A un año del clásico bogotano que le dio el título a Millonarios sobre Santa Fe

Recuento de los encuentros más vibrantes entre el conjunto cardenal y el equipo embajador.

Maria Paula Lizarazo Cañón
17 de diciembre de 2018 - 05:05 p. m.
Mauricio Alvarado - El Espectador
Mauricio Alvarado - El Espectador
Foto: MAURICIO ALVARADO

El duelo de paternidades y cantos, la herencia inmarcesible de todas las familias, la lucha inacabable que se hace vital en cada partido, se ha escrito con tintas de pundonor y de revancha. El clásico bogotano ha tenido lugar en las memorias de millares de hinchas, en las que coinciden el instante en el que se reconoce la pasión por un club, la primera vez en la cancha, abrazos y lágrimas.

Hubo temporadas grandilocuentes, de buen juego, en las que periódicos titulaban que Colombia había visto el mejor fútbol del mundo. Pero en 1954 el panorama cambió: el Pacto de Lima dictaba que los jugadores que no hubieran legalizado sus transferencias debían regresar a sus países de origen. Así se acabó la época de El Dorado en Colombia, por la puerta de atrás.

El 18 de abril de 1954, en el primer clásico de ese año, a cambio de buen fútbol, hubo imprecisión de un arco al otro. De encuentros majestuosos se pasó a partidos como ese, desabridos, en los que no se marcaban goles. Esa vez un penal abrió el marcador para Millonarios; cuatro minutos antes del final, en medio de rebotes luego de un tiro libre, el árbitro pitó y señaló el punto letal.

Como diría alguna vez el escritor Eduardo Galeano: "Yo no soy más que un mendigo de buen fútbol. Voy por el mundo, sombrero en mano, y en los estadios suplico una linda jugadita por amor de Dios. Y cuando el buen fútbol ocurre, agradezco el milagro sin que me importe un rábano cuál es el club o el país que me lo ofrece". En Bogotá ya no era posible si quiera suplicar por una linda jugada. Pero el 29 de agosto de ese año, entre golpes y faltas, ocurrió una hazaña impensable. Millonarios le ganó 6-0 a Santa Fe, siendo Julio Stuka Ávila el tercer jugador en anotar tres goles en el clásico; los primeros habían sido Lires López y Alfredo Di Stéfano.

En 1958 el asunto estuvo reñido. El 1 de junio, en la quinta fecha, Santa Fe ganó el clásico 3-0 con una presentación sólida, repitiendo así lo del último partido del año anterior, en el que ganaron 4-0 después de veinte clásicos sin hacerlo: ocho años y cuatro meses.

El 27 de julio quedaron empatados 1-1. Santa Fe alcanzaba el primer puesto de la tabla con 23 puntos y Millonarios era segundo con 17. Luego, el 21 de septiembre, Millonarios ganaría 2-0, acortando así la distancia que Santa Fe le llevaba. El 23 de noviembre se definió el título del año. Millonarios tenía que jugar en Cúcuta y Santa Fe recibía al Deportivo Manizales. Los azules comenzaron ganando, pero no sostuvieron el marcador y el partido terminó 2-2. Y los rojos ganaron 2-0, quedándose con la estrella.

En la década de 1960 llegaron Delio Maravilla Gamboa y Ricardo Pegnoti. En el 64 Alfonso Cañón debutó con 17 años en Santa Fe y Brand apareció en el 69, mismo año en el que llegaría el delantero Dragoslav Sekularac -el Pelé Blanco-, uno de los mejores jugadores del mundo se formaba en las filas cardenales. En esa misma década, cuatro partidos dieron lugar a 24 goles,en 1967: 1-1, 3 (MIL)- 4 (SAN), 3 (SAN) - 6 (MIL), 4 (MIL) - 2 (SAN).

En la siguiente década los bogotanos alcanzaron cuatro estrellas, Santa Fe la del 71 y el 75, Millonarios la del 72 y el 78. 

En los 80 el narcotráfico y la violencia se hicieron visibles en el fútbol colombiano con carreras por quién tenía el mensajero más hábil y amenazas en una cancha y en otra. Dos años después de la reanudación del campeonato, en 1992 ocurrió lo que por muchos años sería el orgullo de unos y la vergüenza de otros: Millonarios perdió 3-7 ante Santa Fe, dirigido por Jorge Luis Pinto.

