El superclásico que consolidó a Óscar Córdoba en Boca

El arquero colombiano estuvo en el equipo argentino de 1997 a 2001, ganó tres Ligas, dos Libertadores y una Copa Intercontinental. Su idilio con el club xeneize comenzó con un penalti atajado a Marcelo Gallardo ante River, el 25 de octubre de 1998.

Redacción deportes
22 de septiembre de 2018 - 02:54 a. m.
Óscar Córdoba fue figura en Boca Juniors al lado de Jorge Bermúdez y Mauricio Serna, bajo la dirección técnica de Carlos Bianchi.  / Getty Images
Óscar Córdoba fue figura en Boca Juniors al lado de Jorge Bermúdez y Mauricio Serna, bajo la dirección técnica de Carlos Bianchi. / Getty Images
Foto: Getty Images - Shaun Botterill

En la cancha de La Bombonera, desde las 3:45 p.m. (por Fox Sports) se disputará el superclásico argentino número 246 en la historia, uno de los partidos más atractivos del mundo, por lo que representan Boca Juniors y River Plate, dos clubes históricos del fútbol mundial. Pocas rivalidades despiertan tantas pasiones como estos duelos, tanta emotividad, hasta crisis en las hinchadas que viven la semana previa en función de esos 90 minutos. El colorido, los cánticos, las anécdotas de antaño, los títulos, el descenso de uno, las gestas del otro y las derrotas, todos elementos que componen un partido que es más que un evento deportivo, podría considerarse como una muestra culturar de una parte de la nación. Son los dos equipos más grandes de Argentina, un país futbolero en el que la mayoría de la gente tiene apego a una de esas dos escuadras, independientemente de que sean hinchas de otro club, pues allí, por más que existan más equipos, siempre se habla del Boca-River.

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Curiosamente fue un partido de esta envergadura el que le sirvió al vallecaucano Óscar Córdoba para consolidarse en el arco de Boca Juniors, club con el que jugó de 1997 a 2001, y con el que ganó tres Ligas, dos Copas Libertadores y una Copa Intercontinental al Real Madrid, formando parte de la que fue una generación dorada de la institución xeneize. Para hablar de Córdoba y su carrera deportiva hay que tocar también el nombre de Boca, porque es imposible entender el éxito del primero sin tener en cuenta lo que significa el segundo. Por eso El Espectador lo buscó para que narrara en primera persona ese superclásico del 25 de octubre de 1998, cuando le atajó un penalti a Marcelo Gallardo a falta de 10 minutos para el final y comenzó su idilio con una de las hinchadas más emblemáticas del mundo, que hoy en día, a pesar de que hace 18 años dejó el equipo xeneize, lo sigue queriendo, lo sigue recordando y, lo más importante, lo sigue homenajeando.

“Ya llevaba un tiempo en Boca, pero todavía había dudas sobre mis capacidades en el arco. La gente estaba muy nerviosa. Y todo comenzó porque fui titular en un juego en La Bombonera ante Argentinos Juniors que terminó en empate. Todo fue muy accidentado, me hicieron dos goles terribles, uno de ellos de 30 metros. Ahí comenzaron los cuestionamientos sobre si debería ser el titular o Roberto el Pato Abbondanzieri. Luego venía un partido ante Gimnasia y Esgrima de La Plata. Y toda esa semana se habló en la prensa sobre el arquero de Boca. Había mucha presión, tanta que recuerdo un titular muy fuerte del Gráfico que decía: ‘Boca es como una calle de Buenos Aires, comienza en Palermo y termina en Córdoba’. Me pareció una frase ofensiva. El ambiente se sentía tenso, pero sabía que lo único que debía hacer era trabajar más fuerte en los entrenamientos. Es que esa siempre fue mi única cábala en el fútbol. Si hacía todo bien a lo largo de la semana, llegaba el partido y me sentía seguro, porque había dado lo mejor de mí en la preparación. Cuando sentía falencias era cuando era consciente de que no había hecho lo mejor en los entrenos.

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Algo que me llenó de confianza, aún más, fue que en la rueda de prensa previa a ese juego llegó Carlos Bianchi y, sin sentarse, se agachó y dijo en el micrófono ‘antes de que me pregunten, Córdoba va de titular’. Prácticamente se acabó la rueda de prensa. Él siempre me apoyó. Es más, en el último entrenamiento en La Bombonera, antes de ese partido, pasó algo que me marcó.

Él sabía que venía un toque pesado el tema conmigo, así que cuando entramos a la cancha, ante la mirada de periodistas, fotógrafos y camarógrafos, hice el intento de hablar con él, pero de forma tajante me frenó y solo me dijo: “Andate, andate, andate”. No entendía qué ocurría. De hecho, llegué a pensar que se había acabado mi turno en el arco. Me alejé, entrené normal y cuando estábamos a punto de terminar se me acercó Carlos Ischia, su asistente, y me dijo que fuera al camerino que ahí llegaría Bianchi. Me senté con él y hablamos un largo tiempo. “Mirá, Óscar, la gente está esperando a ver qué pasa entre tú y yo. Si tú te acercás y me decís ‘buenos días maestro’, moviendo las manos, la gente se va a imaginar cualquier cosa, que estamos alegando y discutiendo. Por eso te dije que te andaras. En este momento lo mejor es que no nos vean porque el imaginario corre en contra nuestra. Quedate tranquilo que tú vas a tapar”.

En el estadio del Bosque, ante Gimnasia, el partido fue intenso. Quedamos 0-0 y tuve una destacada actuación que me llenó de confianza. Pero necesitaba un golpe más contundente, y qué mejor que con un clásico ante River. Sentí el respaldo de todo mi equipo y antes de ese partido entrené muy bien. En mi casa todo seguía igual porque siempre fue regla de oro que allí no se hablaba de mi trabajo. Así que todo tranquilo. El 25 de octubre de 1998 fue el partido en la cancha de River. La presión de jugar un clásico fuera de casa es complicada, pero también es un factor de motivación. El partido fue intenso, muy luchado en la mitad del campo y sin muchas opciones. Respondí correctamente a los balones que llegaron, pero faltando 10 minutos para el final el Chicho Serna hizo falta en el área y el árbitro Sánchez pitó penalti. Al cobro, Marcelo Gallardo.

Pateó hacia mi palo izquierdo, me lancé, alcancé la pelota y evité el gol. Todo fue alegría y para mí un momento único. Ese penalti es el que me reconfirma con la gente de Boca. Ya no paramos más en los siguientes juegos, ganamos el título y todo el idilio que tengo con la hinchada nació gracias a ese momento. Allí me consolidé como figura.

Aparte de ese clásico, el partido que también vibré fue la semifinal de la Libertadores en La Bombonera. Ganamos con gol de Palermo, pero antes hubo calentura porque el Tolo Gallego dijo que si poníamos a Palermo, ellos ponían a Francescoli, un jugador ya retirado. Había elementos que nos tocaban el amor propio y eso lo que hacía era motivarnos y darnos aún más ganas para ganar.

Cada clásico es distinto. A veces llegas bien y a veces mal. El hecho de la presión y la ansiedad que maneja el público y el periodismo hacen que sea un partido diferente. El exitismo te arropa y te sientes tranquilo en toda la previa, pero cuando vienes en la mala y llega una cita de este talante, todo es más complejo. Hay que cuidar cada detalle. Siempre son partidos a muerte, pero que vale la pena jugar y que nadie se quiere perder”.

 

Por Redacción deportes

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