El que alista a la selección para el Mundial de Rusia 2018

William Torres es utilero del equipo tricolor desde hace nueve años. Hace seis meses viene trabajando para la operación Rusia 2018. Le cuenta a El Espectador los detalles de un trabajo tan silencioso como valioso

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Fabián Mauricio Rozo / @FabianRozo
03 de junio de 2018 - 02:00 a. m.
William Torres, uno de los utileros de Colombia en el Mundial de Rusia 2018. / Cortesía
William Torres, uno de los utileros de Colombia en el Mundial de Rusia 2018. / Cortesía
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Ser el primero y el último. Esa fue la regla fundamental que aprendió en 1998, cuando por esas casualidades de la vida llegó a Santa Fe para apoyar en la utilería sin salario alguno. Hoy, dos décadas después, la aplica a rajatabla en la selección colombiana de mayores. En los aeropuertos del mundo, hoteles, sitios de entrenamiento, concentraciones, estadios o vestuarios.

Mientras José Pékerman y sus colaboradores hacían seguimientos y se tomaban su tiempo para definir el grupo hacia Rusia en las últimas semanas, William Torres ya tenía todo listo para el Mundial hace meses. Definidos los rivales y lugares de la primera fase el pasado 1° de diciembre en el Palacio del Kremlin en Moscú, comenzó en forma la operación rusa.

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De hecho, el utilero de la tricolor confiesa que al día siguiente del empate contra Perú en Lima, que selló la clasificación, “arrancó toda la preparación con Alonso Amorocho, gerente de la selección, con quien se define ropa y logística según el lugar y la estación del momento. Por ejemplo, en esta última etapa de preparación se usó indumentaria de invierno por la semana en Bogotá, ahora estamos usando de verano en Milán y en Kazán se mezclará de ambas”, revela Willie, como cariñosamente le llaman.

No dejar nada al azar es la segunda regla de oro en su oficio, al que llegó “sin pensar que trabajaría para un equipo de fútbol. Las cosas se dieron haciendo lo que me gusta, dedicándole todo a Santa Fe y a la selección, que son los equipos de mi vida”, agrega emocionado, mientras revela otra norma de su labor: “Hacer las cosas con amor y pasión no tiene precio”.

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Confiesa que “no era futbolero”, pero una vez empezó a conocer en sus entrañas este deporte y “vivir 24 horas en torno suyo”, se convirtió en fanático, sin llegar a imaginar “que ganaría títulos nacionales e internacionales con el equipo del que siempre fui hincha, mucho menos pensar estar en la selección y ahora vivir un segundo Mundial. Es algo que no tiene comparación”.

Recuerda, por ejemplo, que vio “Estados Unidos 94 y Francia 98 como hincha”. Ahora es parte de la selección y con pasaporte FIFA por duplicado. “Gracias a Dios se dio lo de Brasil, ahora Rusia y en realidad somos unos privilegiados, así que la mejor forma de agradecerle a Dios es aprovechando al máximo esta bendición”, dice este bogotano de 37 años.

Disfruta lo que hace, sobre todo por “lo que se vive en un camerino. Desde las tristezas, las alegrías, las arengas, las oraciones y tenerles todo listo a los jugadores. No es hacer por hacer, es empeñarse en dar lo mejor, dedicarle el tiempo que sea necesario al equipo con esfuerzo y cariño”. Cuarta regla.

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Considera que su oficio, arduo como pocos, es agradecido, “siempre y cuando uno tenga todo listo, en orden, a la hora que es”. Y la recompensa no puede ser mejor que “la amistad con los muchachos y el cuerpo técnico. La verdad, es un orgullo compartir con figuras de élite que son tan humildes y cercanos”.

Su día a día tiene agendas definidas. “En concentración hay que estar de pie a las 6 a.m. y una hora después tener todo listo, bien sea gimnasio o entrenamiento. La ropa para cada jugador y miembro del cuerpo técnico y lo que necesita el profesor en el campo si es práctica. Uno sabe a qué hora se levanta, pero nunca a qué hora se acuesta”, suelta sin el más mínimo rasgo de reclamo.

