El viacrucis de Geovanni Banguera

Antes de su debut en el equipo de Neiva, el arquero nariñense tuvo que superar muchas adversidades. Hoy, después de mucho sufrimiento y varias lecciones aprendidas, es una de las figuras de su equipo.

Jesús Miguel De La Hoz
02 de junio de 2018 - 02:00 a. m.
Geovanni Banguera es el segundo arquero que menos goles ha recibido en la Liga. / Oscar Pérez
Geovanni Banguera es el segundo arquero que menos goles ha recibido en la Liga. / Oscar Pérez

En la mirada del arquero Geovanni Banguera resplandece la ilusión y se ve la seguridad que les transmite a sus compañeros del Atlético Huila en cada jornada. Sabe lo que quiere y por ello trabaja arduamente. Dentro y fuera de la cancha se cuida. Jamás pierde un minuto de su tiempo, ni deja en manos de la divina providencia su anhelo de convertirse en el mejor. Hasta hace poco era un chiquitín descalzo que pateaba pelotas en canchas de tierra y en calles sin nombre en su pueblo natal, El Charco (Nariño). Hoy es el arquero revelación del fútbol colombiano. Ha nacido para triunfar. Y lo sabe.

Todo comenzó con el sueño de convertirse en futbolista profesional. Su mamá, Emiliana Delgado, apoyó su anhelo. Ella siempre tuvo claro que en el pueblo iba a ser difícil que lo lograra. En El Charco, en ese entonces agobiado por la violencia, la pobreza y la corrupción, había dos opciones de salir adelante: buscando oportunidades en ciudades cercanas o metiéndose como recolector de coca. Entre 2001 y 2007, como bien lo explicó la periodista Salud Hernández Mora, el municipio conoció el espejismo de la bonanza cocalera y por las calles corrió mucho dinero. Algunos lo aprovecharon para mejorar sus casas o poner alguno que otro negocio, pero esto incrementó los bares, los burdeles, y aumentó la cifra de desplazados y muertos.

Así las cosas, Banguera, con tan sólo nueve años, emprendió su camino a Cali. Llegó a la casa de su tía Geo con más ilusiones que certezas. Su sueño era convertirse en futbolista profesional. Jugaba de lo que lo pusieran. No tenía una posición definida. Era un joven espigado, rápido y con buen remate. Se probó en la escuela Sol de América, en la que empezó su transformación como arquero. En un partido lo probaron en la portería. Los entrenadores quedaron gratamente sorprendidos con su soberbia actuación. Deslumbró con sus estiradas, sus reflejos y sus atajadas. Fue figura de ese compromiso y desde entonces nunca volvió a dejar los tres palos.

Sus sueños eran tan grandes que nada ni nadie tenía la talla suficiente para convertirse en un escollo. Las dificultades que la vida le envió siempre supo sortearlas. Su momento más agrio fue a los 14 años. Ya había dejado Sol de América y estaba buscando otra escuela para tener más oportunidades. La encontró, pero cuando se le pregunta cómo se llama, no lo dice. Y tiene sus razones; es un recuerdo que quiere borrar para siempre. “El profe que nos entrenaba —de quien tampoco menciona su nombre— era amanerado, le gustaban los hombres y le caían mal los morochitos. Era un poco racista. A veces me dejaba por fuera a las 3:00 a.m. y me ponía a entrenar”, cuenta entre dientes. No duró más de tres meses, pero logró sortear ese mal momento, aprender de él y seguir adelante con la cabeza en alto.

Después llegó a Senderos Deportivos y fue allí donde las puertas se le abrieron de par en par, donde el camino se ensanchó y se convirtió en una carretera de dos carriles. Ambos con el mismo norte. Sus presentaciones en la portería fueron notables. Jugó partidos de la Liga del Valle y casi siempre salió como figura. Hizo que los ojos del Deportivo Pasto se posaran en él. Fue Diego Guerrero quien lo ayudó a dar el gran salto. Todo por lo que había luchado, las dificultades que había tenido que afrontar y las lágrimas que había derramado estaban dando sus frutos. Sólo tenía que demostrar sus cualidades en las divisiones menores del equipo nariñense para ganarse su puesto.

Pero el debut le llegó antes de lo esperado. Con tan sólo 16 años lo alinearon en un partido en Armenia contra el Quindío por Copa. Nunca se imaginó que iba a debutar tan temprano. En ese momento el Pasto estaba pasando por una difícil situación económica y los titulares no quisieron jugar, así que llamaron a la sub-20 para afrontar el encuentro. Una hora antes, el miedo escénico apareció, el corazón quería salirse de su pecho, latía tan rápido que parecía que iba a estallar. “El entrenador me dio la confianza, me dijo unas palabras y todo en mi cuerpo se fue calmando. Siempre me repitieron que teníamos que ganar el partido y uno como joven siempre se mete esa presión”, afirma con un tono suave, pausado, y la serenidad que lo caracteriza.

Desde entonces, Banguera ha madurado notablemente. Ese partido le dejó una enseñanza muy grande: “Siempre hay que tomar las cosas con calma. Para eso uno se entrena: para saber afrontar esos momentos. Y esto, más allá de los resultados y el negocio, sigue siendo un juego y hay que divertirse. Si uno no lo hace siempre va a tener esa carga”, se repite una y otra vez. Esa madurez lo llevó a tomar con tranquilidad su salida del Pasto y saber esperar su oportunidad en el Huila, equipo al que llegó en 2014 y en el que hoy se erige como una de las figuras claves en una campaña que tiene al equipo de Neiva cerca de volver a una final.

“Para uno ser grande en la vida primero tiene que ser persona. La fama es algo que siempre te nubla la cabeza”, con ese consejo que le dio su tía Geo una vez firmó con el Deportivo Pasto, Geovanni Banguera avanza con paso firme. No sólo se quiere convertir en el mejor arquero de Colombia, sino del mundo. Busca seguir los pasos de Iker Casillas y Gianluigi Buffon, sus ídolos de siempre. Pero antes de seguir cumpliendo sueños y de que su camino le dé la oportunidad de salir del país, está el reto de Nacional, equipo al que el Huila enfrenta este sábado en el partido de vuelta de la semifinal del fútbol colombiano (6:00 p.m., RCN).

@J_Delahoz

jdelahoz@elespectador.com

Por Jesús Miguel De La Hoz

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