Juan José Chalela: con ADN para buscar talentos

En la antesala de Rusia 2018, un bogotano que siempre quiso dedicarse al fútbol, hoy es gestor social y empresario en un deporte en el que su abuelo dejó un legado.

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JORGE CARDONA ALZATE
05 de junio de 2018 - 04:26 p. m.
Juan José Chalela, empresario y gestor social en el mundo del fútbol colombiano. 
 / Óscar Pérez
Juan José Chalela, empresario y gestor social en el mundo del fútbol colombiano. / Óscar Pérez
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Sus recuerdos empiezan con un balón bajo el brazo o en el estadio El Campín en plan familiar, con regreso a casa para seguir hablando de fútbol. Después, como capitán de su equipo en el colegio Andino hasta graduarse bachiller, saliendo de atrás con la cabeza levantada por el centro del campo, como se lo enseñó su entrenador Juvenal Rodríguez cuando cesaban las clases y era la hora de  las canchas. A los diez años, con su hermano Samuel y sus primos, Juan José Chalela oficiaba como baluarte de un plantel aficionado que orientaba el exarquero de  Santa Fe y Millonarios, Luis Jerónimo López.

Con el 6 a la espalda, no pensaba en otro destino que en ser futbolista. Tenía el apoyo de sus padres que en el fondo sabían que, si no era en la competencia, el deporte rey es tan largo y ancho como la vida misma. Y en su ADN familiar el fútbol siempre fue un capítulo central de la historia. Desde los días en los que su abuelo José Chalela, entre sus labores como abogado, tuvo tiempo para dedicarse a la dirigencia del balompié. Oyendo a sus mayores, no sólo supo del origen de su familia de maronitas cristianos que llegó del Líbano a finales del siglo XIX, sino de cómo su abuelo nació y creció en Bucaramanga.

Con el tiempo, ya en Bogotá, José Chalela entró al círculo de los dirigentes que idearon el fútbol profesional en Colombia. En 1956 asumió la presidencia de la Dimayor y estuvo en el cargo 20 años. “Le tocó dirimir la división de poderes y dejó el organismo cuando llegaron los mágicos”, comenta un experto. En familia se refiere que fueron dos décadas administrando con pulcritud el fútbol y dividiendo su corazón entre Bucaramanga y Millonarios. Dos años después, el 12 de octubre de 1978, falleció de infarto frente al estadio bogotano cuando salía de un clásico.

Las memorias de José Chalela quedaron preservadas por sus seis hijos, todos hombres, medio equipo. Los mayores, hinchas de Millonarios. José Francisco que llegó a ser presidente encargado de la institución. Juan Guillermo que hizo parte de la Comisión Arbitral. Rafael y Jorge que prefirieron la medicina y el derecho, sin alejarse de las canchas. Los dos menores, Víctor Daniel y Pablo optaron por Santa Fe. La esposa y madre, María Teresa Mantilla, nunca entendió porque todos corrían tras un balón o se tomaban fotos, pero igual disfrutó los viajes, las modas, los sombreros y el colorido del juego.

En ese entorno creció Juan José Chalela, que no conoció a su abuelo, pero siempre lo sintió cercano. Por eso, cada vez que hacía o evitaba un gol, como lo sigue haciendo, reivindicaba su nombre. Sus padres, Jorge Chalela y Sara Paulina Puccini, entendieron que había que llevarle la cuerda y, en 2005, cuando concluyó el bachillerato, lo enviaron a Sttutgart (Alemania) por seis meses, para que viera cómo funciona el deporte organizado. Pero él solo quería vestirse de cortos y, a su regreso, se enroló en la Academia Compensar, donde acarició su ilusión con amigos que lograron hacerse futbolistas.

Hasta que llegó la hora de las definiciones. Fútbol o universidad. Sus padres insistían en derecho o administración. Él rechazó ambos caminos y, casi por descarte, optó por comunicación social pensando en el periodismo deportivo. Fueron cinco años en la Javeriana, los que le permitieron entender que tampoco era su destino. Sólo empezó a configurarlo con su tesis de grado, cuando dimensionó el impacto del balompié en la cultura y la sociedad, al evaluar entornos regionales en los que el ciclón de la violencia se había llevado vidas de campesinos, obreros, empresarios y también futbolistas.

