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Carta a Juan Guillermo Cuadrado

Te recuerdo lo afortunado que eres de estar en Brasil y la responsabilidad tan grande que tienes: serás el representante de muchos de tus amigos de infancia que soñaron lo mismo que tú.

Juan Diego Ramírez, Enviado especial a Brasilia, Brasil
14 de junio de 2014 - 12:00 a. m.
Carta a Juan Guillermo Cuadrado

Te escribo desde el patio de tu casa, Juan Guillermo. Este terreno resume los 12 años que viviste en Necoclí porque en este sitio pateaste tus primeros balones y jugaste a construir castillos a tu medida: con tablas, arena y piedras de esta tierra árida. Y aquí, a unos pasos del tanque y del baño que son independientes de la casa, te amarraba tu abuela Marcela por escaparte a jugar fútbol. Debió haber sido muy estricta para juntarte las muñecas y obligarte a mantenerlas por encima de la cabeza. Si las bajabas o dejabas de mirar la pared, te daba palmadas. ¿Recuerdas? Es que igual debes admitirlo: de niño eras bien jodido.

Incluso te escapabas, amarrado y todo, por la puerta de la trastienda, cruzabas una avenida intermunicipal y terminabas en un terreno baldío. Y allá, en esa montaña que se alcanza a ver desde acá, desde tu patio, te encontrabas con tu pandilla de amigos. Con Miguel Ángel, John, Nelson, Diego, Olmer, El Avispón, El Cholo, Larsen, los dos Camilos y los dos Éver. Tú eras el Cortico, ¿verdad? Así te llamaban porque eras bien enano. Se reunían en esa montaña y se tiraban de ahí sobre un trineo particular: una botella 2,5 litros que rebanaban por la mitad y que quedaba como tabla de eslalon. También se iban a bañar a la represa La Guitarrita, ese charco en forma de instrumento que sigue ahí como en tus tiempos, como cuando pescabas camarones con chinchorros o con cualquier tela.

En Necoclí todo sigue idéntico, Juan. Las calles difuminadas por el polvo que dejan los mototaxis, el calor de la cancha La Batea —donde metiste tu primer gol— y la música alborotada de la playa. Todo está intacto. Y tu casa, la de fachada angosta y color vinotinto, también se rehúsa a cambiar con el tiempo. Incluso algunos de tus amigos de infancia siguen acá y otros vienen de vez en cuando, como Larsen, que trabaja como policía en Medellín y ahora está de visita.

Dice que ese grupo de amigos no te olvida. A pesar de que te fuiste a vivir a Apartadó a los 12 años, se sienten orgullosos de ti. Les dicen a los que pueden que jugaron contigo en esa montaña donde ahora hay un aviso de entrada y salida de volquetas. Cuenta tu amigo Larsen que allí jugaban todo el día, en lo oscuro y con lluvia, en horas escolares y en días festivos. Cómo no vas a gambetear con tanta propiedad ahora si desarrollaste tu fuerza en lodazales. Y cómo no vas a ser tan ágil si jugabas a pie limpio, porque preferías quitarte los zapatos y la ropa del colegio y jugar en calzoncillos para evitar que la abuela Marcela te castigara por ensuciarla.

Qué berraquito tan jodido. Y tan travieso. Cuentan que una vez te caíste de un árbol por andar cogiendo guayabas y en otra ocasión te pisó la carreta de un caballo y te fracturó el tendón de Aquiles. Todo por no quedarte quieto. Eras el más pequeño en estatura, pero también te gustaba andar de pendenciero. Dizque una vez te fuiste a los puños con tu amigo Larsen a pesar de que él era una cabeza más grande. Dizque un día fuiste feliz porque jugaron a ser boxeadores en la calle, con unos guantes que les prestó un vecino. Y dizque nadie se podía meter con tu pandilla, porque los 13 agarraban piedras y palos y se defendían contra los que fuesen. Eran asuntos de niños, pero desde entonces ya eras bastante leal.