Es una carga pesada la que soporta, pero cuenta desde la eliminatoria pasada con el apoyo de Héctor Fabio Abadía, más conocido como Amaral, que por su amistad con legendarios de la selección como Freddy Rincón o Faustino Asprilla, se convirtió desde hace años en uno más del equipo nacional.

Torres le agradece al cuerpo técnico ese refuerzo, el voto de confianza brindado, pero fundamentalmente “el que te enseñen y guíen a diario. Es gente muy capacitada, que te exige y forma, algo importante para crecer en cualquier ámbito de la vida”.

Torres dice que son un equipo en la utilería y es tal el feeling que, sin ponerse de acuerdo, han dejado la sobriedad del banco para celebrar como los hinchas más desaforados los mismos goles. “El de Falcao con el que se empató el partido a Chile después de ir 0-3 fue memorable. Quedó en la historia, como también el de James en Lima para llegar a Rusia. Los cantamos mucho, la verdad”, recuerda emocionado.

Tampoco olvida a los técnicos que le permitieron cumplir este sueño. Eduardo Lara lo llevó a las menores en 2007 y en su breve paso por la absoluta, dos años después, le trazó el camino que continuó luego junto a Hernán Darío Gómez, Leonel Álvarez y ahora Pékerman. Del primero destaca “la cercanía”, de Bolillo “lo bacano que es”, a Leonel le resalta “el compañerismo que inculca” y del actual seleccionador nacional “la sapiencia y el trabajo en equipo, que han permitido hacer historia”.

Con todos se ha esmerado al máximo y conocido muchos estadios, que son su segunda casa en definitiva. “Casi todos los de Europa son top. En Suramérica hay buenos, los de Brasil fueron espectaculares y los de la Copa América Centenario en Estados Unidos, pero hay de todo. Hace poco en Londres nos tocó un camerino que parecía una habitación, pequeño e incómodo, pero uno se adapta. Igual lo que importa es estar con la selección, en familia”, cuenta a manera de anécdota.

Y vivencias sí que tiene para compartir. Por eso, al estar impregnado de fútbol, las cábalas lo tentaron más de una vez, pero hoy confiesa que la única que tiene “es Dios. Sólo me echo la bendición al ingresar y salir del camerino para que todo salga bien y con una oración basta para estar bendecidos”, dice un hombre renovado por la fe.

No se le ha perdido hasta ahora ni una maleta de las miles que ha cargado, pero “el día que llegue a pasar, habrá que solucionar para que todo esté listo”. De su equipaje se ocupa poco, paradójicamente, porque “son pocas cosas las que se llevan para cada viaje”, aunque sí está atento a las sugerencias de su esposa Janeth y su hijo Kevin “sobre lo que no puede faltar en las maletas”.

Su familia es lo que más extraña al permanecer tanto tiempo fuera de casa. “Hace falta ver a los hijos crecer y compartir las fechas importantes con los seres queridos, pero se da todo por el país y ellos también entienden”, afirma con resignación Willie, mientras acepta que “por más que se coma bastante bien con la selección y más ahora que viajamos con nuestro propio chef, como la comida de la casa no hay dos”.

Inigualable también es su sueño. “Hacer parte de una selección es algo grande y ganar la Copa es lo que todos queremos”. Otro deseo a corto plazo es “con todo lo que se ha aprendido en estos años, poder compartírselo a personas que quieran nutrirse de esa experiencia”. Se viene la escuela de utileros William Torres.

No espera lucrarse de ello, como tampoco anhela reconocimientos ni palmaditas en la espalda. Simplemente lo hace feliz que su trabajo hable por él. “Cuando los jugadores entran a utilería y te agradecen por tenerles la ropa y sus cosas al día, es satisfactorio”, dice con orgullo. Y el sentimiento se multiplica al saber que “ellos son jugadores élite, vienen de Europa y se piensa que allá los utileros son de un nivel superior, pero deben limpiar sus propios guayos, y si botan un balón, tienen que traerlo, mientras que acá se les consiente mucho”.

Igual siente que nunca será suficiente, porque le gusta la perfección. No conformarse lo ha llevado lejos, a donde nunca imaginó. Por eso vive el Mundial de Rusia como si fuese el primero y, por supuesto, espera que no sea el último.

Por Fabián Mauricio Rozo / @FabianRozo

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