Róbinson Zapata, el amuleto de Santa Fe

El portero de 40 años le aporta su experiencia a un grupo que quiere volver a llegar a una final internacional. En 2015 fue el héroe de la Sudamericana.

Redacción deportes
08 de noviembre de 2018 - 03:00 a. m.
Zapata luego de atajar uno de los penales que le dio el título al cuadro cardenal, en 2015.  / AFP
Zapata luego de atajar uno de los penales que le dio el título al cuadro cardenal, en 2015. / AFP
Foto: AFP - GUILLERMO MUÑOZ

Su parecido físico es poco, sin embargo, la posición en la raya del arco es muy similar. Ambos mantienen en punta de pies, agazapados, antes de tomar impulso para lanzarse bien sea a la derecha o a la izquierda. Incluso su forma de sacar es semejante, arrojando la pelota adelante, inclinando el cuerpo y pegándole de una manera tan elegante, que más bien parece un toque sutil. Uno atajó hasta los 37 años, el otro sigue haciéndolo con 40.

Peter Rufai, el nigeriano que defendió la portería de su país en los Mundiales de 1994 y 1998, es el responsable de que a Róbinson Zapata, guardameta de Santa Fe, le digan Rufay. También se parecen en su liderazgo en la cancha, su manera de organizar las defensas y por creer que sin importar a dónde vaya el balón hay que tirarse.

Zapata debe tener tantos sellos de migración, que podría hacer una colección de pasaportes cual diplomático colombiano. Argentina, Chile, Turquía y Rumania, los países en los que vivió, sin contar los viajes por Europa y Suramérica. De hecho, el mapamundi que ha formado a lo largo de su vida deja clara una cosa: los riesgos y desafíos le llaman mucho la atención.

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Así lo demostró cuando dejó el Cúcuta en 2007 para irse al Steua Bucarest, luego de ganar el torneo colombiano y de alcanzar la semifinal de la Copa Libertadores con el cuadro motilón. Jugó la Champions League, también la Europa League y fue elegido dos veces como el mejor guardameta de la liga rumana. Aprendió inglés, rumano, un poco de turco, pero siempre maldecía en español para que nadie lo entendiera. Zapata, que cuando niño jugaba de volante de contención en Florida, Valle del Cauca, parece no tenerles miedo a los retos. Y eso se ha convertido para él en una rutina, o más bien en su hábito, desde que debutó con el América de Cali en una Copa Merconorte, el 23 de septiembre de 1998 contra Sporting Cristal de Perú, bajo las órdenes de Diego Édison Umaña (2-2). Por eso, cuando estaba pasando por su mejor momento con el Galatasaray de Turquía, aceptó la propuesta de Julio Avelino Comesaña para regresar al país y jugar en el Pereira. “Estoy armando un grupo competitivo y te quiero acá”, le dijo el uruguayo. Y lo que para muchos fue una locura, para él fue la forma de volver a su tierra porque le hacían falta la familia, el calor y la comida.

Ya hoy no lo molestan por haber sido el arquero que recibió los nueve goles de Brasil en el Preolímpico de 2000 en Londrina, partido que sacó al DT de la selección de Colombia (Javier Álvarez) y que generó que muchos de sus amigos, entre ellos Carlos González, lo saludaran con un “Hola, 9-0”. Los malos chistes quedaron atrás con sus atajadas, con la obtención del título de la Copa Sudamericana con Santa Fe en 2015, torneo en el que fue la figura del club cardenal al atajarle el cobro a Mauro Bogado en la definición por penales frente a Huracán de Argentina.

Este año, tras la lesión de Leandro Castellanos, Zapata ha respondido como lo hizo en 2015, generando confianza atrás, dando aliento e impulsando a un equipo que hoy, frente a Júnior (7:45 p.m., por Fox Sports), buscará tomar la ventaja en la ida de las semifinales de la Sudamericana, certamen que conoce y que quiere volver a ganar con el equipo bogotano, al que se debe y del que ha aprendido varias lecciones, como que no hay edad para el retiro y que el fútbol siempre da oportunidades.

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Puede que Zapata ya no se arroje con la fuerza de antes, pero sí con la misma vehemencia, con la experiencia de saber cuándo es prudente aguantar o cuándo es mejor achicar y cortar la trayectoria de la pelota. Su pericia no la tiene nadie, pues los años y los partidos le han ayudado a entender el juego de otra manera, a potenciarse a sí mismo y a sus compañeros. En otras palabras, es otro entrenador dentro del terreno de juego, otro con voz de mando, con la inteligencia para saber cómo se disputan estos partidos, sobre todo contra equipos del mismo país (ya dejó en el camino a Millonarios y al Deportivo Cali).

“Prefiero no hablar ahora, es mejor hacerlo después. Es una cábala que tengo hace mucho y que no voy a cambiar”, las únicas palabras de un hombre de formas cálidas y atento que ve en esa costumbre el camino al éxito, a un buen resultado de Santa Fe.

Por Redacción deportes

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