Hace 28 años, Santa Fe perdió su primera final internacional contra Lanús

Los jugadores de Lanús levantando la copa.

Foto: Lanús, vía X

Antes de pisar el césped cuidado del Estadio Ciudad de Lanús, como era costumbre jugando de visitantes, los jugadores de Independiente Santa Fe hicieron un círculo en el borde del túnel de vestuario, fundiéndose en un abrazo paternal, como un grupo de vikingos que sale rumbo a la guerra, esperando que el calor de sus cuerpos amontonado apacigüe un poco los nervios de los menos experimentados.

Los gritos, provenientes de las gradas, eran imposibles de ignorar, pero aun así, la voz cálida de Rafael Dudamel logró imponerse al estruendo. “Ellos van a venir a pegarnos y a ganarnos de guapos, pero recuerden que nadie nos ha ganado así, nadie ha sido mejor que nosotros. Mucha personalidad y concentración, tenemos que sacar un buen resultado acá, igual que hicimos en Brasil. Estas oportunidades no se presentan todos los días. No la podemos dejar pasar”, le dijo a sus compañeros con un leve susurro, mientras todos asentían en silencio, asustados y emocionados al mismo tiempo.

Ya en el campo, la verdad es que Lanús tuvo control absoluto del partido. El discurso de Dudamel se diluyó en las arenas escurridizas del tiempo y poco quedó en la memoria de sus compañeros, que fueron perdiendo, con el paso de los minutos, el control de sus emociones. Los nervios los devoraron y tuvieron que defender casi todo el partido amontonados en su área; sufriendo ante los pases escurridizos del rival y ante los mágicos desmarques de Ariel Ibagaza y Ariel López.

El primer gol de Lanús cayó desde el punto de penalti, obra de Óscar Mena, tras una leve sujeción de un jugador cardenal a Ibagaza en el área; el contacto, casi inexistente y muy reprochable, fue pitado por el árbitro Carlos Robles, que estuvo muy cerca de la acción y no permitió, con sus ojos huraños, ningún tipo de discusión. El segundo llegó por arriba, surfeando por encima de las cabezas de los defensores del equipo bogotano, que acompañaron con la mirada el cabezazo solitario de Ariel Ibagaza, que medía 1 metro con 66 centímetros.

En Argentina, a pesar de las palabras de Rafael Dudamel previo al encuentro, el equipo colombiano no pudo hacer nada para salir victorioso, pero viajó a Colombia con el pecho inflado y un plantel decidido a darlo todo por la victoria en casa. Solo dos goles los separaban de su objetivo final. Solo dos gritos, para alcanzar el festejo eterno.

Ya en el Campín, Santa Fe demostró por qué había llegado a la final. Sus garras, retráctiles, se mantuvieron afuera los 90 minutos, disputando cada balón, luchando y corriendo por todo el campo como si su vida hubiera dependido de ello. El 4 de diciembre, pero de 1996, Santa Fe llevó a Lanús al límite de su resistencia. Los 11 jugadores, todos argentinos, sufrieron con ridícula sumisión cada uno de los ataques pendencieros del equipo cardenal, y casi cayeron en desesperación profunda cuando Francisco Wittingham marcó el gol, de penalti, al minuto 4; pero aunque la presión fue muy elocuente y los esfuerzos de todo el plantel santafereño fueron exhaustivos, los colombianos no pudieron marcar otro gol. El resultado no se movió más y el equipo Granate se llevó el trofeo en el estadio de su enemigo, mutilado y dolido tras la derrota.

El resultado global terminó 2 goles contra 1. Los argentinos conquistaron la ya extinta Copa Conmebol y, 17 años después lograron alzar la Copa Sudamericana, dos años antes de que lo lograra Independiente Santa Fe en el Estadio El Campín, frente a su hinchada, a modo de revancha, contra otro equipo argentino.

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