Pocos conocen el origen de tu carácter, pero seguramente nació de las dificultades, pues no cualquiera triunfa después de presenciar el asesinato de su propio padre. Tenías cuatro y sólo recuerdas el sonido de las balas, porque estabas metido debajo de la cama. Tú y tu familia lograron reponerse, a pesar de que se les fue el tiempo lamentando a Guillermo, que no te heredó el fútbol pero sí el coraje para ganarte la vida dignamente, como lo hizo él manejando camiones de gaseosa. Fue duro convertirse en una cifra más de injusticia, en un número más de esa guerra maldita en Necoclí y en todo el Urabá de los 90. Qué cabrón es este país a veces, ¿cierto?

Aquí se necesita mucha suerte, Juan, y a pesar de todo, tú has sido afortunado. No por haber nacido el mismo día que cumplía años Diomedes Díaz. Qué va. Sino porque triunfaste en el fútbol siendo de una tierra sin oportunidades. El entrenador José Leonel Rengifo (o León, como lo debes conocer) me mostró una foto tuya en el año 2000.

Él guarda esa imagen como un tesoro y ahí estás posando en un equipo de camiseta roja durante un torneo en Turbo.

No tenías los pelos ensortijados como ahora, pero sonreías como lo haces desde siempre por convertir goles. Se ven 18 niños en el retrato y tú fuiste el único que logró ser profesional. Uno de ellos, me cuenta José Leonel, está en una cárcel de Medellín por violación y homicidio. Entonces fíjate cuánta suerte has tenido. Sólo imagínate cuál hubiera sido tu destino sin el fútbol: tal vez tu mamá seguiría trabajando en la zona bananera de Apartadó o en la heladería de Necoclí. Pero no. La suerte se inclinó a tu favor en momentos decisivos, porque con el mero talento no bastaba. Tú, más que nadie, sabes que las habilidades no les han valido a muchos para ser profesionales. Por eso te digo que este país es bien jodido, bien injusto.

Aun así lo representas poniéndote la camiseta de la selección y lo has hecho con tanta dignidad que eres el primer futbolista necocliceño en un Mundial. Bien hubieras podido renunciar al equipo de un país que te quitó a tu padre, que en un principio te cerró las puertas al mundo del fútbol porque en el Deportivo Cali te rechazaron por ser flaco. Pero siempre fuiste valiente. Y por eso te has vuelto tan popular como para ser pretendido por el Barcelona. Eres todo lo que muchos quisimos ser y realizas piruetas que nosotros sólo podemos realizar en el Play Station. Estás muy lejos de esos mezquinos que juegan sin poesía y resumes desde siempre la idiosincrasia del fútbol colombiano: velocidad, fantasía y sensibilidad en el pie.

Por eso tu pandilla siempre te decía que ibas a llegar lejos. ¿Te acuerdas? Siempre te trataron como al mejor, como al capo. Y fíjate que acertaron: por eso tu casa, en el barrio Simón Bolívar, ahora está llena de trofeos y de seis cuadros en la entrada con fotos tuyas en el Deportivo Independiente Medellín. Por eso tu primo Juan José, queriendo ser tú, corre por ahí con la camiseta de la Fiorentina que le regalaste.

Cumpliste tu sueño infantil de ser futbolista, ese que empezó en Necoclí, cogió forma en Apartadó y se hizo realidad en Medellín. Cumpliste, además, el sueño que también tenían tus amigos del barrio. Ellos no llegaron a debutar, pero sienten como propios tus triunfos y todos te apoyarán en este Mundial. Tú tienes la responsabilidad de jugar por quienes no llegaron. Incluso por los ausentes y los caídos que has llorado. No los defraudes, Juan. Rómpela. Por ellos.

Por Juan Diego Ramírez, Enviado especial a Brasilia, Brasil

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