Los 500 partidos de Stalin Motta

El capitán de Equidad, que enfrenta este sábado a Santa fe (6:00 p.m.), completó esta cifra de juegos oficiales como profesional, la mayoría con el cuadro bogotano. A sus 34 años, su máximo objetivo es ser campeón de la Liga Águila. Su historia.

Luís Guillermo Montenegro
20 de octubre de 2018 - 03:00 a. m.
Stalin Motta, máximo referente de La Equidad./ C.D. La Equidad Seguros
Stalin Motta, máximo referente de La Equidad./ C.D. La Equidad Seguros

Stalin Motta padre quiso ser futbolista, llegó a ser parte del Deportes Tolima, pero no trascendió, así que le tocó acudir a la carpintería para poder sacar adelante a su familia. Claro que les inculcó la pasión por el fútbol a sus hijos desde que estaban pequeños. Sacaba tiempo para llevarlos al parque más cercano a su casa, en el barrio La Chucua, en Bogotá, para patear balones. Edwin y Stalin se divertían junto a su papá, quien simulaba ser el arquero y ellos delanteros.

Stalin, el menor, era el más talentoso; con siete años comenzó a entrenar en la escuela Sporting Cristal, en el parque de El Salitre. Todos los sábados y domingos el plan familiar era ir a ver sus partidos. Era pequeño, pero rápido y gambeteador. Su talento fue evolucionando tan rápido, que en poco tiempo comenzó a entrenar con la selección de Bogotá, en la que compartió con jugadores como Radamel Falcao García, Abel Aguilar y Rafael Robayo.

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En un juego preliminar que disputó en el Estadio El Campín, fue visto por Alfonso Sepúlveda, quien lo llevó a Santa Fe. La escuela de Sporting Crtistal le pidió al cuadro cardenal 30 balones a cambio del traspaso de Stalin; sin embargo, sólo llegaron cinco balones y hubo una disputa entre las dos instituciones deportivas, que fue solucionada gracias a la intervención de Stalin padre. El futbolista bogotano hizo todo el proceso de formación en el equipo albirrojo, en el que llegó a estar cerca de debutar, pero no contó con el respaldo del entrenador ni del presidente, por lo que terminó pidiendo que lo dejaran ir a buscar un equipo por su cuenta.

Le costó tanto conseguir un equipo, que su papá se resignó a que su hijo no cumpliera el objetivo de llegar a ser futbolista profesional y le recomendó que siguiera sus estudios de administración deportiva en la Universidad Distrital. Él ya estaba entrenando en La Equidad, pero no tenía la confianza del entrenador y por eso no le habían hecho firmar un contrato. “Si en seis meses no he firmado, no más fútbol y me dedico a estudiar”, le avisó Stalin a sus padres.

El técnico de Equidad era Faber López, quien no confiaba mucho en Stalin porque le parecía que era muy pequeño para ser futbolista y le costaba sacrificarse por el equipo cuando no se tenía la pelota. “Yo ya tengo el equipo definido, le doy diez días para que me convenza de que sí puede estar acá”, le advirtió el DT a un jugador que estaba desesperado por demostrarle a su familia, al técnico y a sí mismo que sí sería capaz.

Pasaron 20 días en los que Stalin había dado todo en los entrenamientos para llamar la atención del estratega, pero no le decían nada. “Me tocó ir a hablar con Wilson Gutiérrez, que era el capitán del equipo, y le dije que hablara con el entrenador para que me diera una oportunidad”. A los pocos días hubo un partido en la Universidad de La Salle entre los jugadores suplentes de La Equidad y Compensar. Faber le dio la oportunidad a Stalin de ir, pero lo dejó en el banco de suplentes. “En el entretiempo hicieron siete cambios y yo fui el único que no entré. Íbamos perdiendo 2-0, faltaban diez minutos y nada que me ponían. Hasta algunas lágrimas se me escurrieron”, recuerda Stalin.

El técnico volteó a mirar al banco de suplentes y el único que estaba era Stalin, así que le avisó que se alistara para entrar. En esos minutos el bogotano marcó dos goles y el partido concluyó 2-2. “Stalin, me convenció. Vaya y arregle para que le hagan firmar contrato”, dijo Faber. Así comenzó la historia entre Stalin Motta y La Equidad.

En el club asegurador hizo carrera. Jugó en el Olaya, en la B, ascendió y llegó a primera división. Su maestro fue Alexis García, el hombre que lo convenció de lo bueno que podía ser, lo hizo capitán del equipo y ganó una Copa Águila. “Me enseñó a creer en mí, a tener autocrítica y a entender que si uno se prepara bien, en la cancha las cosas salen”.

En 2010 Atlético Nacional lo contrató. Llegó con la ilusión de triunfar en un club grande, pero ese paso le costó. “Llegué a vivir otra historia diferente. Me he considerado un jugador de equipo y en Nacional eso es complicado, porque los jugadores quieren buscar su propio rumbo. En Equidad recibía 100 pelotas en un partido y en Nacional recibía sólo diez. Si de esas diez te equivocas en cinco el balance es malo, pero en Equidad si de 100 fallas en diez el porcentaje es positivo”, recuerda. Además de eso, se lesionó dos veces la rodilla, por lo que estuvo más tiempo en recuperación que a disposición del cuerpo técnico.

Luego intentó jugar en el exterior con Barcelona, de Ecuador, pero la experiencia no fue buena. Llegó a un club en crisis económica. No le pagaban y fuera de eso no sumaba muchos minutos. “Terminé sacando de mi bolsillo para pagar algunas obligaciones del club. Tuve una fuerte discusión con esa gente y terminé regresando a Colombia”, cuenta Stalin.

Volvió a La Equidad, a Bogotá. Allí recuperó la alegría y la confianza. Lo único que le falta es conseguir un título, algo que se ha convertido en una obsesión. Ya cumplió 500 partidos como profesional, tiene 34 años y sus aspiraciones son realistas. “Me hubiera gustado en algún momento de mi carrera ir a Europa, creía que con mis condiciones ppodría haber hecho mucho más, pero ahora debo ser realista y pensar en hacer lo mejor con Equidad, el equipo que me lo ha dado todo”, confiesa el 10, que está estudiando para ser entrenador de la Asociación de Técnicos de Argentina. “No sé si después del retiro quiera dirigir, pero me parecía importante estudiar algo, porque ya volver a empezar de cero la carrera de administrador deportivo es muy complicado”.

El fútbol no lo ha cambiado, sigue siendo el mismo niño que corría con su hermano y su padre en un parque del barrio La Chucua, en Bogotá. Su máxima motivación es su familia y así como le cumplió a su padre con llegar a ser futbolista, él quiere que sus hijos hagan lo mismo con él, así que su objetivo en la vida es darles todo lo que necesiten.

 

Por Luís Guillermo Montenegro

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