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En su adolescencia, David Trezeguet se paró detrás de una disyuntiva: jugar para Francia o para Argentina. José Pékerman, por esos días entrenador de las selecciones juveniles de la albiceleste, ya le había lanzado guiños. La decisión parecía obvia, pero no fue así.
David creció con Diego Maradona como ídolo, no con Michel Platini; lo suyo eran los mates y alfajores, no tanto los crepes y los quesos. Ni hablar del francés. Sin embargo, al final se decantó por el país europeo. Una nacionalidad que se ganó de forma esporádica, azarosa. Su padre Jorge, un modesto defensa central, jugó poco más de un año en el FC Rouen, club de Ruan, ciudad del noreste de Francia. Allí nació David, aunque desde los dos años vivió en Argentina. El comienzo en Europa no fue fácil, ya que llegó al país galo en momentos turbulentos debido a la innumerable cantidad de inmigrantes que arribaban a Francia provenientes de África y Arabia. Pero el fútbol es política y el Mundial de Francia 1998, en el que David fue convocado con 20 años, fue una fiel muestra de ello.
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La selección francesa era la expresión del país. Unos días antes de la cita orbital, el líder ultraderechista Jean-Marie Le Pen caldeó el ambiente quejándose de que los blancos de raza francesa no fueran mayoría en la selección. Ese, también, era el pensamiento de muchos. Aunque para su mala fortuna, ese equipo salió campeón del mundo. Y así llegó el éxtasis en el país galo.
Y en ese momento, el espíritu “Black-Blanc-Beur” (negro, blanco, árabe) surgió como un fenómeno de integración social nunca antes visto en Francia. De hecho, el máximo referente de ese conjunto fue un hombre de origen argelino: Zinedine Zidane. Por unos años, el debate político racial se apagó. Todos fueron hermanos. Y cuando los resultados dieron la espalda, ese espíritu de unión se fue mermando. El cabezazo de Zidane en el pecho a Marco Materazzi en la final de Alemania 2006, que perdieron ante Italia, prendió la chispa de la bomba que estalló en Sudáfrica 2010, cuando el equipo francés hizo huelga y se negó a entrenar. “Si ganan son los negros, blancos y árabes. Y si pierden son chusma extranjera”, dijo elocuentemente el exfutbolista Eric Cantona.
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Hoy por hoy, esa crisis y debate de identidad permanecen latentes . Tal vez, levantar la Copa en Rusia 2018 sería otra vez ese bálsamo que reactivaría ese espíritu de unión Black-Blanc-Beur. A 10 días del Mundial, el campeón del mundo David Trezeguet, nombrado por la FIFA como uno de los mejores 100 futbolistas de la historia, habló mano a mano con El Espectador.
¿Cuáles son sus favoritos para el Mundial?
Veo fuertes a los europeos: Alemania, Francia y España. Son las tres selecciones que tienen un nivel superior al resto. Creo que Bélgica puede dar la sorpresa. También está Brasil, que cuenta con un técnico que les devolvió la identidad.
¿Cómo ve a los demás países suramericanos?
Argentina, Uruguay y Colombia tienen con qué pelear. Pero creo que son países que llegan al torneo con otros objetivos. No descarto que aparezca una selección africana.
¿Y le tiene fe a Colombia?
Yo soy de los que piensan que una nación debe apuntarle a seguir creciendo y Colombia hizo un buen Mundial hace cuatro años. Ahora tiene hombres en los equipos más prestigiosos. Están creciendo y se ha creado un movimiento positivo. Todos tienen sed de más y esa hambre es el arma para salir adelante. Pueden hacer un gran Mundial.
¿Qué siente un jugador antes del Mundial?
El primer partido siempre es fundamental. Se debe trabajar pensando en ese día, porque de ahí dependerá el resto del torneo.
¿Se arrepiente de no jugar con Argentina?
Con el tiempo, después de haber conocido el alto nivel, de enfrentarme con los Batistuta, los Crespo, me vino esa pregunta a la cabeza de cómo me hubiera ido jugando junto a ellos, si hubiese tenido mi chance o no. Con el pasar de los años no me arrepiento de mi decisión, porque tuve la suerte de ganar un Mundial y una Eurocopa.