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Roa y sus luchas contra la comodidad

Este domingo después de 10 años, Deportivo Cali volvió a celebrar un campeonato en Colombia. Andrés Felipe fue uno de los jugadores claves para la consecución de esta estrella.

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Luis Guillermo Montenegro
08 de junio de 2015 - 02:01 a. m.
Andrés Felipe Roa, volante del Deportivo Cali que ha sido una de las revelaciones de la Liga Águila. Foto: Nelson Ríos
Andrés Felipe Roa, volante del Deportivo Cali que ha sido una de las revelaciones de la Liga Águila. Foto: Nelson Ríos
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Tiene 22 años, pocos partidos en primera división. Claro que cuando el balón está en sus pies, lo conduce como si fuera un tiempista veterano. El no ser titular lo estaba desesperando, pues desde niño siempre ha sido figura en los equipos en que ha estado y ese lugar lo quería tener en el Deportivo Cali. Desde cuando Fernando El Pecoso Castro le dio la oportunidad de ser el 10 del equipo, ha crecido y ha llamado la atención por su calidad. Ya fue campeón de la B, cuando ascendió con Uniautónoma a la primera categoría. Espera ganar esta noche su primera estrella y emular los pasos de grandes campeones que han sido sus ídolos desde que tuvo la idea de ser futbolista.

Carlos Roa tenía el sueño de llegar a ser futbolista profesional. Jugaba desde pequeño en el colegio y marcaba diferencia. Sin embargo, sus padres no lo apoyaron y por eso terminó cambiando el fútbol por la pedagogía. Estudió para ser profesor y a los pocos años se graduó y comenzó a trabajar en un colegio de Sabanalarga, Atlántico. Cuando se casó con Samira Estrada e iba a tener su primogénito, pensó en el día en el que sus padres le cerraron las puertas para cumplir su sueño y prometió no hacer lo mismo con su hijo Andrés Felipe. Dos años después nació Juan Camilo y a los pocos meses el plan era salir a patear balones a las calles del pueblo con ellos.

Al ver el talento, los metió a una escuelita llamada Fausto Castro, en donde compartieron durante tres años con otros niños. Luego, Carlos tuvo la idea de formar una escuela en Sabanalarga con el objetivo de tener futbolistas profesionales en el futuro de ese municipio y ahí creó Acefusa. Sus hijos eran los consentidos del equipo, pero también los que mejor jugaban. Andrés Felipe tenía once años y Juan Camilo ocho cuando fueron a representar a Sabanalarga en un torneo organizado por la Liga del Atlántico.

“Mucho gusto —dijo Agustín Garizábalo, veedor del Deportivo Cali en la costa—. Esos dos pelaos que jugaron tan bien me interesan. Lo único que le pido es que los lleve a donde un nutricionista y un deportólogo para que les hagan un plan de alimentación. Están como flaquitos”.

A los cuatro años, tras un seguimiento silencioso, Agustín volvió a acercarse a Carlos y le comentó que su hijo Andrés Felipe estaba jugando muy bien, que había ganado masa muscular y eso le estaba dando un plus. Ese mismo día por la noche Garizábalo fue hasta la casa de la familia Roa en Sabanalarga y le dijo a Andrés Felipe que si quería irse a prueba al Cali. “La invitación llegó en un momento justo. Yo ya estaba viendo un panorama oscuro en mi futuro como futbolista, porque veía que no tenía muchas oportunidades de llegar a un club y por eso había pensado en matricularme en la universidad para estudiar medicina, una vez acabara el bachillerato”, recuerda Andrés Felipe, quien a pesar de la buena noticia, ahí comenzaría el sufrimiento para cumplir su sueño.

Una vez llegó a Cali para entrenar en las divisiones menores del cuadro azucarero, el técnico que lo recibió fue Rubén Carabalí, una persona extremadamente exigente. Andrés, acostumbrado a ser el capitán del equipo de su padre, el consentido y quien hacía “lo que le daba la gana”, tuvo que aprender a ser uno más. No le gustaba correr mucho, cuando perdía balones en ataque no se preocupaba por recuperar, sino que se quedaba parado esperando a que volvieran a recuperar la posesión sus compañeros. Tuvo que aprender a incorporar un nuevo estilo de juego y eso no fue fácil.

Su debut como profesional sería en la segunda división, pues Universidad Autónoma del Caribe solicitó el préstamo del jugador para buscar el ascenso. Allí aprendió a trabajar para el equipo, a meter y sudar. Su técnico fue Willy Rodríguez, quien una vez subió a la A no pudo retenerlo porque el Cali lo pidió de vuelta. Claro que en plena pretemporada con el equipo vallecaucano tuvo un encontrón con el entonces técnico Héctor Cárdenas, quien lo sacó de concentración. Fue en ese momento cuando fue prestado al Unión Magdalena para nuevamente disputar el torneo de ascenso. “Fueron momentos difíciles, pero en los que aprendí mucho y comencé a valorar cosas que antes no notaba”, le confiesa Andrés Felipe a El Espectador.

Al regresar al Cali, el técnico ya era El Pecoso Castro, una persona que cree ciento por ciento en los procesos con juveniles, y eso fue fundamental para ganarse un lugar en la plantilla. El manizaleño tuvo en cuenta a Andrés Felipe por encima de experimentados como Luis Fernando Mosquera y el paraguayo David Mendieta. Aunque su debut no fue el deseado y recibió tarjeta roja tras agredir al técnico de Alianza Petrolera e incluso fue catalogado como el “Zidane colombiano”, no por su talento sino por lo del cabezazo, regresó tras seis fechas y se volvió figura del equipo que esta noche espera conseguir su novena estrella en la Liga. “Ha llegado el momento de cosechar. Lo que sembré en mi hijo está dando frutos. Él se ha creído el cuento y hoy está viviendo su sueño. La novena para el Cali es lo que pedimos a Dios”, concluye Carlos, el orgulloso padre de Andrés Felipe.

Por Luis Guillermo Montenegro

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