Los goles, el lenguaje de Roberto Ovelar

Esta es la historia del delantero paraguayo de 32 años, quien guió a Millonarios a ganar la Superliga Águila frente a Atlético Nacional.

Luis Guillermo Montenegro - lmontenegro@elespectador.com - @luisguimonte
08 de febrero de 2018 - 12:40 p. m.
Roberto Ovelar celebra el primer gol frente a Atlético Nacional en la Superliga Águila.  / EFE
Roberto Ovelar celebra el primer gol frente a Atlético Nacional en la Superliga Águila. / EFE

En Curuguaty, a cuatro horas de Asunción (Paraguay), creció Roberto Ovelar, uno de los refuerzos de Millonarios para esta temporada. Su familia tenía una finca en la que sembraban yuca, tomate y algodón. Gente que veía en el trabajo de la tierra la manera de dignificar la vida, además de sobrevivir. Su infancia no fue fácil, de días incoloros por la falta de dinero, de luchar por salir adelante. A Roberto le tocó vender banano y lotería para poder ayudar en la casa, sobre todo a Leonardo Ovelar, su padre, un hombre perseguido por la dictadura de Alfredo Stroessner por pensar diferente, por comunicarlo a los cuatro vientos, por hablar cuando no era permitido hacerlo. El hogar de los Ovelar Maldonado aprendió que la escasez era el precio de la libertad en Paraguay.

Luego de unos años, se mudaron a la capital, una ciudad donde el fútbol se convirtió en una válvula de oxígeno para la familia. No había cómo pagar una escuela, tampoco cómo comprar unos guayos. Lo de Ovelar fue un aprendizaje precario, algo que lo hace más meritorio, junto a su hermano Luis, hoy en día futbolista de la segunda división de Paraguay. Luchar fue la máxima expresión de la dignidad, y con el talento, la habilidad aumentó, tanto que en un torneo aficionado alguien no dudó en darles la mano para que llegaran al profesionalismo.

La potencia de Roberto, una marca registrada, es algo innato, un regalo del destino. Y el trabajo que ha venido haciendo, que hizo desde que tomó la decisión de ser futbolista, lo fortaleció físicamente. De a poco este delantero de 32 años ha ido mejorando características de su juego, incorporando otras, corrigiendo, basando todo en la teoría del ensayo. Ovelar comenzó como juvenil en el equipo Karende de la Liga Mallorquín, en el cual se mantuvo un buen tiempo, en el que aprendió lo necesario para jugar este deporte. Luego, fue descubierto por un cazatalentos de uno de los equipos más importantes de Paraguay, el Cerro Porteño, al que arribó cuando el técnico era el argentino Gustavo Costas.

Debutó en 2006 ganando el título de Primera División de ese año, anotando 10 goles entre ese torneo y el anterior, demostrando que la camiseta de un grande no le pesaba. En 2008 se unió a Universidad San Martín de Porres, equipo de la Primera División Peruana, que ese año logró revalidar su título en el torneo inca. Allí ganó el campeonato descentralizado y fue figura anotando nueve tantos en 30 partidos, lo que le abrió las puertas del Cruz Azul de México, una escuadra que se fijó en él por su capacidad de estar siempre en el lugar correcto, donde la pelota sólo necesita ser empujada. También por saber cubrirla muy bien con su cuerpo para generar espacios.

Sin embargo, su paso por el fútbol mexicano no fue el mejor. Apenas disputó cinco encuentros por la liga local y anotó un solo gol, rendimiento que le otorgó un tiquete de vuelta a Perú, esta vez a Alianza Lima, club en el que se reencontró con Gustavo Costas. Después de tres temporadas viajó a Chile, a la Universidad Católica, en 2012, y regresó de nuevo a territorio peruano al siguiente año en una travesía buscando encajar. Esta vez fue en el Juan Áurich, de Chiclayo, onceno en el que tuvo una primera etapa con goles, 17 para ser exactos, y una segunda no tan productiva, más bien triste, desoladora por la falta de anotar.

Y, en ese momento de buscar nuevos caminos, dio un salto a Colombia, al Júnior de Barranquilla. Se dio a conocer, marcó y mucho, demostró que podía adaptarse a cualquier esquema de juego. Que si le pedían que jugara con la nariz en el arquero, lo hacía; que en la bomba del área, también. Un camaleón de la ofensiva. Cuatro años en la capital del Atlántico fueron suficientes para Roberto, quien llega a Bogotá para sumar un nuevo desafío, esta vez con el actual campeón de la liga.

Roberto, un hombre tranquilo y familiar, quien llegó con la responsabilidad de satisfacer las necesidades de una hinchada que quiere más ahora que sabe que es posible lograr grandes cosas. Y lo hace de la única manera que sabe, con goles, su mejor lenguaje.

Por Luis Guillermo Montenegro - lmontenegro@elespectador.com - @luisguimonte

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