Trece años después, la vaciedad fue emblema del clásico. El 12 de octubre de 2005, el clásico 241 correspondiente a la fecha 13, prohibieron la entrada de hinchas al estadio porque el fútbol había sido pretexto de lo que Erich Fromm llamaría necrofilia, el Tánatos de Freud. A ese partido lo titularon Clásico por la Paz. No hubo cantos, ni banderas, solo pelotazos, tres goles rojos y uno azul. Hubo soledad. Hubo silencio. ¿Fue fútbol? “No hay nada menos vacío que un estadio vacío. No hay nada menos mudo que las gradas sin nadie”, diría también Galeano.

Al año siguiente, Ricardo Manuel Ciciliano llegó a Millonarios. El 10 le tapó un penal al Medellín en un partido agónico; con el arquero fuera de la cancha, se puso los guantes y se lanzó a la derecha. Luego, en el 2007, fue goleador de la Sudamericana, con Mario Vanemerack como técnico.

Esa década del 2000 fue reñida. Triunfos de un lado y del otro. Eliminaciones a la par. Millonarios llegaría a 100 clásicos siendo superior y Santa Fe guardaría para la posteridad la memoria del goleador histórico: Léider Calimeño Preciado Guerrero, quien en una noche de miércoles, en medio del frío calló, ahogando el balón en el fondo de la malla, a la barra embajadora. El goleador había enterrado a su hermano dos días antes y los azules, en un acto repudiable de cobardía y anonimato, cantaban: Leider Calimeño, oh-ohó-ohó mataron a tu hermano.

En el 2009 llegó el 10, el ídolo que en temporadas siguientes se pararía codo a codo con el 10 del otro lado de la cancha, Mayer Candelo. Santa Fe llevaba tres décadas de sequía absoluta. Los patrocinadores se iban, las cuentas no daban y la hinchada no veía nada que iluminara el panorama. A pesar de las lesiones que pudiera traer, Ómar Pérez tenía la diestra que no se había visto en los últimos tiempos santafereños. Cada pase y cada tiro libre suyos eran sinónimos de gol. Se llevó el equipo en el hombro en partidos decisivos, dos de ellos: la emblemática final que le ganaron a Pasto en el 2012 y la derrota del 2010 de 3-2 ante Vélez, en la que celebró un penal mirando los cielos porteños; además, el gol olímpico que le marcó a Nacional en el Atanasio el año de la séptima estrella.

Ómar Pérez no se ganó a la hinchada roja con palabrerías ni siendo tribunero como tantos otros. Se hizo ídolo con su diestra, con su magia, con su silencio. Se ganó a todo un estadio que lo ovaciona y le aplaude cada vez que pisa su césped. Y carga en su mochila nueve títulos con los bogotanos.

Luis Enrique Delgado llegó a Millonarios a comienzos del 2010. Salvó al equipo del descenso tapándole un penal al América en El Campín, cuando el estadio estaba siendo remodelado para el Mundial Sub 20. El 16 de diciembre del 2012 se hizo eterno cuando luego de 24 años Millonarios volvió a ganar un título: terminada la tanda, con un penal fallado por cada equipo, Delgado marcó el sexto, poniéndola al centro y arriba; luego iría Andrés Correa para cobrar el sexto del DIM, le daría la mano a Delgado, pondría el balón sobre el césped y con la zurda la mandaría hacia el palo izquierdo. Millones de voces atrapadas en la incertidumbre y el miedo volvieron a gritar y esta vez de gloria, desahogaron un canto reprimido desde hacía tanto: Millonarios se coronaba una vez más el más veces campeón de Colombia.

“Cómo vas a saber lo que es la soledad, si jamás te paraste bajo los tres palos, a doce pasos de uno que te quería fusilar y terminar con tus esperanzas”, dice el poema.

La última hazaña de Delgado con Millonarios fue quizás el gol de tiro libre que le marcó a Santa Fe en el 2014, en un partido que dejó 2 a 1.

