Dirigir un equipo grande de fútbol quizá sea alegría y tristeza a la vez. Por eso el objetivo de quien asume el desafío es prolongar los momentos buenos y procurar que los malos no lleguen o, al menos, que sean tan pequeños que no afecten la dignidad y el nombre de la institución.
Un partido flojo no es condenatorio, tampoco una derrota inesperada, pero que ambas cosas se vuelvan costumbre sí. Entrenar a Atlético Nacional es un reto que conlleva a la acción y, por ende, a la reacción. Hacerlo bien genera perpetuidad, hacerlo mal produce repudio.
Esa es la razón de que aún hoy, a tres años de su salida, la gente siga hablando de Reinaldo Rueda y de lo que hizo cuando estuvo al mando. Y que una multitud haya llegado hasta la sede del equipo en Guarne para recordar, en medio de arengas que más bien fueron reclamos, que con él las cosas eran diferentes, que él sí ponía la máquina a funcionar.
Eso pasó hace dos días, cuando el grupo se disponía a viajar a Uruguay, donde este miércoles enfrenta a River Plate en el juego de vuelta de la segunda fase del torneo continental con la serie 1-1 (5:15 p.m.). Los flojos resultados aparecieron en una cascada que se hizo incontrolable y, por consiguiente, Juan Carlos Osorio dio un paso al costado (el décimo DT que sale de la Liga colombiana) estando en el grupo de los ocho y con altas posibilidades de avanzar en el certamen internacional.
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Entonces, ¿qué es lo que genera el desespero y el inconformismo? La punta del problema son los 15 partidos sin sacar el arco en cero y los 29 goles que le han marcado hasta este momento (la cifra más alta en torneos cortos). El grueso es no tener buenas actuaciones tanto local como internacionalmente y también que no se gane nada luego de estar acostumbrados a levantar trofeos cada nada. De hecho, el club verde no lo hace desde el Apertura 2017, cuando superó a Deportivo Cali en la final (todavía estaba Rueda).
Desde ese entonces han pasado cinco entrenadores. Primero el español Juan Manuel Lillo, quien en seis meses apenas llegó a cuartos de final de la Liga (perdió con Tolima). Después, en enero de 2018, arribó el argentino Jorge Almirón, que si bien llevó al club a la final del torneo Apertura de ese año (cayó otra vez con Tolima), fue superado en octavos de la Libertadores por Atlético Tucumán.
Para otra institución un campañón, para el más veces campeón en Colombia no. Entre agosto y noviembre la directiva le dio la oportunidad a Hernán Darío Herrera, que si bien recompuso el camino y ganó la Copa Colombia, no pudo entrar al grupo de los ocho (noveno con 30 puntos, uno menos que Santa Fe).
A finales de 2018, con Nacional eliminado, se contrató al brasileño Paulo Autuori, que apenas estuvo a cargo cinco meses. En el Apertura de 2019 entró a los cuadrangulares finales, pero fue último del Grupo B. Además, quedó fuera de la Libertadores en la fase 3 tras caer con Libertad de Paraguay y en la Suramericana no pudo pasar de la segunda ronda al estrellarse con Fluminense de Río de Janeiro.
Ya después vendría Osorio, el primer lugar en el todos contra todos del Finalización, la ensoñación porque las cosas parecían marchar y el tercer lugar del Grupo A en los cuadrangulares (primero fue Júnior) y un nuevo golpe.
En este año de pandemia y con una de las nóminas más costosas del país (Andrés Andrade, Jarlan Barrera, Jéfferson Duque, Yerson Candelo, Vladimir Hernández, Baldomero Perlaza, Brayan Rovira y Helibenton Palacios, por nombrar algunos), Nacional no apela a la lógica de su plantilla, pero está, por ahora, clasificado a las finales. Es decir, que si le va bien contra River Plate de Uruguay y se mete a los playoffs estaría, de a poco, cumpliendo con los objetivos.
Al menos hasta final de 2020 Pompilio Páez, asistente de Osorio desde 2006 en Millonarios, São Paulo y la selección de México, entre otros, será quien tenga la misión de pasar de la frustración a la aceptación y, por qué no, a un gran festejo.