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Mis cinco minutos con Maradona

Andrés Marocco
02 de diciembre de 2020 - 02:00 a. m.

Se nos fue el ídolo hace una semana y todavía muchos no lo superamos. Temía que llegara ese día, me imaginaba lamentablemente que estaba cerca, pero ni en las curvas tan pronto. Tampoco sabía cuán grande era mi devoción y admiración por él hasta que se confirmó la triste noticia de su muerte en su casa de Tigre, al norte de Buenos Aires. Mi equilibrada veneración por el 10 eterno se solidificó con su hazaña en México 86, liderando un equipo de obreros que bien lo acompañó y lo respaldó, pero en el que claramente hacía la diferencia, como en el Napoli y en la mayoría de las escuadras que conformó. La dulzura con la que trató siempre la pelota era su principal sello para mí. La acariciaba y la quería tanto que la escondía, la conducía como nadie hasta que la pudiera depositar en el arco rival o en los pies de un compañero que estuviera siempre en la mejor posición para evolucionar el juego, convertir o devolverle una pared. La redonda era su obsesión, su consentida.

Argentina lo parió, pero el mundo lo adoptó; por eso lo siguen llorando en todo el planeta, a pesar de que su vida estuvo salpicada de grandes inconvenientes que deterioraron inevitablemente su imagen. Todo el que se jacta de ser un seguidor del fútbol bien jugado tiene que reconocer su grandeza, no es posible que se pueda cuestionar sobre la cancha. Hacía fácil lo físicamente improbable. A pesar de su baja estatura y aparente fragilidad, aprovechaba su contextura para hacerse inalcanzable y escabullirse de cuanta patada y plancha le propinaran los atónitos rivales desparramados a su paso.

Tuve la fortuna cargada de privilegio de conocer al Pelusa una noche en el tradicional barrio bonaerense de San Telmo, invitado por un gran amigo de juventud al lanzamiento de un reloj de colección en su nombre, y allí me presentaron al 10. Me abrazó para mi sorpresa y me dio las gracias porque en mi programa de televisión de ese entonces en ESPN, Hablemos de fútbol, yo le hacía, según él, honor al nombre del espacio. “Vos te dedicás al balón, no opinás del entorno del jugador, y eso te lo agradezco infinitamente”, me dijo. Quedé de una pieza y lo único que pude decirle en medio de la emoción era que las gracias se las tenía que dar yo por tantas alegrías que me había regalado en la cancha.

Fueron los cinco minutos más significativos de gran parte de mi vida. Mi ídolo me veía y además me agradecía. ¿Qué más podía pedir? Me quedo con su amabilidad de aquella vez, la misma que siempre le entregó al fútbol bien jugado. Jamás le cerró la puerta a una gambeta, a un tiro libre cacheteado y al ángulo. Se fue porque estaba cansado de ya no poder ser Maradona con todas las letras y tristemente sin saber a ciencia cierta que nos duelen las manos de aplaudirlo todavía y lo que haga falta por su herencia y arte derramados en la cancha. Hasta siempre, barrilete cósmico, no sabemos de qué planeta viniste, pero sí cuánta felicidad nos regalaste.

Andrés Marocco

Por Andrés Marocco

Periodista javeriano. Radioactiva, 88.9, 40 Principales, Caracol Radio. Dementes Deportivas, Telepolémica, Pelotas. Hoy en ESPN. Bumangués, del leopardo.

 

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