La historia reciente del clásico ha estado llena de altibajos de lado y lado, como si se tratara de una balanza que no logra la quietud. Las estrellas conseguidas por Santa Fe, la Superliga que ganaron en el 2013 y la Sudamericana del 2015 eran ecos precedentes de los reencuentros capitalinos. Pero el 0-0 del 14 de marzo del 2015 marcó la pauta de lo que se vendría hasta el 25 de marzo del 2017, cuando Santa Fe al fin volvería a ganar un clásico.

En diciembre de ese año se pondrían sobre el tablero las fichas para alcanzar la gloria. El Santa Fe de Gregorio Pérez, puntero a lo largo del segundo semestre, ordenado y defensivo, le ganó al Tolima el paso a la final. Al día siguiente, el Millonarios de Russo, algo místico pero indefinible, sellaría frente al América la misma hazaña. Por primera vez en la historia del fútbol colombiano Millonarios y Santa Fe se enfrentarían por una estrella.

El 13 de diciembre, con la hinchada embajadora jugando de 12, al minuto 31 Matías de los Santos cabeceó hacia atrás convirtiendo el primer gol de la final, luego de que Caracho cobrara tiro libre. En ese partido se vio un Santa Fe que no dio pie con bola. Pero en la vuelta salió arrollando, no le dejaba una a Millonarios, era superior, quitaba la bola, atacaba, tocaba.

A los 15 minutos le pitaron penal a Santa Fe. Morelo la mandó al palo de la mano derecha. Se igualó la serie: otra vez de ceros, como al comienzo. Santa Fe tuvo otras opciones, hubo dos contragolpes que no entraron al arco. A mitad de tiempo Ómar Pérez le reprochó a Ramiro Sánchez el haberse ido a Millonarios: según el 10, perdería.

"Santiago Mosquera tiene que enchufarse", decían algunos. "Rojas tiene que entrar", decían otros.

En el minuto 54, Caracho cobró un tiro de esquina, abierto, desde occidental. Cadavid, que estaba referenciado por Urrego, se desmarcó, saltó, cabeceó al piso y la mandó al fondo. Otra vez Millonarios arriba, otra vez los locales en el vilo. Santa Fe estaba perdiendo con lo que era su fortaleza: la pelota quieta y la cabeza de los centrales. Pero su esperanza regresó al 82, cuando Rufay la mandó a la olla y en una serie de rebotes, por error de Cadavid, le quedó a Valencia, se la pasó a Morelo y él esquivó a Banguero y a Vikonis: gol de Santa Fe. El Campín se caía, el título parecía posible. Unos soñaban, otros temían. Unos pedían al cielo, otros le hacíamos a las supersticiones.

De ese gol quedó un Millonarios absorto y un Gregorio Pérez que apenas sonreía. Cuatro minutos después ocurrió lo épico, lo trágico. Vikonis sacó como no le solía salir: largo, a campos de Rufay; rechazaron y el balón estaba rebotando cuando cerca de la media luna del área, por el costado occidental, Henry Rojas sacó la zurda y pateó. El balón pasó por entre las piernas de Sebastián Salazar y Urrego quitó la cara.

Gol. Gol al minuto 85, gol a un rival que se hacía fuerte, gol con el estadio en contra. En ese instante El Campin fue una oda al silencio: el silencio de los derrotados y el silencio de los infiltrados que no podían celebrar su título. Millonarios pintó con lágrimas el quiebre más profundo en la historia del clásico y se llevó la estrella de navidad.

La final del 17 de diciembre del 2017, firmada por la zurda del 17 albiazul, evidencia algo fenomenal en la historia humana: el reconocer el valor de un otro adversario, pasando de la muerte violenta de la guerra a una muerte simbólica que tiene reverso en tanto que el fútbol dé revancha, en tanto que la ficción o el juego, en las lógicas del azar, permitan la creación de nuevos encuentros, la creación de -así como la poesía, que crea- nuevas formas del silencio, la creación de nuevos instantes fugaces que se hagan eternos en las narrativas de los hinchas y pasen de voz a voz, como lo mítico y lo épico, como el gol de Rojas.

Por Maria Paula Lizarazo Cañón

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar