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Gabriel Ochoa Uribe: la historia dorada con Millonarios

Como jugador estuvo en la época de El Dorado. Junto a Julio Cozzi defendió el arco azul en la década de los 50. Como técnico potenció a una de las leyendas del fútbol colombiano: Willington Ortíz.

Andrés Osorio Guillott
10 de agosto de 2020 - 05:09 p. m.
Gabriel Ochoa Uribe ganó nueve títulos con Millonarios: cuatro de ellos fueron como jugador y los cinco restantes como director técnico.
Gabriel Ochoa Uribe ganó nueve títulos con Millonarios: cuatro de ellos fueron como jugador y los cinco restantes como director técnico.
Foto: @MillosFCoficial

Luego de haber sido jinete, de pasar por el Atlético Municipal de Medellín, que después fue Atlético Nacional, y de haber debutado profesionalmente en el fútbol colombiano con el América de Cali en 1948, Ochoíta, como era llamado en aquel entonces, llegó a Millonarios en 1949 con el objetivo de ser el arquero titular. Aunque no logró serlo, pues a su lado estaba “El arquero del siglo”, apodo que le otorgaron al argentino Julio Cozzi, sí se convirtió en uno de los valuartes de la época de El Dorado con el llamado Ballet Azul.

Gabriel Ochoa Uribe fue comprado por 500 pesos. Llegó al edificio Los Embajadores y se instaló en un cuarto en el quinto piso del edificio. Ya en la Atenas Sudamericana, como se le llamaba a la Bogotá de Antaño, el portero antioqueño se unió a Rubén Rocha, Carlos ‘Cacho’ Aldabe, que era defensa y técnico a la vez; Danilo Mourman, Francisco ‘Cobo’ Zuluaga, José Saule, Óscar Corzo, Nestor Raúl Rossi, Ismael Soria, Alfredo Castillo, Alfredo Di Stéfano, Adolfo Pedernera, entre otros.

“Era gente muy buena, eran todos jugadores que se habían preparado para ser futbolistas profesionales. Adolfo era muy culto. Y Carlos ‘Cacho’ Aldabe también. Él ya había pasado por la universidad y era profesor de educación física. Era un hombre que nos daba muchas imágenes de cultura, de orientación, de manejo, de ambiente social. Adolfo era un hombre de mucha personalidad. Manejaba las cosas con un criterio enorme, con mucha responsabilidad en el atleta; Alfredo era muy alegre; Nestor Raúl Rossi parecía un niño. En el campo era un león, golpeaba a diestra y siniestra, pero él salía del campo y se apagaba inmediatamente su personalidad. No tuvimos problemas nunca. Alfredo Castillo fue un gran jugador también”, señaló Ochoa en una entrevista a RCN Radio hace varios años.

Adolfo Pedernera le dijo a Ochoa: “algún día voy a traerte un arquero del que vas a aprender mucho”, y así fue como en 1950 llegó proveniente de Platense Julio Cozzi. Con la presencia del guardameta argentino, el portero colombiano no tuvo mayor continuidad en el equipo titular de El Dorado. Sin embargo, fue la compañía de Cozzi lo que reafirmó las palabras de Pedernera y significó una escuela para Ochoa como jugador y, años después, como técnico. “Mi maestro Julio me dio la grata satisfacción de que lo que me había enseñado Fernando Paternoster en Medellín, Donaldo Ross, Delfín Benítez Cáceres y Leo Siegfried, fue complemento importante para que él me enseñara realmente los secretos de la posición de arquero”, afirmó el Profe Ochoa en la misma entrevista.

Según Ochoa, él solo sabía volar bajo los tres palos. Pero junto al “arquero del siglo”, el colombiano entendería la relevancia de un puesto que siempre ha sido opacado por las ansias de gol de futbolistas e hinchas: “Ese sí sabía todo, sabía cómo pararse, cómo achicar, cómo saber, por el perfil del atacante, si le pega duro, suave o con chanfle. Todo eso lo sabía Julio”, dijo alguna vez Gabriel Ochoa Uribe sobre Cozzi. El colombiano, que junto a Francisco ‘El Cobo’ Zuluaga fueron los únicos nacionales en jugar en el Millonarios de El Dorado, sufría constantemente de lesiones en sus manos y rodillas.

Por esa época Millonarios se daría el lujo de establecer récords y de ser pioneros en varias experiencias alrededor del fútbol. Con Cozzi y Ochoa logró adjudicarse los primeros goles de arqueros en el campeonato local. El argentino anotó un tanto de penalti ante el Deportivo Cali en octubre de 1952. Un mes después, exactamente el 30 de noviembre de ese año, Ochoa Uribe, que solo disputó 59 partidos oficiales en sus casi seis años con el club bogotano, reemplazó a Alfredo Di Stéfano, que una noche antes se enfermó y no pudo jugar contra Atlético Bucaramanga. Sin más variantes, el arquero antioqueño terminó jugando en el otro extremo del campo, convirtiéndose ahora en el verdugo del portero contrario. En aquel partido, que quedó 7-1 a favor de Millonarios, el improvisado delantero marcó uno de los goles, siendo así, el primer guardameta en anotar un tanto en el fútbol colombiano con el balón en movimiento.

En 1955 Gabriel Ochoa Uribe deja Millonarios para irse al América de Rió de Janeiro, en Brasil. Dos años después regresa, pero al poco tiempo se convierte en el director técnico que haría leyenda en el fútbol colombiano con los 13 títulos que ganó: cinco con los embajadores; siete con América de Cali y uno con Independiente Santa Fe. Por su vivencia dentro del campo de juego, por lo que le dejó Julio Cozzi, Ochoa entendió que, a diferencia del imaginario colectivo, lo que puede dejar una huella en la historia, siendo líder de un equipo, no es el que lleva la 10 en la espalda o el que se lleva el Botín de oro, sino el que viste guantes y ofrece la seguridad de salir jugando, pero también de evitar los goles en contra. “Denme un gran arquero, alguien que me deje dormir tranquilo y vamos a pelear por el título”, dijo. Y así hizo historia.

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