Guerreras doradas e invictas

Fueron a Lima por un sueño y lo cumplieron por ellas, por sus familias, por sus parejas, por el país, en ese orden. Las guerreras colombianas derrotaron a Argentina y se bañaron en oro panamericano. Y, como si fuese poco, lo hicieron invictas.

Farouk Caballero / especial para El Espectador
10 de agosto de 2019 - 09:32 p. m.
Selección colombiana femenina, campeona del fútbol en los Juegos Panamericanos de Lima 2019. / AFP
Selección colombiana femenina, campeona del fútbol en los Juegos Panamericanos de Lima 2019. / AFP

Marcaron la historia, pero no fue fácil. Tuvieron todo en contra y remaron con esfuerzo y entrega en cada pelota. El camino tuvo rivales fuertes. Sin embargo, los muros más difíciles de derribar fueron edificados por sus compatriotas, quienes las acosaron, las tildaron de bebedoras, les intentaron quitar el dinero de sus triunfos y las llamaron “caldo de cultivo de lesbianismo”, como lo hizo el dirigente Gabriel Camargo. Ya volveremos con él.

En los Panamericanos de Lima 2019, la Selección de Colombia empató con Paraguay 0-0 en el debut. Le ganó a Jamaica 2-0 y empató con México 2-2. Así se sembró en semifinales, y cuando parecía que el sueño del oro se iba, pues Costa Rica se recuperó de un 3-1 en contra y mandó el partido al alargue con un 3-3 sorpresivo, apareció el fútbol de las mujeres de nuestra patria. Daniela Montoya se apoderó del medio y le dejó el balón clarito a otra talentosa, Jessica Caro. Jessica alzó la cara y habilitó por izquierda a Leicy Santos, quien recibió en el área. La magia apareció, la 10 rompió caderas y dejó mano a mano a Catalina Usme, quien es contundencia pura. Usme marcó el cuarto y obtuvo el tiquete a la final.

El oro

El viernes 9 de agosto el balón rodó en el Estadio Olímpico de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. El marco era estupendo para escribir una página dorada en la historia del deporte colombiano, pues justamente esa universidad fue la primera en el continente y ahí, en la Decana de América, nuestras guerreras se colgaron el primer oro Panamericano en fútbol.

Empezaron ganando con un desborde letal de Orianica Velásquez por izquierda. Su centro fue preciso y la contundencia de Catalina Usme esta vez siguió al pie de la letra la norma de los manuales del cabezazo: duro y contra el piso. Golazo. Colombia jugaba mejor, pero en un descuido en el único lunar de los Panamericanos, el juego aéreo, Argentina empató el partido. En el segundo tiempo Colombia mostró buen fútbol, se asoció y siempre propuso. Argentina más que jugar el partido, lo sufrió, pero supo sufrirlo porque llevó la definición hasta los penales. Aguantó el alargue con una mujer menos y todo se definió en penales.

En los cobros la técnica se impuso de lado y lado. Con categoría y sin nervios se marcaron los cinco penales de cada lado. Llegó la muerte súbita y el sexto penal también entró sin problemas. Los nervios crecían porque las que no patean en la lista inicial son menos aptas para estas instancias. Llegó el séptimo y Carolina Arias, con frialdad y precisión, abrió su pie derecho, la puso al lado del palo y dejó el marcador 7-6 para Colombia. La carga quedó en la espalda de Gabriela Chávez. La defensa argentina le metió muy por debajo el pie al balón y su infortunio hizo justicia. Argentina nunca fue más que Colombia, las mujeres de esta patria, jugando un fútbol que por vistoso jamás dejó de ser sacrificado, se subieron al primer lugar del podio Panamericano.

Ellas se colgaron su merecido oro, pero otro de sus triunfos fue unir a un país. Cuando el sueño dorado se hizo realidad, toda la Colombia futbolera celebró. No hubo regionalismos, todos gritamos porque de diferentes partes de la geografía colombiana salieron estas heroínas y debemos conocer sus lugares de nacimiento; pues, sin importar si es Lorica o Jamundí, ellas le dieron una gloria más a esta patria que tanto sufre por su violencia. Por eso, como pequeño homenaje a sus patrias chicas enlisto a nuestras guerreras que dejaron claro, de una vez y para siempre, que unidos somos más.

