Único en su especie: Kaká anunció su retiro del fútbol

Coqueteó con la silla de ruedas en un accidente, sus huesos eran más frágiles que los del resto. Pero su inquebrantable espíritu de lucha y fe levantaron a quien el tiempo convirtió en leyenda.

Thomas Blanco
17 de diciembre de 2017 - 08:45 p. m.
Kaká es el último futbolista diferente a Messi y Cristiano Ronaldo en ganar un Balón de Oro. Lo hizo en 2007.  / EFE
Kaká es el último futbolista diferente a Messi y Cristiano Ronaldo en ganar un Balón de Oro. Lo hizo en 2007. / EFE

Roto en llanto con unos botines que decían "I belong to Jesus" se despidió un futbolista ejemplar en su último partido como profesional vestido con la camiseta del Orlando City de la MLS. El que faltaba del Joga Bonito. El último “humano” con un Balón de Oro. Ricardo Izecson dos Santos Leite “Kaká” confirmó este domingo su retiro del fútbol.

Esta no es la historia calcada de superación de una nevera austera. Del niño descalzo que se pulió en las azarosas favelas de Brasil, no. Pero sí de un chico que supo levantarse de los burdos vaivenes de esta vida. Hijo de Bosco Izecson, ingeniero civil, y de Simone Cristina Dos Santos, maestra de primaria, quienes prendieron el 22 de abril de 1982 la vida de un hombre que brilló con luz propia y que quedará consignado en los libros como uno de los mejores futbolistas de la historia del país pentacampeón del mundo.

Kaká era de una familia de clase media. No le faltó nada. Era juicioso, aplicado en las matemáticas y en religión, sus materias favoritas. Sin embargo, no contaba con el pasaporte de “niño pobre” que abría las puertas del mundo del deporte. Tuvo que soportar patadas, miradas que segregaban. “Tú tienes mil oportunidades de salir adelante, para nosotros, el fútbol es nuestro único cartucho”, esa frase y código que resuena en la cabeza de entrenadores y jugadores. Pero que ninguno se atreve a decir.

Era mucho más pequeño y delgado que el resto de los niños. Con 12 años, le diagnosticaron un retraso óseo de dos años. Su humanidad le costó la vista gorda de varios entrenadores. Pero Turibio Leite, fisioterapeuta del Sao Paulo, fue su aliado y cómplice. Empezó una dieta plagada de vitaminas y proteína. El gimnasio fue su segunda casa, tres horas diarias, solo, sabiendo que su rival era él mismo.

Cuando cumplió la mayoría de edad, había ganado 13 kilos y tenía una resistencia atípica para jugadores de su juventud. En ese par de años, el futuro jugador del Milán tenía un cuerpo y portento físico de un atleta de primer nivel. Su talento nunca estuvo en discusión. Ya en el primer equipo del conjunto paulista sonaba al unísono que Kaká sería la próxima estrella del fútbol brasileño.

Sin embargo, en octubre de 2000, cuando jugaba en el equipo juvenil, se perdió un encuentro por acumulación de tarjetas amarillas y aprovechó el fin de semana libre para visitar a sus abuelos. Junto a su hermano, fueron a un parque acuático. Kaká saltó al agua y su cabeza impactó con mucha fuerza contra el fondo de la piscina. Se fracturó la cuarta vértebra. Y los días posteriores fueron un calvario: empezó a sentir mareos y dolores en el cráneo. Su carrera pendió de un hilo.

Los médicos coincidieron que fue un milagro que no haya quedado paralítico. “No fue suerte, creo que Dios me estaba protegiendo y tuvo un propósito en ese accidente. Sucedió antes de empezar la bendición de mi carrera como jugador profesional”, dijo Kaká, quien en ese momento se trazó cuatro sueños: firmar un contrato profesional, jugar con la selección de su país, ir a Europa y ganar un Mundial. Los cumplió todos.

Nunca se dejó seducir por los placeres efímeros. Su fe en Dios y su inquebrantable voluntad de cumplir con los planes de su creador lo hicieron remar en contra corriente en un mundo que anda a otra velocidad. A los 20 años conoció Caroline Celico, su esposa, con quien no tuvo relaciones sexuales hasta casarse. Hoy tienen dos hijos: Luca e Isabella. “Cuando llegué al Milán, Ronaldo llegó con una revista Playboy y me dijo que si quería unirme a su grupo. Me contó que el otro era el de Kaká, que tenía cosas de iglesias en el vestuario”, dijo el brasileño Alexandre Pato hace algunos años.

Sus grandes zancadas, su mayor virtud. Cuando arrancaba la carrera, nadie lo frenaba. A punta de velocidad, fuerza y potencia rompía líneas, dejaba defensores tirados en el piso y llevaba la batuta de las opciones de peligro de su equipo. Eso sumado a la impecable pegada que tenía con las dos piernas.  

Lo ganó todo: Mundial de Corea y Japón 2002, dos Copa Confederaciones 2005 y 2009, Champions League 2007, dos Supercopas de Europa (2003 y 2007) y cinco campeonatos locales con el AC Milán y el Real Madrid. Además, es el “último humano” -diferente a Lionel Messi y Cristiano Ronaldo-, en ganar el Balón de Oro. El galardón que lo acreditó como el mejor futbolista del mundo lo recibió en 2007. El adiós de una leyenda.

 

Por Thomas Blanco

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