Rusia y la indiferencia hacia su propio Mundial

Aunque la Copa del Mundo comenzó hace 20 días, apenas ahora la afición local se mete de a poco en la fiesta, con la clasificación a cuartos de su selección.

Camilo Amaya - Enviado especial Rusia
04 de julio de 2018 - 02:00 a. m.
Poco a poco la afición rusa se ha contagiando con la fiebre del Mundial, ayudada por los buenos resultados de su selección.  / EFE
Poco a poco la afición rusa se ha contagiando con la fiebre del Mundial, ayudada por los buenos resultados de su selección. / EFE

El 14 de junio, el día de la inauguración de la Copa del Mundo, el Moscow Times lanzó un titular escéptico en su primera plana: “¿Por qué Rusia fracasará en el Mundial?”. La desconfianza con la selección local era colectiva; también la indiferencia hacia el evento. Por eso el asombro de los rusos ante los cánticos de los argentinos en pleno metro, con el Cielito lindo de los mexicanos, siempre pintorescos, y con la algarabía de los tunecinos, que a pesar de lo difícil de su grupo (era el B, con España y Portugal) se movieron como una sola masa rumbo a la batalla. La estupefacción tiene una razón: el fútbol no es lo más importante, ni siquiera después de la goleada 5-0 a Arabia Saudita en el primer partido del torneo. Sólo era cuestión de alejarse unas cuantas cuadras del estadio Luzhniki de Moscú para estrellarse con la realidad de personas ensimismadas, con el caminar afanado de otras, con la normalidad de una ciudad y de una nación que siente ajeno algo que es muy suyo: el Mundial.  (Vea aquí nuestro especial del Mundial de Rusia 2018

Y a pesar de que la administración local adecuó algunos vagones del metro con televisores para ver los partidos, son pocas las personas que prestan atención a las pantallas. Otras prefieren leer, chatear, escuchar música y hasta dormir. Lejos de los escenarios deportivos, a excepción de lugares recurrentes como la Plaza Roja y el Fan Fest, casi nadie celebra los goles de los demás, y a duras penas los propios. El verano en este país es corto y la gente prefiere aprovechar el sol y el calor en otras actividades antes de que regrese el cruel invierno. Y el fútbol no parece estar en la lista, pues el equipo del técnico Stanislav Cherchesov es rústico, de pierna fuerte, de buscar ser superior en el duelo cuerpo a cuerpo, pero sin talento, limitado en creatividad.

Así lo asegura Paved Schanitov, periodista local que va a los partidos de otras selecciones y no a los de la suya. “Tengo vecinos que ni se dieron cuenta de que esto comenzó. No saben cuáles son los grupos, mucho menos los partidos que hay cada día. Los intereses son otros y eso es respetable. Además, no le tienen fe al equipo”, dice. (Lea: Así quedaron las llaves de cuartos de final del Mundial de Rusia 2018)

Sin embargo, el triunfo por penales sobre España y la clasificación a cuartos de final ha hecho que la situación mejore un poco. Los rostros pintados de blanco, azul y rojo son más, las banderas de Rusia también. La fiesta del estadio, muy diferente a lo de afuera, se ha ido viralizando por las calles, a tal punto de encontrar grupos que no consiguen boletas reunidos en un bar para ver un encuentro. “Estamos emocionados, claro, y hemos respondido a la entrega en la cancha”, dice Schanitov, una semana y media después de la primera charla.

La población que hace algunos años no confiaba en Dios, pero sí en el comunismo, cambia lentamente, va al ritmo de sus jugadores y entiende ahora, cuando todo es más posible, que seguir con vida en el Mundial es por ellos y gracias a ellos. “Los rusos se apropian de las causas cuando ven que hay un objetivo claro, que se vive para algo y no sólo por vivir”, sentencia Paved. Por eso, para el partido de este sábado contra Croacia por un cupo a semifinales se esperan 45.000 hinchas en el estadio de Sochi, es decir, el 93,7 % del escenario deportivo. (Puede leer: Rusia le ganó por penaltis a España y lo eliminó del Mundial)

El fútbol se esparce de manera rápida por el país más grande del mundo, un lugar en el que ya se cree, por lo menos más que antes. Y donde no se veía gente y ahora hay decenas reunidos, hablando de partidos, haciendo del juego algo cotidiano, compartiendo con los que desde un principio armaron la fiesta. Porque ser ajeno a lo que sucede en este momento, y luego de dejar fuera a uno de los favoritos, es complicado, casi imposible. Y por más que la frialdad se refleje en la manera de hablar, hasta de mirar, el calor del ambiente está subiendo de una manera impredecible, tal cual lo hace la temperatura en Moscú.

Por Camilo Amaya - Enviado especial Rusia

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