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¿Quién lo hubiera dicho? Neymar salió ganando. Este verano se cumplieron siete años desde su llegada a Europa. Ney era apenas un niño, flaquito y de peinado rebelde, cuando saltó el charco desde el Santos y aterrizó en Cataluña con el rótulo de promesa.
Luego vino su evolución meteórica en el Barça, su romance irrepetible con Messi y Suárez, vino el triplete con Luis Enrique y las palabras grandes: el elegido, el futuro Balón de Oro, el sucesor de Messi. Todo era show, goles por montones, fuegos artificiales y éxito blaugrana. Eran felices los aficionados, feliz la directiva, felices sus compañeros. El único infeliz era Neymar.
Llegó el 2017, el PSG puso los euros color petróleo y Neymar, buscando el dinero, buscando los reflectores, buscando salir de la ineludible sombra de Messi, buscando el consabido “nuevo proyecto”, o por la razón que fuera, emigró a París.
Empezó una nueva etapa tanto para Neymar como para el Barça, y por un tiempo, un tiempo bastante largo, al mejor amigo que jamás tuvo Messi le salió todo mal. Entre el 2018 y el 2019 vivió un calvario casi inverosímil. Lesión grave de tobillo en marzo, fuera de la Champions, Mundial muy regular en Rusia. Año siguiente, lesión grave de tobillo en la misma época, fuera de la Champions, fuera de la Copa América 2019 de su país.
Y el golpe que se llevó su imagen tras Rusia 2018 fue aplastante. La selección brasilera hizo un torneo decente, pero el de Neymar no fue del todo bueno. Y más allá de lo futbolístico, se empezó a hacer viral su tendencia a simular faltas, a engañar al árbitro, a rodar en el suelo. Se le ridiculizó. Sus acciones en el campo ya no eran motivo de asombro, sino de burla. Se le tildó de llorón, de pecho frío, de actor merecedor de un Oscar. Y entre lesión y lesión y el bullying en las redes, Neymar parecía cada vez más meme, cada vez menos futbolista. Ni hablar del sucesor de Messi y Cristiano.
Lo cierto es que los problemas físicos lo sacaron de varios partidos importantes. El PSG fue irrelevante en la Champions dos temporadas seguidas, y la selección brasilera no tuvo mucho problema en ganar la mencionada Copa América sin él.
Así que Ney cayó un poco fuera del radar. De pronto ya no era considerado para el Balón de Oro. No estaba en la lista de tres finalistas, ni en la de cinco, ni en la de diez. De pronto —salvo para sus más fieles seguidores— dejó de estar presente en la conciencia de los futboleros, en esa lista guardada en la cabeza de todo hincha de “los mejores jugadores del mundo.” De pronto se hablaba más de Mané, de Salah, de Bernardo Silva... De pronto Mbappe era mucho más que él en la boca de todo hincha parisino. Y de pronto se volvió común, al opinar sobre el brasilero, el “es que simula mucho.” Como si el fingir una falta le quitara lo buen futbolista.
Pues lo cierto es que Neymar ha vuelto a su nivel. O ha salido de las lesiones, que es lo mismo. Esta temporada la rompió toda en la Ligue 1, lo cual no hizo mucho ruido, pero le llegó su momento en esta Champions. El equipo llegó descansado, del lado favorable del cuadro, y con un panorama, a priori, sencillo: ganar tres partidos y campeones de Europa.
E indudablemente ha dado la talla. Es el amo y señor de este PSG finalista. En la cancha hace lo que quiere, el partido se juega como él decide que se juegue. Flota en el campo, desafiando la fricción, caño por un lado y por el otro, pase sin mirar, regate a uno, a dos, a cuatro. Le ha faltado ser preciso de cara al gol. Pero como le atine al arco, sálvese quien pueda.
Este no es el Neymar del Barcelona. Y claro, si aquí no está Messi. Juega más tirado al centro, más de ‘diez’. Se mueve por toda la cancha, retrocede para hacer a su equipo jugar, y, algo que se le valora muy poco, la pide siempre. Cortica y al pie. La crítica fácil que se le lanza a Messi y a otros talentosos, eso de que desaparecen cuando importa, cuando su equipo más los necesita, no se le puede reclamar a Neymar. Es una virtud subvalorada.
Sin importar el contexto ni el rival, Neymar juega siempre su partido. Y lo juega con su pelota. El resto de los jugadores en la cancha son meramente espectadores de lujo. Observadores de primera fila que han tenido la suerte de asistir al “Show de Ney”. Cada vez que pisa la cancha, gane, empate, o pierda, da la sensación de que el juego, el fútbol, es suyo. De que el mundo es suyo. Nosotros simplemente vivimos en él.
Le queda, por supuesto, jugar el domingo el partido más importante de su carrera. Pero hasta aquí ha hecho más que suficientes méritos para quitarle a Lewandowski el premio al mejor jugador de Europa. En un año que tuvo a un Ronaldo disminuido, y a un Messi a buen nivel individual, pero parte de un colectivo deplorable, el indicado —por fin— es él.
Y tal vez lo más irónico es que, mientras Neymar vuela, mientras se consagra y maravilla al mundo, el Barcelona se hunde. Se ahoga en una crisis profunda, la más grande del siglo.
Neymar ya no es el jugador que llegó al Barça. Ni el Barça el equipo que lo recibió. Pero la pesadilla de Ney en Francia ahora es sueño, su fútbol-magia está de moda, y su PSG estáa cerca de ser el rey de Europa. Tres años después de la novela más dramática de la historia del mercado de transferencias, Neymar se salió con la suya.