David Montoya: entre la dicha y la nostalgia del recuerdo
A propósito del partido entre Santa Fe y Medellín por la fecha 18, recordamos a un referente que pasó por ambas escuadras a principios de los 2000 y que dejó una huella importante en ‘El poderoso de la montaña’ tras ser parte del equipo campeón en 2002.
Andrés Osorio Guillott
Así van los recuerdos, entre la dicha y la nostalgia. Paradójicamente aquello que guardamos en la memoria como un momento alegre termina acarreando un aire de tristeza que no es otra cosa que una especie de anhelo por el pasado, por volver a vivir aquello que exaltó nuestras pasiones y que tal vez en ese instante no lo supimos entender como tal. Y pasa que muchas veces captamos la relevancia de esos instantes mucho tiempo después.
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Así van los recuerdos, entre la dicha y la nostalgia. Paradójicamente aquello que guardamos en la memoria como un momento alegre termina acarreando un aire de tristeza que no es otra cosa que una especie de anhelo por el pasado, por volver a vivir aquello que exaltó nuestras pasiones y que tal vez en ese instante no lo supimos entender como tal. Y pasa que muchas veces captamos la relevancia de esos instantes mucho tiempo después.
Claro, levantar un título es algo que añoramos los hinchas del fútbol. Y hacerlo es una oda a la más efímera de las felicidades. De ello somos conscientes. Sin embargo, cuando pasan los años y escasean las copas es cuando entonces le damos mayor peso al recuerdo de una vuelta olímpica, de ese grito desgarrador que pronuncia la palabra “campeón”.
La derecha es una palabra con una carga semántica bastante fuerte en Colombia. Y quizá, si hablamos a secas de la derecha, podemos decir que algunos la idolatran y otros cuantos la aborrecen. También podemos decir que pocas veces una derecha se extraña, pero una como la de David Montoya sin duda hace falta.
Oriundo de Medellín. Educado entre el fútbol y el microfútbol. La mezcla de lo urbano, de las fintas y la agilidad mental, con la verticalidad y la ampliación de los espacios. De lo micro a lo macro. Todo está en los detalles. Entre la selección de Antioquia de fútbol once y la selección de Antioquia de microfútbol. Así se forjaron las bases de uno de los ídolos del Independiente Medellín campeón en 2002 y semifinalista de la Copa Libertadores 2003.
Del fútbol del barrio para saltar a las canchas de América Latina. “El rey David", como algunos hinchas de Medellín lo llaman, jugó sus primeros cuatro años de profesional en el Poderoso de la montaña. De 1999 a 2003 vio el progreso de un equipo que se alternó entre la experiencia y la juventud romántica que soñaba con salir campeón y lo logró.
Pocos años tenía yo, pero empecé a ver el fútbol colombiano y a entender la pasión que un gol despertaba en este país con los disparos de media distancia de David Montoya y Mauricio Molina. ‘El Gordo’, como le decían a David, y Mao, como se conocía al de la zurda que después le enseñó a patear tiros libres a Neymar en Brasil, eran la dupla maravilla en el Medellín de Víctor Luna.
Montoya, que vistió la 10 en el idilio del rojo paisa, quebraba cinturas y vencía a lo que parecía imposible. Además del título que obtuvieron tras vencer a Pasto en la final de 2002, el Medellín de aquel entonces hizo soñar a la capital de Antioquia y a todo el país con una segunda Libertadores en 2003, cuando lograron llegar a las semifinales del torneo.
La cumbre de su fútbol y la imagen que todo hincha del Poderoso evoca cuando se pronuncia el nombre de David Montoya es la de aquel disparo rasante al palo de la mano izquierda del ‘Pato’ Abbondanzieri, arquero de Boca Juniors, en el partido por la cuarta fecha de la fase de grupos de la Copa Libertadores en 2003. Medellín necesitaba ganar para no quedarse eliminado en un grupo compartido con los xeneizes, Barcelona de Ecuador y Colo Colo.
Un partido de “toma y dame”, con la impaciencia de los hinchas que colmaron el Atanasio Girardot y la presión de los once jugadores del Medellín por obtener un salvavidas en la lucha por la clasificación. El siempre difícil Boca Juniors que ya los había vencido en la primera fecha, y que finalmente se llevaría esa edición de la Libertadores, jugaba sin reservas y con toda la carne en el asador.
El tiempo casi estaba cumplido, pero Montoya seguía en la cancha aguardando su último remate. Él, al igual que Mao Molina, y que otros jugadores como David González -que recién empezaba su carrera-, John ‘Choronta’ Restrepo o Malher Tressor Moreno, jugaban no solo con el profesionalismo que se les exigía, sino con un elemento fundamental en los equipos que hacen historia: el sentido de pertenencia. Todos jugaban por el honor a la camiseta y por respeto a la misma, y con esos principios al servicio de su juego supieron saborear el dolor del ascenso a la gloria y el golpe que todos reciben cuando es el momento de caer.
Ese gol que fue el aluvión para que Medellín llegara hasta semifinales no lo olvida Montoya y tampoco los hinchas del fútbol colombiano. Su carrera se catapultó al ser uno de los mejores volantes del certamen. Y después de su historia con Medellín, que no terminaría ahí, se fue al Zacatepec de México. Poco tiempo duró allí, pues en el mismo 2004, año en que partió de Colombia, pasó a la Liga de Quito. Su recorrido por el fútbol internacional fue corto y volvió al Poderoso a recuperar la senda de las victorias y de los gratos recuerdos que se siembran en el tiempo. Sin embargo, las segundas partes no suelen ser buenas, y con resultados por debajo de lo esperado, Montoya terminó en Santa Fe, donde jugó dos años y recuperó algo de la memoria del gambeteador y del mago que sacaba asistencias y goles de alta factura debajo de la manga.
Sus últimos años en el fútbol dejaron ver algunas pinceladas más. Deportivo Pasto, Itagüi y Deportivo Lara, de Venezuela, fueron los puertos finales de un 10 que quedó en la memoria por hacer parte de un equipo con sentido de pertenencia, por haber ganado un título, pero más que por el trofeo, por hacer soñar a los hinchas y hacerles saber que son pocos, y por ende más especiales, los jugadores que salen a la cancha a hacer historia no por su ego, sino por corresponder a todos aquellos que en el pasado enaltecieron los valores y la identidad de los colores de los cuales hacen parte.