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Aunque Marco Pérez siempre fue delantero, su principal virtud nunca había sido hacer goles. Por más que cuando jugaba en las agrestes canchas del departamento de Chocó se destacaba por su velocidad y efectividad, con el paso del tiempo lo segundo pasó a ser una falencia. Ahora, con 28 años, está viviendo el mejor momento de su carrera con el Deportes Tolima, con una efectividad de 10 goles en 10 partidos, algo que, para los incrédulos, los que lo criticaron por sus pifias en España y Argentina, podría sonar a imposible.
Llegó al profesionalismo con 17 años. Eduardo Pimentel le dio el visto bueno para que se uniera al Boyacá Chicó, en donde se encontró con el técnico Alberto Gamero, quien fue un formador para él, y después de una larga carrera se lo ha vuelto a cruzar en el Tolima. “Es un jugador muy noble que a veces tiene pensamientos de niño. Claro que se deja hablar y enseñar y por eso está ahora recogiendo todo lo que ha sembrado en trabajo”, explica Gamero.
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Aquel Marco Pérez de menos de 20 años que jugó en el Chicó era un joven que llamaba la atención por su estatura, su potencia en los remates y su velocidad. No propiamente por su facilidad para marcar goles, pero sí por su juventud, se creía que eso sería algo en lo que iba a mejorar. Sin haberse consolidado en el fútbol nacional, pasó a jugar en Gimnasia y Esgrima de La Plata, en donde la adaptación le costó, pero vivió un tiempo de aprendizajes que le sirvió para dar el salto al fútbol de Europa.
Tal vez fue un paso muy rápido. La juventud le cobró y eso se notó desde el momento de su presentación con el Zaragoza. En el estadio de La Romareda, cuando le entregaron su uniforme y salió al terreno de juego a mostrar su talento ante las cámaras, sufrió un resbalón que le causó tantas burlas que nunca pudo jugar sin presión. En el momento en el que le dieron el balón para que hiciera algunos toques ante los aficionados, el chocoano quiso hacer una maniobra y terminó resbalándose y cayendo de cara al piso. Luego, ya en los partidos, falló goles increíbles por lo que tan solo después de una temporada, en la que marcó un solo gol, dejó Europa.
Gracias a su empresario, más que a lo mostrado en cancha, volvió al fútbol argentino para hacer parte de Independiente de Avellaneda. Más maduro y con experiencia en el Viejo Continente, sus expectativas eran altas; sin embargo, las ganas no fueron suficientes. Una vez más falló goles increíbles y se ganó el apodo del “Asesino del Gol”, no porque marcara muchos sino porque mataba las opciones que le creaban. Solo celebró en tres oportunidades. No obstante, las puertas en Argentina siguieron abiertas y pasó a Belgrano, en donde tampoco pudo despegar.
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Regresar al país quizás era una manera de reencontrarse con sus orígenes, de volver a sentir la confianza y la motivación que lo llevaron a ser jugador profesional. Primero estuvo en Medellín y luego llegó al Deportes Tolima, su lugar en el mundo. “Conmigo encontró esa confianza que necesitan los goleadores en sus malas rachas. Yo solo le hice ver cuáles eran los errores habituales y él ha sido muy humilde en querer trabajar para mejorar y corregir. A pesar de llevar jugando mucho tiempo, aún tiene falencias, pero mi idea ha sido potencializar lo bueno. Es un hombre que sabe escuchar y entiende su situación. Esa ha sido la clave de su evolución”, explica su entrenador, Alberto Gamero.
En 10 partidos que ha disputado este semestre con el Deportes Tolima, líder de la Liga Águila, Marco ha anotado 10 tantos, es uno de los goleadores del torneo, junto con el argentino Germán Ezequiel Cano, del Medellín, y vive el momento más feliz de su carrera deportiva, todo gracias a que afinó la puntería.