Entonces tomó forma su empresa de fútbol con énfasis social, con dos escalones previos para consolidarla: algo de práctica profesional y estudios avanzados. El primer escenario llegó por una coyuntura favorable. En 2012, después de años oscuros, Millonarios vio una luz deportiva y gerencial y, de la mano de Felipe Gaitán y Eduardo Silva, entre otros, empezó a ordenarse. Juan José Chalela entró a la nómina del plantel, no en el área de comunicación, sino en logística, pero pronto sus estadísticas, sus lecturas selectas o su seguimiento a jugadores lo rotularon como un conocedor a consultar.

Fueron dos años entendiendo las entrañas de un club de fútbol en estado de renacimiento, con la gratificación de verlo campeón en diciembre de 2012. Ahora faltaba estudiar este deporte desde una institución del primer mundo. Con ayuda familiar, sus primeras deudas, la incondicionalidad de su hermana María Angélica, y al final por una beca que lo sacó de apremios, fue a parar a la Universidad de Liverpool (Inglaterra). Y en esa ciudad cultural e histórica no sólo vivió la rivalidad deportiva entre el supercampeón Liverpool y el legendario Everton, sino que pudo contagiarse de la magia itinerante del legado Beatles.

Cuando todo apuntaba al retorno, gracias a los contactos adquiridos, terminó en Alemania, esta vez para estudiar los trabajos del club Borussia Monchengladbach, tercero más popular del mundo germano. Con algo de ayuda familiar y las vueltas de la vida cuando se quiere salir adelante, fueron días de intenso aprendizaje. De la nada apareció una colombo-alemana de 85 años llamada Ana María Vogel que lo acogió en su casa a un costo accesible, y vinieron meses asimilando cómo el fútbol es mucho más que un deporte de multitudes y se arraiga en la sociedad con múltiples beneficios.

Por eso, desde que regresó al país en 2017, tuvo claro el norte de su proyecto personal Fans (Football Always Need Soul), que se traduce en El Fútbol Siempre Necesita Alma. Es decir, primero el sello social, en una tarea en la que pronto encontró rutas de responsabilidad ya construidas, como la organización Fútbol con Corazón, del empresario Samuel Azout. Con este y otras iniciativas similares se dio a la tarea de concertar alianzas y promover torneos en sectores y regiones donde hasta hace pocos años únicamente disfrutaban los violentos. El entorno que pensó desde su tesis de grado, pero que sólo constató cuando entró en contacto con las comunidades que hoy son su razón de ser.

No obstante, en la lógica de que su labor social requiere solidez económica, también agregó algo de su cosecha. Con la nueva reglamentación que ya no exige condición de agente FIFA para entrar al negocio del fútbol, activó sus relaciones y se lanzó al ruedo como empresario. Primero con el inglés Ravel Morrison, a quien ayudó a llegar al fútbol mexicano. Después con Ismael Páez, futbolista venezolano, hoy en segunda división de México. Y, sin trascendencia mediática, también estuvo detrás del traspaso del arquero uruguayo Nicolás Vikonis de Millonarios de Bogotá al Puebla.

Hoy, como buen empresario del fútbol, busca talentos en torneos nacionales y regionales, o revisa nombres en las ligas de la Costa Caribe, Valle, Antioquia o Bogotá, porque sabe que en Colombia existe una excelsa materia prima. De paso entiende que también  arrebata jóvenes a la droga o el delito. Por eso vive pendiente de todas las categorías, y lee cuanto portal o plataforma mediática se le atraviesa para saber de canteras y futbolistas en ascenso. Su objetivo es que el recurso humano colombiano sea valorado y que el fútbol siga creciendo con las comunidades.

Por lo pronto, como la gente de su entorno, a partir del 14 de junio estará en pausa para disfrutar el Mundial de Fútbol Rusia 2018. Como lo hacía su abuelo José Chalela, esperando el gol de la victoria hasta el último segundo. Como lo hacen sus padres, tíos, primos y hermanos, disfrutando la sana rivalidad entre Millonarios y Santa Fe. O como lo hizo su abuela María Teresa, que no distinguió a Pelé y nunca entendió por qué uno de los jugadores tenía licencia para coger el balón con las manos, pero igual disfrutó como nadie del mejor espectáculo del mundo.

Por JORGE CARDONA ALZATE

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