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“Yo sentía los clásicos”, decía, en referencia a los partidos contra Júnior de Barranquilla, Maximiliano Robles Maduro, mejor conocido en Santa Marta como Chimilongo. En esa ciudad se hizo querer por sus notables actuaciones bajo las porterías del estadio Eduardo Santos, defendiendo los colores de su amado Unión Magdalena, con el que atajó entre 1969 y 1974 y 1976 y 1981. También pasó por Atlético Bucaramanga y Deportes Tolima.
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Y es que su amor por el Ciclón lo hizo brillar con el Unión. En algún momento dijo que era el hincha número uno del club, por la forma cómo se entregaba en cancha y el cuidado que le puso siempre a lo que pasara con la institución. “Amo a mi equipo”, sentenciaba.
Afuera de los los campos de juego también dejó una huella eterna en hinchas del Unión Magdalena. Por ejemplo, en el reconocido cantante Carlos Vives, a quien rescató de una piscina de un hotel de Cúcuta porque se estaba ahogando. Posteriormente recibió de los Vives una casa en Pescaíto, el barrio de donde han surgido varios talentos del fútbol colombiano.
Aunque nació en San Martín, se consideraba del barrio Pescaíto por su amor a ese lugar tan futbolero. En la cancha La Castellana de Pescaíto fue despedido. Su féretro recorrió el césped con la camiseta del Unión Magdalena encima, tras morir el martes a los 75 años a causa de un infarto cardiorrespiratorio.
(Las huellas que dejó Gabriel Ochoa Uribe)
Chimilongo adquirió el apodo de su abuelo, quien tenía origen holandés. Chimilongo venía sufriendo problemas renales, de hipertensión y diabetes y falleció dejando un legado eterno en la historia del cuadro de Santa Marta. Chimilongo se definía como “un asesino del área” y recalcaba: “No gané plata, pero sí amigos, muchos de los cuales me apoyan y extienden la mano”.
Se la extendieron pues había soportado seis operaciones y su cuerpo se encontraba débil. Casi no tenía fuerzas para caminar y utilizaba una silla de ruedas que ahora está vacía. En Pescaíto, el nombre de Maximiliano Robles Maduro se queda para siempre.