Además, repasando sus sitios de nacimiento, aprendemos esa geografía que muchas veces desconocemos en las capitales. Sin embargo, empecemos por las ciudades que siempre suenan, en Bogotá patearon por primera vez Catalina Pérez, Natalia Gaitán, Derly Castaño, Michell Lugo y Lady Andrade. En Medellín gatearon con el balón Isabella Echeverri, Daniela Montoya y Diana Ospina. En Cali, Jessica Caro y Carolina Arias forjaron su talento y carácter para jugar y luchar. En Bucaramanga, Daniela Arias compartió la pelota con el tetero, Marcela Restrepo hizo exactamente lo mismo, pero en Pereira. Hasta aquí los terruños más conocidos, porque Manuela Vanegas se raspó en una cancha por primera vez en Copacabana, Antioquia. Catalina Usme se cansó de romper redes en otra tierra antioqueña, Marinilla. Orianica Velásquez hizo sus primeros goles en Villanueva, Guajira. Daniela Caracas deslumbró con su ímpetu en Jamundí, Valle. Mayra Ramírez mostró su velocidad en los laterales de Sibaté, Cundinamarca. Y en Santa Cruz de Lorica, Córdoba, una crack de talla mundial hizo magia, porque seguramente quebró cinturas en áreas rivales antes de gatear, así inició Leicy Santos.

Heroínas históricas

Dentro de la lista hay otras dos poblaciones que dieron sendos talentos para el fútbol femenino y que, si bien no estuvieron presentes en el Olímpico de San Marcos, este triunfo también les pertenece. La primera es Bello, Antioquia, que le permitió a Sandra Sepúlveda tapar como pocas. Sandra cayó en una batalla con su club, se lesionó y no llegó a Lima. El otro municipio es Piedecuesta, Santander, donde las piernas de Yoreli Rincón se forjaron para llenar de gloria este suelo. No obstante, Yoreli también aprendió a no callar. Por lo tanto, cuando llegó la injusticia, ella habló y habló duro, por eso la sacaron de Lima. El Atlético Huila quiso arrebatarles los premios de la Copa Libertadores y ella tomó la vocería y les exigió justicia. No les gustó. Luego, el mentado político y dirigente Gabriel Camargo las trató de bebedoras y lesbianas y ella, frentera, le contestó. Le exigió respeto. No les gustó.

El técnico Nelson Abadía afirmó que la exclusión de Yoreli obedecía a “razones técnicas” del engranaje del equipo, pero la verdad eso sonó a excusa barata, pues Yoreli es la máxima referente del fútbol femenino colombiano en toda la historia. Es como si a la reciente Copa América no hubiesen llevado a James Rodríguez por “decisión técnica”. No nos crean ingenuos, eso no le cabe a nadie en la cabeza y si vieron la final por el oro, no hay que ser conocedores excelsos del fútbol para afirmar que Yoreli engranaba en ese equipo e hizo falta para evitar tanto sufrimiento. La historia dirá que la santandereana no subió al podio, pero hay que precisar que sin las banderas que hondeó Yoreli, por el respeto y la justicia, jamás se hubiese conseguido ese oro.

Asimismo, surge un tema que no puede quedar de lado y es la libertad que obtuvieron con esa presea. Parece ridículo que en pleno 2019, los inquisidores por las “buenas costumbres” satanicen a las heroínas del deporte. Camargo no expectoró una opinión individual, Camargo

habló en nombre de ese país que se autodenomina “la gente de bien” y que censura si una mujer se pone la camiseta de la Selección Colombia y besa, con amor puro, a otra mujer. Ese mismo país impone que a la mujer se le debe aplaudir solo cuando maneja bien sus tacones sobre una pasarela luciendo un bikini diminuto y buscando una corona. Ese, ese es el mismo país que magistralmente el futbolero Eduardo Galeano inmortalizó en su texto Sagrada Familia: “Padre castigador, madre abnegada, hija sumisa, esposa muda. Como Dios manda, la tradición enseña y la ley obliga: el hijo golpeado por el padre/que fue golpeado por el abuelo/que golpeó a la abuela/nacida para obedecer, porque ayer es el destino de hoy y todo lo que fue seguirá siendo. Pero en alguna pared, de algún lugar, alguien garabatea: Yo no quiero sobrevivir. Yo quiero vivir”.

A ellos, a esa “gente de bien”, quiero decirles que el triunfo en Lima no es solo por el oro, es por las libertades. Estas guerreras dejaron la vida en la cancha y darán sus almas, si es necesario, para que no se les satanice más. Hace 200 años en Boyacá se le dijo al rey europeo que ya no era soberano, que ya no mandaba en este pueblo y en estos suelos. Bueno, 200 años después las guerreras doradas e invictas les dicen a los reyes de las “buenas costumbres” que no son soberanos sobre sus vidas privadas y su sexualidad. Ellas, con goles de oro, proclamaron para siempre su libertad.

Por Farouk Caballero / especial para El Espectador

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