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Un baile

Hernán Peláez Restrepo
07 de marzo de 2021 - 02:31 a. m.

Hace poco Pep Guardiola, en el curubito de la dirección técnica, respondió a una pregunta periodística sobre el suceso de los 20 o más juegos exitosos del Manchester City. “En todo este tiempo ni he marcado un gol, ni he tapado un penalti”. Parece tan sencilla y previsible su respuesta, todo para desviar la atención a sus jugadores, los verdaderos ganadores y/o perdedores de los partidos. La clave de sus triunfos radica en los jugadores que él elige para obtener resultados positivos.

En cambio, en el fútbol nuestro, el trabajo de los directores técnicos está medido solamente por los resultados. Si ganan, permanecen; si pierden tres partidos, quedan listos para recibir la carta de destitución. Pero no es solamente de ellos. Allí también juegan los futbolistas y los directivos. Estos últimos solo entienden de auxilios de patrocinadores, ingreso de regalías por el servicio de televisión y eventuales ventas de talento, escaso por lo demás, al exterior.

Los jugadores se apegan a una verdad que está presente. Siempre fue más fácil y menos onerosa la salida de un técnico que la de unos jugadores. Claro que los directores técnicos de estómago pululan en toda Suramérica. Se hacen cargo de un equipo carente de proyectos serios y albergan la esperanza de cobrar salario por unos cuantos meses. Los técnicos que no jugaron profesionalmente (Reinaldo Rueda, Jorge Luis Pinto, Juan Carlos Osorio, entre otros) se capacitaron, fueron a estudiar, a ver trabajos de equipos grandes de Europa y compensar con estudio lo que se llama vestuario. Otros, que sí jugaron, se aferran a sus vivencias y quizá hayan oído o visto lo hecho por técnicos que tuvieron en sus etapas de pantaloneta y camiseta.

Mientras no se le ponga seriedad a este asunto continuaremos palpando el manoseo a los técnicos. Por culpa de ellos mismos, que debieran tener dignidad y ofrecer sus servicios siempre y cuando existan reales posibilidades con el plantel a disposición.

Ubiqué una serie de claves para intentar ser un buen entrenador de fútbol: entender el fútbol y la competencia misma, ser buen comunicador, mostrar personalidad para decidir y psicología para controlar un grupo, ser en lo posible intuitivo, justo con todos y ante todo exigentes en horarios y trabajo diario.

Es complicada esta profesión, efímera para muchos, frustrante para otros y reservada a quienes con voluntad e inteligencia llegan a sitiales. Sacar cuatro técnicos en apenas 10 fechas del campeonato es auspiciar un baile. Entran, salen, bailan, se sientan, descansan. Y a los jugadores les resbala esta situación.

 

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