante del deporte.

Con apenas 19 años, Pinilla llegó a la selección de mayores, al lado de quienes fueron sus ídolos, y jugó el Mundial de Bolivia, en 2000. En ese torneo marcó 19 goles en ocho partidos y fue considerado la revelación. Levantó el trofeo de campeón tras la dramática definición por penaltis en la final contra los anfitriones y cumplió con la promesa que había hecho seis años antes.

En esa época era difícil para cualquier jugador dedicarse de lleno al fútbol de salón, menos para Pinilla, a quien le pagaban por jugar en todos los equipos que reforzaba. Tenía la agenda llena, casi de lunes a domingo; todas las noches jugaba. Hasta le ponían un carro a su disposición para que lo trasladara de un escenario a otro.

Y el fútbol 11 también lo tentó. Con veinte años entrenó con el plantel profesional de Santa Fe, equipo del que es hincha, pero no se sintió tan cómodo como en la cancha pequeña. Finalmente no se quedó con el club cardenal y siguió su carrera en el micro.

Después de haber desechado varias ofertas para irse al exterior, entre ellas unas muy buenas de Argentina y Venezuela, aceptó una de Italia. Entre 2003 y 2008 jugó en el Real Futsal Arzignano, en Vicenza, con el que ganó cuatro títulos, dos de ellos de la Serie A.

“Allá aprendí a ser más profesional y disciplinado, a cuidarme, a mantenerme en buena forma física”, admite el Zorro, como le decían en Europa, por su astucia y malicia dentro del campo. “He hecho toda mi vida gracias al fútbol de salón, he podido ahorrar, conseguir grandes amigos y cumplir sueños”, agrega.

Después de su paso por el Viejo Continente regresó al país y mantuvo su fidelidad al deporte que amó desde chico. No se dejó convencer por el fútbol sala, que es la versión FIFA del micro y que, a pesar del apoyo económico de la poderosa rectora del balompié, no ha podido despegar.

En 2011 ganó nuevamente el título mundial, esta vez en Bogotá, con el coliseo El Salitre a reventar y el presidente de la república a bordo. “Fue uno de los momentos más importantes de mi carrera, la cumbre para nuestra generación”, admite Pinilla, un definidor exquisito, con una zurda mágica y el mejor dominio de balón que se haya visto.

Siempre con el número 9 en su espalda y marcando goles antológicos, con toques sutiles ante la salida del arquero, túneles o tacos, conquistó el oro en los Juegos Mundiales de 2013, en Cali, y un nuevo Mundial, el de Bielorrusia 2015.

En Colombia también fue la imagen de la nueva liga profesional y lideró una dinastía conformada además por Carlos Santofimio, William Estupiñán, John Celis y Diego Abril, entre otros.

Había anunciado su retiro, pero su espíritu competitivo y buen estado físico lo mantuvieron vigente. Por eso aceptó la invitación del técnico Jaime Cuervo para seguir en la selección. “John es el mejor jugador de todos los tiempos. Logró algo muy importante: ser un ídolo nacional y todo el reconocimiento internacional”, explica Manuel Sánchez, presidente de la Federación Colombiana de Fútbol de Salón.

Pero para lograrlo hizo muchos sacrificios, al igual que sus padres, Jairo y Martha; sus hermanos, Dayana, Viviana, Andrés, Jefferson y Brayan; así como su esposa, Viviana, y su hija Valerie, de siete años.

A ellos, que tuvieron que soportar su ausencia cuando viajaba a torneos o cuando vivió en Italia, quiere dedicarles más tiempo ahora que realmente dejará las canchas, al menos como jugador. “Me siento orgulloso de haber hecho algo grande por el país, por los millones de personas que practican y aman nuestro deporte. Nos reconocen en el mundo, nos respetan. Espero convertirme en entrenador y darles ejemplo a las nuevas generaciones, que deben saber que ahora el micro sí es una opción de vida”.

El próximo viernes John Pinilla cumplirá 39 años y los celebrará como le gusta, en compañía de su familia y escuchando salsa, preferiblemente la de Tony Vega. Su leyenda dirá que marcó más de cincuenta goles en los mundiales y decenas de miles en las canchas colombianas. Con la amargura de no haberlo hecho por la puerta grande, se va el mejor micrero de todos los tiempos, el ídolo de millones de jugadores que día a día, en calles y parques, intentan emular sus jugadas y celebraciones, las de la gran figura de nuestro verdadero deporte nacional.

Por -Luis Guillermo Ordóñez

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