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                                                                                                                              Zúñiga se lo debe todo a un matriarcado

                                                                                                                              El lateral derecho de la selección de Colombia se inspiró en el fútbol por su abuela y su tía, hinchas del Nacional. Y también por su mamá, exdefensora del equipo de Chigorodó, Antioquia.

                                                                                                                              Juan Diego Ramírez, Enviado especial a Brasilia, Brasil

                                                                                                                              Camilo Zúñiga lleva seis temporadas en el fútbol europeo. / EFE
                                                                                                                              Foto: EFE - Mauricio Dueñas Castañeda

                                                                                                                              El detalle sobre la puerta explica en parte por qué Camilo Zúñiga juega fútbol y es hincha de Atlético Nacional. “Dios bendiga este hogar”, se puede leer encima del escudo de ese equipo y de la nomenclatura 102A-71, la dirección de la casa donde se crió el lateral de la selección de Colombia en Chigorodó. Su abuela Graciela Correa era hincha del verde, escuchaba transmisiones de radio ante la falta de televisor y, en pocas palabras, obligaba a sus sobrinos y nietos a emularla.

                                                                                                                              Zúñiga debe su incursión en el fútbol a su abuela, que falleció hace dos años, a la influencia de su tía Mariela, también hincha de Nacional, y a su mamá, María Eugenia, que jugó de defensa en la selección de Chigorodó. Su padre y tocayo no lo hubiera entusiasmado con el balón, como sí las mujeres de su vida.

                                                                                                                              Su mamá, o la Niñota, a quien todos conocen en el pueblo por su contextura física, lo llevaba a los partidos que disputaba y le pedía que le cargara el bolso y el agua. “Quiero jugar fútbol como mi mamá”, decía el niño en una época en la que en Urabá todavía se encasillaba de lesbianas a las futbolistas. Sus primeras charlas técnicas las tuvo gracias a ellas: mientras se hidrataba, le preguntaba a su mamá por qué era defensa si todos le echaban la culpa de los goles. Y también escuchaba con suma atención las indicaciones de Martha Bedoya, la técnica del equipo de su madre.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Camilo dormía en una y la otra, mientras sus padres pagaban sus vidas trabajando en bananeras diferentes. Pero él pasaba su tiempo en el río Chigorodó, a unos 200 pasos desde el patio de una de sus casas. “Nos regañaban muchísimo porque manteníamos bañándonos. Mariela nos castigaba bastante”, dice su primo Nicolás, su cómplice de siempre. Camilo delataba al grupo porque era el único que salía del agua con los ojos rojos, como si el río llevara cloro en su corriente. “Sólo húndete hasta el cuello”, le gritaban sus primos para evadir el regaño en casa.

                                                                                                                              Un pez de río que allí conocen como siritobolo picaba siempre a Camilo en las piernas, por lo que salía cojeando. “A él le pasaba de todo en ese río: se cortaba con vidrios, salía picado. Y por él pagábamos todos”, añade Nicolás. Juntos esperaban la madera que bajaba de las zonas indígenas emberas y se dejaban llevar por la corriente sobre los tablones, mientras iban cogiendo mangos de los palos más bajos. Y Mariela los regañaba porque necesitaba quién la ayudara con un encargo, con una compra en la tienda o cualquier mandado.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              “Es que era muy gomoso”, dice la tía Mariela, que vivió con él un año en Medellín. “Él se metía en otros entrenamientos aparte del suyo para poder seguir jugando. Lo invitaban a tomar y él decía que no, que tenía que jugar al día siguiente. Ahora en vacaciones se las pega y hace suspender a sus amigos del trabajo. Pero jamás lo hizo en épocas de juego”, cuenta.

                                                                                                                              Su tía le inculcó la disciplina con mano dura. Su abuela, durante las transmisiones de Nacional, le enseñó la pasión. Y con su mamá descubrió el fútbol. Él es gracias a ellas, como una cachetada al machismo en este asunto del fútbol.

                                                                                                                              Camilo Zúñiga lleva seis temporadas en el fútbol europeo. / EFE
                                                                                                                              Foto: EFE - Mauricio Dueñas Castañeda

                                                                                                                              El detalle sobre la puerta explica en parte por qué Camilo Zúñiga juega fútbol y es hincha de Atlético Nacional. “Dios bendiga este hogar”, se puede leer encima del escudo de ese equipo y de la nomenclatura 102A-71, la dirección de la casa donde se crió el lateral de la selección de Colombia en Chigorodó. Su abuela Graciela Correa era hincha del verde, escuchaba transmisiones de radio ante la falta de televisor y, en pocas palabras, obligaba a sus sobrinos y nietos a emularla.

                                                                                                                              Zúñiga debe su incursión en el fútbol a su abuela, que falleció hace dos años, a la influencia de su tía Mariela, también hincha de Nacional, y a su mamá, María Eugenia, que jugó de defensa en la selección de Chigorodó. Su padre y tocayo no lo hubiera entusiasmado con el balón, como sí las mujeres de su vida.

                                                                                                                              Su mamá, o la Niñota, a quien todos conocen en el pueblo por su contextura física, lo llevaba a los partidos que disputaba y le pedía que le cargara el bolso y el agua. “Quiero jugar fútbol como mi mamá”, decía el niño en una época en la que en Urabá todavía se encasillaba de lesbianas a las futbolistas. Sus primeras charlas técnicas las tuvo gracias a ellas: mientras se hidrataba, le preguntaba a su mamá por qué era defensa si todos le echaban la culpa de los goles. Y también escuchaba con suma atención las indicaciones de Martha Bedoya, la técnica del equipo de su madre.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Camilo dormía en una y la otra, mientras sus padres pagaban sus vidas trabajando en bananeras diferentes. Pero él pasaba su tiempo en el río Chigorodó, a unos 200 pasos desde el patio de una de sus casas. “Nos regañaban muchísimo porque manteníamos bañándonos. Mariela nos castigaba bastante”, dice su primo Nicolás, su cómplice de siempre. Camilo delataba al grupo porque era el único que salía del agua con los ojos rojos, como si el río llevara cloro en su corriente. “Sólo húndete hasta el cuello”, le gritaban sus primos para evadir el regaño en casa.

                                                                                                                              Un pez de río que allí conocen como siritobolo picaba siempre a Camilo en las piernas, por lo que salía cojeando. “A él le pasaba de todo en ese río: se cortaba con vidrios, salía picado. Y por él pagábamos todos”, añade Nicolás. Juntos esperaban la madera que bajaba de las zonas indígenas emberas y se dejaban llevar por la corriente sobre los tablones, mientras iban cogiendo mangos de los palos más bajos. Y Mariela los regañaba porque necesitaba quién la ayudara con un encargo, con una compra en la tienda o cualquier mandado.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              “Es que era muy gomoso”, dice la tía Mariela, que vivió con él un año en Medellín. “Él se metía en otros entrenamientos aparte del suyo para poder seguir jugando. Lo invitaban a tomar y él decía que no, que tenía que jugar al día siguiente. Ahora en vacaciones se las pega y hace suspender a sus amigos del trabajo. Pero jamás lo hizo en épocas de juego”, cuenta.

                                                                                                                              Su tía le inculcó la disciplina con mano dura. Su abuela, durante las transmisiones de Nacional, le enseñó la pasión. Y con su mamá descubrió el fútbol. Él es gracias a ellas, como una cachetada al machismo en este asunto del fútbol.

                                                                                                                              Por Juan Diego Ramírez, Enviado especial a Brasilia, Brasil

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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